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*México (4 de julio).-
Si nos ceñimos a la definición que de la palabra reforma da el Diccionario de la Real Academia Española, veremos que es “acción y efecto de reformar o reformarse”, y “aquello que se propone, proyecta o ejecuta como innovación o mejora en algo”.
Aún con esa escueta definición se advierte que la llamada reforma educativa no es tal, porque —como hemos señalado varias veces— no va más allá de aplicar un examen —evaluación se le llama— a los maestros en servicio. Pero un examen no es una evaluación, ni una evaluación una reforma del sistema educativo.
Como señala el reportaje de la BBC que mencionamos en este artículo, en materia de evaluación no hay un sistema que sirva de referente para todos sino que “hay que adaptarlo al contexto”, y “para que un modelo de evaluación funcione, los estándares de medición deben estar bien establecidos, los maestros deben conocerlos y quienes los evalúan deben estar bien formados”. ¿Puede decirse eso del examen masivo y simultáneo que ha impuesto a los maestros mexicanos un secretario de Educación sin la menor experiencia en cuestiones pedagógicas y que jamás ha impartido tan siquiera una clase?
Sobre este punto, vale la pena transcribir algunos párrafos de un extenso reportaje de la British Broadcasting Corporation, la BBC, sobre la forma en que se evalúa a los maestros en China, Singapur, Hong Kong y Japón, naciones que —dice el reportaje— ocupan los primeros lugares por la calidad de la educación que en ellos se imparte, según el más reciente informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
En China, “los criterios generales se establecen a nivel nacional, se detallan a nivel local y es cada escuela la encargada de llevar a cabo las evaluaciones”, las cuales toman en cuenta “la integridad profesional o los valores” del maestro, no sólo sus habilidades y capacidades. Igualmente, el “proceso incluye la autoevaluación, cuestionarios a los colegas, a los alumnos y a los padres, y tiene en cuenta también los premios que el docente haya podido recibir y los resultados académicos de sus alumnos.”
En Singapur, la evaluación “se lleva a cabo en cada centro escolar, y tiene en cuenta no solo los resultados académicos de los alumnos, sino también las iniciativas pedagógicas que el maestro pone en marcha, las contribuciones a sus colegas y su relación con los padres de los alumnos y con las organizaciones comunitarias. Asimismo, el maestro debe trazar su propio plan para el curso, que será revisado por el director o el subdirector en tres momentos del año.”
“De la misma manera —añade el reportaje de la BBC—, en Japón cada maestro establece sus objetivos junto con el vicedirector y el director al principio del año, y al finalizar el curso evalúa hasta qué punto los ha alcanzado” y “durante el curso las lecciones son supervisadas por grupos de profesores y en algunos casos por investigadores y políticos vía video, quienes deben analizar cómo planificó las clases el maestro, qué objetivos concretos logró con ellas, qué dificultades tuvo y en qué se equivocó.”
En Hong Kong, a su vez, “las escuelas también llevan a cabo evaluaciones anuales, que luego son revisadas entre cada tres y seis años por el gobierno.”
Se menciona también el caso de Chile, donde la evaluación magisterial “se aprobó en 2006 tras una larga negociación con los sindicatos y ahora, con la promulgación de la Ley de la Carrera Docente este año, no sólo se evaluará a los maestros del sistema público, sino también a los demás”; es decir, de las escuelas privadas.
Como se ve, una auténtica evaluación del trabajo de los maestros va mucho más allá de sentarlos una o dos horas ante la pantalla de una computadora para responder una serie de preguntas.
En realidad, los maestros no se niegan a ser evaluados. Lo que piden es, como declaró Eligio Hernández González, coordinador de prensa de la Sección 22 de la CNTE, “una evaluación integral, que se evalúe todo, no punitivamente pero sí para mejorar deficiencias”.
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