836 palabras
MEXICO, D.F., 17 de mayo.- Hoy se conmemora el Día Nacional e Internacional de la Lucha contra la Homofobia. La historia detrás de la fecha es sencilla: hace 24 años la Organización Mundial de la Salud eliminó a la homosexualidad de su catálogo internacional de enfermedades.
Un paso necesario, si bien insuficiente para combatir las violaciones a los derechos que sufren muchas personas en el mundo por razón de su orientación sexual.
El propósito de días como éste es reflexionar sobre los avances que se han logrado, así como los retos que se siguen enfrentando en esta lucha. Hay mucho sobre lo cual se puede discutir, pero quiero aprovechar este espacio para señalar la importancia de algo básico: el poder de la información.
Mi primera aproximación teórica a los estudios sobre género y sexualidad fue un libro de auto-ayuda. Tenía 21 y seguía lidiando con las consecuencias de haber salido del clóset más de seis años atrás. Seis años en los que predominaron las preocupaciones, las acusaciones, los cuestionamientos y el rechazo por parte de los que me rodeaban. Seis años en los que escuché toda clase de teorías, presuposiciones y dudas sobre mi sexualidad.
Nunca fui violentada físicamente. Pocas veces fui insultada. No fui sometida a un tratamiento psiquiátrico en contra de mi voluntad. Mis padres no me corrieron de mi hogar. Mi permanencia en la escuela jamás se vio amenazada. No tenía un trabajo que perder. Ni hijas que me pudieran quitar. O una pareja con la que me quisiera casar. A diferencia de muchas personas que vivían (y siguen viviendo) este tipo de discriminación, yo era afortunada: sólo tenía que lidiar con una desaprobación y descalificación constante de mis deseos y afectos. Sólo tenía que descifrar cómo verme con la que entonces era mi novia, a pesar de las limitaciones a las que, como adolescente viviendo con sus padres en Monterrey, estaba sometida. En este contexto, mi pesar más grande siempre fue la soledad. Pero no sólo aquella que provocaba la imposibilidad de compartir con los seres queridos mi vida amorosa (mis felicidades, miedos, preocupaciones, complejos, peleas, sueños y frustraciones). No era sólo que una parte importante de mi vida permaneciera en los márgenes de mis interacciones, marcando una brecha dolorosa que, en múltiples ocasiones, parecía insalvable. Lo difícil, encima de todo, era que no entendía por qué. Que, sin importar a donde volteara, no encontraba alguna referencia que me indicara una salida. Que me permitiera imaginar un mundo distinto. Una vida diferente. Que había esperanza.
En este contexto, La experiencia homosexual de Marina Castañeda, que fue el libro que me regaló mi psicoanalista, cambió mi vida. Sus páginas me permitieron entender a mi familia: sus miedos, sus culpas, sus enojos. La ansiedad que mi sexualidad generaba. Los valores que trastocaba. Las ideas que cuestionaba. Qué fundamental es comprender al otro para perderle el miedo. Y, desde ahí, ser capaz de ver las grietas de sus concepciones, las debilidades en sus cimientos, las fallas en sus argumentos. Gracias a este libro, que incluye una recapitulación de las múltiples investigaciones que se han realizado en torno a los males de la homosexualidad (que son ningunos), pude también entender lo infundado del rechazo que suscita. Aquí fue cuando descubrí el poder de la información. Por servir como consuelo: porque no estaba loca, ni enferma, ni sola. Porque se convirtió en un escudo, desactivando los ataques que recibía, poniéndolos en contexto. Hasta finalmente ser una arma: contra-argumentando, desmintiendo, desmitificando. Reconstruyendo el mundo.
A mi libro de auto-ayuda, se llegaron a sumar sentencias de tribunales constitucionales. Series de televisión. Informes de órganos internacionales. Novelas best-sellers. Cómics de súper-héroes. Artículos académicos. Películas familiares. Campañas de organizaciones no gubernamentales. Se multiplicaron los aliados, los amigos, los compañeros, los romances y hasta los familiares: referencias, historias, amores, experiencias, vidas que han hecho de la mía y la de muchos algo mejor. La libertad de expresión y su correlativo derecho a la información no son valores abstractos, sino los vehículos a través de los cuales reconfiguramos nuestro mundo, nuestras relaciones, nuestros afectos. Lo personal es político, sí. Pero lo político, valga la obviedad, también es personal. Y por eso estoy sumamente agradecida. (Tomado de El Universal)