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En la llamada época de oro del henequén, a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando la producción esa fibra alcanzó sus más altos precios y niveles, los acaudalados dueños de las grandes haciendas henequeneras de Yucatán utilizaban el sistema de deudas para mantener en calidad de siervos a los peones de sus haciendas —de hecho se les denominaba sirvientes—, obligándolos a trabajar para el patrón e impidiendo que pudieran abandonar el latifundio y buscar trabajo en otro lugar.
El método consistía en pagar a los peones estrictamente la cantidad necesaria para cubrir sus necesidades básicas de alimentación y otras cuestiones elementales. Para solventar cualquier gasto adicional —una boda, un bautizo, la muerte de un miembro de la familia, la participación en las fiestas patronales, la compra de ropa especial o algún pequeño objeto de lujo— tenían entonces qué pedir un préstamo al patrón. Éste se los concedía a sabiendas de que era irrecuperable, y lo anotaba en lo que se conocía como “nohoch cuenta” o cuenta grande (en la “chichan cuenta” o cuenta chica se anotaban las mercancías que le eran entregadas a crédito en la tienda de raya de la hacienda y que se descontaban a la hora de pagarles su jornal).
Peones de una hacienda henequenera a principios del siglo XX en la dura faena, bajo el sol abrasador, de cortar las espinosas hojas o pencas de la planta para luego llevarlas a las máquinas en que se les extraería la fibra. Sirvientes se denominaba a estos trabajadores, que de hecho se mantenían en una relación de siervos respecto a los hacendados, que actuaban como verdaderos señores feudales.
Los hacendados hacían esos préstamos de cuantía relativamente grande en la inteligencia de que el peón no podría devolverlos, pero no por generosos, sino porque la legislación vigente en aquel entonces estipulaba que un sirviente no podría romper la relación de trabajo con su patrón —”amo” se acostumbraba a veces llamarle— en tanto no pagara cualquier deuda que tuviera con él y que era escrupulosamente anotada en la llamada “carta cuenta” del trabajador.
Se trataba, pues un verdadero sistema de esclavitud encubierta que mantenía a los sirvientes obligados de por vida a servir al hacendado. De hecho, cuando una hacienda se vendía, entre los activos que se valuaban, además de la tierra, las plantaciones de henequén en producción, los edificios, la maquinaria y otros bienes, se contabilizaba el número de sirvientes que tuviera la propiedad. La situación sólo terminó cuando las tropas revolucionarias llegaron a Yucatán en 1915 y el general Salvador Alvarado, en calidad de gobernador militar, decretó la cancelación de todas las deudas de los sirvientes.
Pues bien, este a veces olvidado capítulo de la historia de Yucatán viene a cuento por la situación que ahora se vive en Quintana Roo ante la proximidad de las elecciones locales del 5 de junio venidero. Como se sabe, gran número de los periódicos y revistas que hay en el estado dependen para su sobrevivencia de la publicidad del gobierno estatal y los ayuntamientos. Y usualmente hay demoras de varios meses para pagarles las facturas correspondientes. Los editores se quejan, pero poco pueden hacer para apresurar el pago. Mucho menos se atreven a criticar a las autoridades. Sobre ellos, como la clásica espada de Damocles, pende la doble amenaza de que si “se salen del redil”, nunca cobrarán los adeudos y además dejarán de recibir publicidad oficial, esa publicidad de la cual viven.
Es, como se ve, una especie de “nohoch cuenta” pero a la inversa. No son los periodistas quienes le deben al gobierno, sino éste a aquellos, y de esta manera, liquidándoles las facturas por publicidad a cuentagotas los mantiene perpetuamente controlados y obligados a seguir publicando elogios y propaganda de los candidatos del PRI y del Verde, que como bien se sabe son la misma gata, nomás que revolcada.
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