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Mérida, Yuc., México, septiembre 28 de 2017
Montículos de cascajo anuncian la llegada a Juchitán. A lo largo de la carretera la destrucción de viviendas ocasionada por el terremoto, resulta evidente. Es el 18 de septiembre y el otro sismo que colapsó la Ciudad de México todavía no acontece. Han pasado más de 10 días desde que el temblor con magnitud de 8.2, con epicentro en las costas de Oaxaca y Chiapas, devastó la región. Y la ayuda todavía no llega a muchas comunidades de Juchitán.
Un convoy de militares reparte colchonetas, impermeables y algunos víveres a orillas de la carretera, donde algunas pancartas denuncian falta de apoyos por parte del gobierno.
Algunas calles más adentro, en la colonia conocida como Los Cocos, en la octava sección, doña Silvia López Aquino mira desde la fachada de su casa en ruinas el paso de los militares. Platica con ellos y le dejan una cubeta con impermeables, agua potable, colchonetas y un par de escobas. Casi todas las pertenencias de la señora Silvia se encuentran a la intemperie. Su hija, Clara, dice que no pueden moverse a un albergue por el miedo de que le roben lo poco que tienen.
“Estaba con mi nieto en la planta alta y fue un momento muy rápido, que gracias a Dios que apenas había dormido unos 20 o 30 minutos. Sentí cuando empezó a temblar e inmediatamente dije, Dios mío que no siga, pero cuando sacudió ya la cama me paré y busqué a mi nieto en su cuarto. Lo desperté y lo abracé porque ya estaba el temblor, fuerte, fuerte. Buscamos ahí en la puerta, pero mi nieto se asustó mucho. Me decía, abuelita, abuelita, me estoy asustando. Cállate mijo, Dios no nos va a dejar desamparados. Y lo abrazaba y nos sacudía, nos llevaba a un lado, así, pero lo sentimos mal muy fuerte, muy feo”, cuenta Silvia al HuffPost.
Pero a poco más de 10 días después del terremoto, sus efectos se empiezan a resentir con mayor fuerza.
“Lo estoy resintiendo más que los primeros días”, cuenta Silvia, quien al enterarse de la muerte de un vecino a causa del temblor se echa a llorar por no poder asistir al velorio. Prácticamente no ha salido de su patio desde que ocurrió el sismo.
Como la ayuda no llegaba, su hija y sus nietos, junto con algunos vecinos, pegaron cartulinas a orillas de la carretera con la esperanza de que alguien acudiera al llamado. Más de una semana después, funcionarios del gobierno estatal en coordinación con el gobierno federal, pasaron a su propiedad para levantar un censo de los daños.
#SEDATU aplica operativo especial para censar a la población de los albergues de #Juchitán que se hubieran quedado sin apoyos del @gobmx pic.twitter.com/VyrRSZ18Zl
— SEDATU_mx (@SEDATU_mx) 15 de septiembre de 2017
“Pero ahora ya pasaron los del municipio y me dieron el folio y que a lo mejor con esto ya nos atiendan”, cuenta Silvia, quien ahora pide al gobierno ayuda para reconstruir la casa donde crecieron sus hijos y le dejó su esposo antes de morir.
“Pues reconstruir la casa si se pudiera, que dieran aunque sea una casa, no igual que esta, pero para que yo esté viviendo bajo un techo”, dice la mujer, que es jubilada y trabajaba como secretaria del Instituto Tecnológico del Istmo.
Tan sólo en Juchitán, se reportan al menos 4 mil viviendas con daño parcial o total, según la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu). Una tragedia que dejó más de 60 muertos.
A pesar de que los hoteles están repletos de funcionarios federales, los reclamos de abandono por parte del gobierno son una demanda recurrente en toda la región. Algunos incluso reconstruyen sus casas con el cascajo que quedó tras el terremoto.
Pero en todo el Istmo de Tehuantepec, los efectos del terremoto dejaron 800 mil damnificados y al menos 40 mil viviendas afectadas, según el gobierno estatal.
Una de ellas fue Ana Rosa Rodríguez, quien dormía en casa con sus dos hijos pequeños y su esposo cuando ocurrió el terremoto. Esa noche tuvieron que dormir en la calle. Al día siguiente se trasladaron al albergue ubicado en una escuela del poblado de Unión Hidalgo.
“La experiencia es horrible. Se cayó el techo de mi casa y salimos corriendo a ver a dónde nos íbamos, porque no teníamos dónde ir”, narra desde uno de los catres en los que ha pasado las últimas noches.
“Nos dieron dónde nos quedáramos, a mi niño le dieron sus pañales, su leche, sus toallitas húmedas”, cuenta Ana, quien antes del terremoto trabajaba vendiendo comida mientras su esposo lo hacía en el campo.
“Dicen que nos van a dar dinero y nos van a hacer la casa, pero nada más a los propietarios. Yo no tengo terreno propio, pero nosotros también perdimos casa. No sabemos dónde vamos a meter a nuestros hijos cuando acabe este apoyo”, señala preocupada.
“Los primeros días sí nos daban comida, bien, bien, pero como que ahorita ya… Desde que llegaron los de la Marina, como que más nos atiende la Marina”, manifiesta mientras se queja de que a pesar de haber muchos garrafones de agua dentro del albergue, las autoridades encargadas de repartir la ayuda a veces niegan el acceso a dichos víveres. “El gobierno estatal manda bastante, pero esta gente es la que no. Les está doliendo dar, pues”.
