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México (19 de mayo).- El futuro de la industria chiclera nacional se enfrenta a la intensa competencia de materia prima elaborada con polimeros del petróleo, así como a la incertidumbre por la falta de suficientes mercados extranjeros para la comercialización del producto orgánico.
Pese a ello, en este pequeño poblado quintanarroense los cientos de campesinos que todavía se dedican a la obtención del chicle, a partir de los árboles de chicozapote que cunden la zona, se agrupan en empresas sociales y se lanzan a la búsqueda de nuevos mercados, a través de la producción y promoción de productos que van más allá de la materia prima.
Consorcio Corporativo de Productores y Exportadores en Forestería (Chizca) es la empresa que lucha año con año por adquirir suficiente producción para enviar a Europa y Asia y que tiene que enfrentar a los productos sintéticos, quehoy dominan el mercado.
Es una empresa social integrada por los mismos ejidatarios (alrededor de mil 500) que producen y obtienen la materia prima, y que la entregan al consorcio, el cual se encarga del procesamiento de acabado y el empaquetado final.
Se estima que cada socio obtiene dos mil 800 pesos a la semana durante la temporada del chicle al sacar alrededor de 40 kilogramos.
En otros casos, cuando la temporada es buena, se pueden obtener hasta 70 kilogramos que en promedio se paga a 4 mil pesos.
Pese a la competencia, esta empresa social tienen presencia en mercados de 17 países como Alemania, España, Ucrania, Australia, Japón y Canadá, entre otros. Y además hay perspectivas de negocio en otras 20 naciones.
El chicle orgánico Chicza, conocido en inglés como organic rainforest gum, es un producto es natural libre de químicos, y es elaborado mediante procesos manuales y artesanales, a través de una cadena productiva que busca cuidar también el medio ambiente.
El consorcio es considerado como un nuevo modelo social productivo que inició con la participación de nueve cooperativas afiliadas al Plan Piloto Chiclero en la década de los noventas.
“La idea era que todos estuvieran en un mismo frente comercial, pero con cuentas separadas de las cooperativas socias para que el reparto de utilidades sea justo; además, los productores participan en la toma de decisiones de la empresa”, informó Gerardo Ramírez Aguilar, gerente de producción de Chicza.
Auge y caída
Debido al crecimiento de la demanda mundial, durante la década de los años 20 del siglo pasado la actividad chiclera se convirtió en el pilar de la economía estatal. Tal auge llegó a su climax en los años 40. Hubo temporadas en que se extraían más de 5 mil toneladas de látex, a diferencia de las 200 o 300 que se producen actualmente.
Un estudio del Banco de Comercio Exterior (Bancomext) titulado “La crisis del chicle” indica que la bonanza fue poco duradera, pues desde los años 50 apareció la tendencia a sustituir el látex natural por productos sintéticos.
“Además, muy pronto empezó a bajar la producción de la resina debido a que los principales intermediarios y empresas industriales pagaban precios bajos a los chicleros, el gobierno de Estados Unidos impuso aranceles al producto y los árboles comenzaron a agotarse por la explotación irracional”, agrega el estudio de Bancomext.
En busca de nuevos mercados
En este contexto de crisis, con la idea de buscar un mejor mercado para los productores y pasar de vender goma base a goma de mascar, empezó un proceso de investigación de los mercados de Japón, Corea, Italia e Indonesia.
Así, los productores lograron que un empresario japonés, con más de 40 años de experiencia en la elaboración del chicle producido en Quintana Roo, llegara al estado para enseñarles a procesar esta goma de mascar artesanal.
“Por décadas, Quintana Roo sólo vendió chicle natural, básicamente a Japón, después la goma base y ahora está en condiciones de ofertar el chicle Chicza, natural y libre de productos químicos”, afirmó Ramírez Aguilar.
El chicle Chicza no se pulveriza en 10 días, como se cree, pero se degrada paulatinamente, en virtud de que contiene polímeros naturales y no derivados del petróleo como ocurre con las gomas sintéticas.
La certificación
Para estar en condiciones de exportar el producto, cada año son certificadas un millón de hectáreas de chicozapote —árbol productor del chicle— en Quintana Roo y Campeche, por parte de la empresa internacional Bioagricert.
“Con esta certificación se garantiza que es un producto ecológico y orgánico, libre de químicos”, aclaró Ramírez Aguilar.
