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Mérida, Yuc., México, febrero 27 de 2015.- Triste escena la de la economía mexicana. Tal parece que nos encontramos ante un gigante estreñido: el dinero no fluye. El dinero está atorado en el vientre sucio de un monstruo que se llama evasión fiscal sumado a lavado de dinero.
Para evitar evasión y lavado, la sociedad —el resto, nosotros, todos los demás, que no tenemos algo para lavar ni podríamos evadir pagos al fisco, porque estamos al borde de la quiebra total— se ha quedado sin flujo de efectivo.
Antes llegaban los suertudos con bolsas llenas de billetes y compraban al contado, a cambio de los papeles monetarios, cualquier vehículo que les pareciera; hoy eso no se puede. El dinero debe quedarse escondido, guardado, resguardado: asechan los ojos del fisco, de la PGR.
Y el resultado es una economía sin flujo de efectivo. El dinero no puede llegar a los bancos, porque está el ojos del Santo SAT encima, vigilando que no llegue un solo centavo que no pueda ser inmediatamente fiscalizado. Entonces todo ahora es más complicado y menos fácil.
A los que al recibir diez pesos debemos pagar catorce, ¿por qué nos cierran las transferencias a las 5 y media? ¿por qué? ¿Qué? ¿A esa hora se “agotan” los cpu’s que hacen los movimientos por las redes? ¿Se cansan los electrones de bailar para transferir las señales que se convierten en instrucciones de depósito y retiro?
Vivimos una verdadera babosada: aquí está toda la tecnología, pero por encima de ella, se encuentra la burocracia, que no es sino la manifestación lamentable de la desconfianza. Y es que todo se ha prestado a corrupción.
Durante años, décadas, empresaritos eran felices troquelando billete, efectivo; lo guardaron en sótanos, bodegas, cuartos, colchones, bóvedas. Pero llegó el combate al narcotráfico y la vigilancia de la hipocresía de los del norte (USA): “Cuidadito. No dejen que circule el dinero. Es sucio.” Y entonces, a vigilar y vigilar; y molestar a los que menos habrían podido ser culpables de lavado —como el caso de las trabajadoras domésticas, que al cabo de 45 años, recibieron $300 mil al morir su “patrona”; fueron investigadas y sus cuentas congeladas por algún tiempo.
Disparate tras disparate; porque, a fin de cuentas, la gran “lana” de los fuertes, los que realmente amasan fortunas y las quitan de la circulación, enfermando la economía, siempre tienen manera de comprar que nadie los toque.
¿Y los demás? Aquí, pepenando para subsistir, endeudados, sin nada para poder comprar o algo que pueda venderse, porque los demás también están sufriendo del estreñimiento generalizado. Pagan —lo que quieren y cuando les da la gana— las aseguradoras, los bancos, las empresas de Slim y el gobierno; cuando y lo que les da la gana. El resto da vueltas, cambiando billetes de una bolsa a la otra.
Y los grandes capitales están encerrados en esas bodegas para que el fisco no se los lleve.
O si no, si esa “amnistía fiscal” no se da, se muere la economía del país.
En alguna ocasión en los años 80, el gobierno dijo: “Está bien, ya me robaste; ahora trae tus millone de dólares con un solo pago de 1%; eso es todo.”
Hoy el gobierno —somos todos, la sociedad entera— tiene que pujar para que se haga exactamente eso: “Está bien, depositen; pero que paguen algo; 5%, mínimo; 10%, debería ser. Pero háganlo ya.”
De hacer algo así, hay miles de millones de pesos que podrán comprar terrenos, abrir empresas, adquirir flotillas de vehículos, levantar escuelas —y muchas cosas más— que hoy no es posible levantar porque el dinero está guardadito.
Eso de la “amnistía” suena a un favor para algunos y ningún privilegio para las grandes mayorías. Y es que o se hace así, o lanzamos un cateo generalizado a todos los rincones del país; entonces esa lana se la llevará Papá Gobierno a hacer lo que mejor saber hacer: gastar y gastar para que los políticos conserven votos y se eternicen en el poder.
No me gusta que esos empresaritos cabrones, que evadieron y encerraron toneladas de billetes en sus bóvedas, se salgan, finalmente, con “la suya”; no, no me gusta. A nadie le puede gustar que alguien que pecó, siempre llegue al cielo, ¿no? Pero resulta que esa lana, allí guardada, no se puede poner a circular; cuando circula, le empieza a tocar a más gente; ningún negocio se hace amasando dinero en cuartos cerrados: los negocios se hacen arriesgando y, en el proceso, otros pueden por lo menos ver aliviada su situación.
El cuento viejo de que “no pago porque se lo roban” —frase que continúa con: “entonces te lo robas tú”— ya está fuera de lo aceptable. Tenemos que pagar. Claro, hay que revisar las leyes fiscales. Hay que hacer que las cosas sean hechas por los interesados directos, no por el gobierno central. Más se podría hacer si las decisiones estuviesen al nivel de los directamente afectados, y no de los encumbrados por política o relación con empresariado “nacionalista” —el que más se amolda para que pueda robar en forma vigilada, pero compartiendo.
En opinión de quien estas líneas escribe, finalmente no se logrará gran cosa sino hasta que El Modelo del Dinero sea efectivamente erradicado de la faz de la tierra. Eso, por el momento, está difícil, pero se puede planear.
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