Organizaciones civiles como Código DH, ProDesc y Oxfam denunciaron que tras una visita a la región del 11 al 14 de septiembre, pudieron atestiguar y documentar la falta de coordinación gubernamental en la distribución de la ayuda humanitaria y el uso discrecional de los escasos recursos que han llegado.
De acuerdo con el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, su adminsitración ya ha comenzado los trabajos de demolición y reconstrucción de 63 mil viviendas y más de mil escuelas dañadas en la entidad. Se estima que los daños en Oaxaca tras los sismos tengan un costo cercano a los 16 mil millones de pesos.
Una vez censadas las viviendas dañadas en Santiago Laollaga, sumando esfuerzos con el @gobmx, vamos a reconstruir los hogares afectados. pic.twitter.com/zQdo1plGqd
— Alejandro Murat (@alejandromurat) 27 de septiembre de 2017
“No sé cuándo Juchitán va a estar otra vez” Pero incluso quienes no perdieron su casa, padecen los efectos del sismo. Tal es el caso de Rosario Ramírez, quien trabaja haciendo huipiles. Su esposo se dedica a fabricar joyería de fantasía. Aunque su casa sólo tiene algunas cuarteaduras, su familia se quedó sin ingresos, ante el clima de desastre que persiste en Juchitán, el centro comercial de la región cerró.
“El cielo se abrió y se cayó una bola de lumbre. Pensé que ya era el final. Pensé que habían aventado una bomba o algo así”, cuenta.
“Nosotros tenemos ganas de trabajar, pero ¿quién nos va a comprar? Necesitamos que la gente de otro lado nos apoye comprando lo que nosotros fabricamos para poder levantarnos, porque si nos quedamos así… no hay otra manera. Y también pienso en los niños, qué van a hacer. Esto es el principio. Ahorita le doy gracias a todos los que nos están apoyando, mandando despensa. Gracias a ellos tenemos un plato de comida. Pero ¿qué va a pasar más adelante? Esto es apenas el comienzo”, agrega.
Las calles del centro de Juchitán hablan de un pueblo en ruinas. Casi todos los edificios tienen las paredes resquebrajadas. El desastre se amplifica conforme uno se acerca a la plaza principal. A un costado de la presidencia municipal, que también sufrió daños severos, hay una farmacia completamente destruida, al igual que el mercado municipal. La gente sale a vender sus productos a la calle. Pero aunque han pasado más de 10 días desde el terremoto, al momento en que el HuffPost recorrió el lugar, algunos de sus pobladores aún no salían del asombro ante la magnitud de la catástrofe.
Es el caso de Fernando Orozco, de más de 80 años de edad que platica con amigos mientras contemplan las ruinas del palacio municipal durante el atardecer, justo cuando las parvadas de loros buscan refugio entre los agujereados paredones de la vieja sede de gobierno.
“La gente gritando, llorando afuera de la calle. Ya varios se acordaron de Dios. ¡Perdón Dios, perdón! Qué bárbaro”, cuenta don Fernando, quien trabajó como comerciante, pero como “ya está caduco”, ahora es cuidado por sus hijos.
Su casa queda a unas cuadras del centro de Juchitán, en la tercera sección. También se derrumbó. Cuando ocurrió el temblor, se paró de la cama y se quedó en el marco de la puerta, pues según reconoce, le cuesta trabajo caminar.
“Tengo ochenta y tantos años y yo no había visto esto. Es tremendo, es duro, es duro. La gente está viviendo en la calle. Es un desastre”, cuenta.
—¿Y cómo le hace ahora para vivir?— le pregunto.
—Pues ahí con ayuda de los vecinos, de la asistencia que van dando, por ahí vamos pasándola. Pero la ayuda es poco. No da. Hay familias donde no alcanza un litro de aceite, un kilo de arroz— afirma.
“No sé cuándo Juchitán va a estar otra vez. Yo creo que nunca”, agrega don Fernando.
Pocos días después, el Palacio Municipal de Juchitán, junto con el mercado municipal, sería demolido al entre los acordes de “La sandunga”.
“No nos dejen”
El 19 de septiembre, un nuevo terremoto sacudió el centro del país, destruyendo colonias enteras en la Ciudad de México, Morelos y Puebla.
Desde entonces, los pobladores del Istmo temen que la atención por el desastre se enfoque en la capital del país y deje desprotegidos a los habitantes de la región, donde la pobreza y la rapiña están a la orden del día. A pesar de los continuos patrullajes de la Policía Federal y el Ejército, quienes continuamente realizan rondines en camionetas con torretas y uniformados fuertemente armados, los robos son, paradójicamente, una de las principales preocupaciones de quienes han perdido prácticamente todo.
Por si fuera poco, un nuevo sismo con magnitud de 6.1 con epicentro en Unión Hidalgo, el pasado 23 de septiembre, sumó otros tres muertos y reavivó el miedo entre la población. Entre los daños se cuenta un puente en Ixtaltepec, Oaxaca, y el colapso de otras 50 casas.
VIDEO: Al ritmo de 'La Sandunga', derriban alcaldía de #Juchitán https://t.co/jZMxyQ9S87 #Oaxaca pic.twitter.com/hJSSbDXtsv
— Milenio.com (@Milenio) 27 de septiembre de 2017Desde el aire Ixtaltepec, puente que colapsó. En Juchitán, zonas afectadas, tras terremoto‼VAMOS #JUCHITÁN, VAMOS #OAXACA, SI SE PUEDE ‼