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México (2 de noviembre).- Comentábamos —y recomendábamos calurosamente— hace poco el libro de Fabrizio Mejía Disparos en la Oscuridad, biografía novelada de Gustavo Díaz Ordaz. Hoy tenemos algo más sobre el tema.
Refiriéndose a su sexto y último informe de gobierno el primero de septiembre de 1970, en el que asumió la responsabilidad por la matanza de Tlatelolco y la represión ejercida durante su mandato, escribe Mejía: “La Cámara, los invitados, los soldados, los militares, el gabinete… volvieron a aplaudir como siempre, de pie. Él, Díaz Ordaz, hizo una caravana a su público. En lo alto de la cabeza todo mundo pudo ver unas antenas metálicas”. Y a continuación, explica qué eran aquellos extraños aditamentos.
Picado por la curiosidad, y con la duda de si lo de las ante-nas en la testa presidencial había sido real o ficción novelesca, decidí buscar fotos y videos de aquel ya lejano informe presidencial. Y, efectivamente, en ellas pueden verse claramente dos delgados objetos de aspecto metálico que sobresalen ligeramente en direcciones opuestas entre la oscura pelambre presidencial y contrastan con ella por su color claro.
En fotos y videos de su sexto y último informe pueden verse claramente los cuarzos para protegerse de ataques telepáticos que Díaz Ordaz llevaba en el cabello. La imagen fue tomada de uno de tales videos. Puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=JwP_2FYXjx0
“Eran —prosigue Mejía— unos cuarzos que Lupita*, delirante, ya sola por los pasillos de Los Pinos, le había rogado que usara para que no lo atacaran telepáticamente los estudiantes presos, sus familias, sus novias o una larga lista de encarcelados. Cuando se lo pidió, se lo rogó, se pusiera los cuarzos en la cabeza, Díaz Ordaz se le quedó viendo a Lupita, mientras su secretario le ponía la banda presidencial frente a un espejo.
“Ta bien —le dijo y le tendió la mano.
“La que lo vestía, Alfonsina, le puso los cuarzos en lo alto de la cabeza con un prendedor. Y por eso la escena cuando asume la responsabilidad de los tanques en 1968, de las golpizas en 1968, de las muertes en 1968, de las tomas militares de escuelas, hospitales, calles, conventos, departamentos, oficinas, techos en 1968, de los desaparecidos en 1968, de los enterrados en el Campo Militar Número Uno en 1968, de la intimidación en 1968, del nuevo miedo en 1968, del hueco de 1968, tienen esa ridícula imagen de un licenciado frente a seis micrófonos con unas antenas brillosas sobre la cabeza. Son los cuarzos.”
Ridículo, sí. Cómico, risible, absurdo. Pero hasta cierto punto lógi-co. Un individuo de la calaña de Díaz Ordaz no podía menos que ser supersticioso, ignorante, proclive a creer en la telepatía o la hechicería, en fuerzas sobrenaturales o metafísicas y cualquier otra patraña por el estilo, al grado de prestarse a convertir la figura presidencial en un hazmerreir con ese grotesco y bufonesco par de antenas en el cabello, no como protección contra vampiros, el mal de ojo o algún maleficio, sino contra la justa ira de un pueblo. Y es que la barbarie va de mano con la superstición, la credulidad y el oscurantismo.
*Guadalupe Borja de Díaz Ordaz, su esposa. En 1968 comenzó a sufrir delirio de persecución y a padecer alucinaciones y crisis nerviosas. Poco después perdió totalmente la razón, sin llegar a recuperarla nunca.
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