En 2007 se presentó por primera ocasión este chicle en Europa y luego en la Fiofach, la feria más grande de productos orgánicos del planeta, en la que participan negocios de todo el mundo, y fue incluido entre los 20 primeros productos más novedosos del foro mundial.
“Alemania, Inglaterra, Grecia, Canadá y Estados Unidos son los países que mostraron mucho interés en nuestro producto”, subrayó el productor artesanal.
El consorcio está operando nueva maquinaria hecha en México para automatizar el proceso de elaboración del chicle orgánico.
También han invertido en mercadotecnia, en el registro de la marca y en la investigación de la legislación de cada país a donde van a exportar el producto.
Pero admite que la goma orgánica es un producto que todavía no tiene muy definidos sus mercados nacionales y extranjeros, los cuales sufren diversos vaivenes.
No obstante, Ramírez Aguilar manifestó que la actividad chiclera en Quintana Roo sigue ocupando un lugar importante dentro de la economía local, sin embargo, debido al bajo precio de los productos sintéticos (de la mitad a una tercera parte que el chicle natural, sin químicos) éstos siguen acaparando el mercado internacional.
Ello amenaza a las 46 comunidades de Quintana Roo que continúan dedicándose a la producción de la materia prima del chicle en los 800 kilómetros aptos para la explotación en donde se incluye una parte de Champotón, Campeche. Desde hace ya décadas Yucatán y Tabasco dejaron de producir esta materia prima.
Hoy día, la producción fluctúa entre 150 y 300 toneladas dependiendo de la temporada, pues la recolección de la materia prima no es durante todo el año sino cada seis meses. Muy lejos de los mejores años cuando se generaban las mil 500 toneladas.
En su lucha por sobrevivir, el empresario de Chicza informó que han buscado obtener apoyos de instancias federales, sin embargo lamentó que a veces las llamadas reglas de operación o normatividad reducen sus posibilidades de obtener créditos.
Ser chiclero es un gusto
Para muchos productores de la región quintanarroense, la temporada de obtención de chicle es una oportunidad para tener recursos y poder mantenerse lo que resta del año. La mayoría es gente de campo que se dedica a la agricultura y también a la ganadería pero que en época de chicle deja todo para estar en esa actividad artesanal.
Tal es el caso de Efraín Sánchez Morales, de 46 años de edad, y quien con lo que obtiene de la producción de chicle, logra mantener a su esposa Socorro López y sus tres hijos, Matías, Lorena y Liliana.
Vive en esta pequeña comunidad cercana al Río Hondo y año con año se dedica a la obtención de la materia prima para al chicle.
Vestirse de chiclero es todo un rito. Primero las botas gruesas y de hule, luego el machete al hombro bien afilado y las “puyas” (hierros con puntas) amarradas a los pies, loas cuales servirán para escalar los grandes árboles del chicozapote.
Y de remate una gruesa soga que, rodeada a su cintura, le permitirá sostenerse mientras clava las puyas en la corteza del grueso árbol y va talando para sacar la sustancia.
“He sacado hasta 40 kilos de chicle, todo es cuestión de echarle ganas y saber trabajar”, relató mientras se transformaba con los aditamentos para ser chiclero y dejaba temporalmente su pequeño rancho de 18 hectáreas que apenas está fomentando y que es parte de su herencia familiar. Se lo dejó su padre Don Eucacio Sánchez, antes de fallecer hace tres años.
Sánchez Morales detalla que desde los 20 años de edad, un conocido le enseñó el arte de convertirse en un chiclero.
En medio de los inconvenientes, señala que es una actividad que disfruta y que aún le deja dinero, pero desconoce por cuanto tiempo más.
A decir del campesino, a la industria del chicle le falta impulso, pues únicamente se cuenta con Chicza, la empresa ejidal donde se entrega la materia prima y se procesa.
“Solamente ahí vendemos, no tenemos otros mercados, sería bueno que nos apoyaran para poder competir porque de que hay chicle lo hay, y suficiente”, afirmó.
Subrayó que la agricultura resulta más difícil de realizar porque no hay créditos o son muy escasos y se ponen muchos requisitos.
La industria del chicle podría florecer de nuevo siempre y cuando existieran más apoyos gubernamentales, señala el campesino.
El kilogramo de chicle se compra alrededor de 65 pesos y la labor es pesada. Son horas de recolección, en las que se arriesga la vida desde las alturas . “Te tiene que gustar, porque hay riesgos y es cansado”, concluyó Sánchez Morales.- (El Universal)