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URUAPAN, Michoacán, 11 de diciembre.- Erika Kassandra Bravo Caro tenía en mente convertirse en médico y nadie se extrañó cuando anunció la decisión hace casi un año.
Hija de una doctora especializada en ginecología y un hermano paramédico, se crió en un ambiente donde el tema del cuerpo humano era cosa de todos los días.
Familiares, amigos y conocidos aseguran que la joven Kassandra era amigable y altruista, por lo que desconocen los motivos de su atroz asesinato.
Como parte de la protesta, estudiantes de Enfermería acudieron al Congreso del Estado para exigir justicia por el asesinato de la joven Kassandra. (Raúl Tinoco/El Universal)
Hablar de enfermedades o del último caso de cáncer, dengue o diabetes en el hospital, o del herido que dejó un fatal accidente, era lo común durante el desayuno, la comida y la cena de la familia Bravo.
Pero Kassandra estaba enamorada de la pediatría y la ginecología.
Por eso y por comenzar a manejar su propia independencia, también trabajaba cuidando de manera independiente enfermos, niños y ancianos en sus ratos libres.
Le encantaban los niños y los ancianos que había visto en el Hospital Regional Pedro Daniel Martínez, donde hizo su servicio social de enfermería, o en el hospital privado El Ángel, donde tenía poco de haber ingresado como enfermera asignada al área de urgencias.
El primer día de diciembre de este año, justo dos días antes de que la secuestraran, había presentado su documentación para ingresar a la Universidad de Guadalajara, donde esperaba entrar sin problemas, debido al excelente desempeño escolar que le precedía y que según le había dicho a su hermano Valdemar, le resultaba papita.
Era la oportunidad de irse lejos y dejar atrás al muchacho que hace poco había conocido en la calle cuando salía del hospital y que le inspiraba algo de miedo, porque el hombre se había prendado de ella cuando la vio caminando por la calle y de mil maneras la había invitado a salir, sin obtener respuesta de la muchacha.
Las amigas de Kassy, como le llamaban con cariño sus conocidos, no tenían duda de que iría a la Universidad de Guadalajara a estudiar medicina y después pediatría o ginecología, como soñaba, y estaban preparando, desde ya, una gran fiesta de despedida.
Kassandra era una niña lista, amable, de carácter tranquilo y alegre; su pelo largo y castaño lo llevaba a veces rizado, en otras ocasiones planchado y a ultimas fechas trenzado sobre su espalda pequeña, porque otra afición que tenía era verse bien.
De hecho, estudió para cultura de belleza y también se pagó un curso para poner uñas sofisticadas y, como siempre, fue la mejor de las alumnas de esos cursos.
Kassy tenía una hermosa sonrisa, que desde hace un año llevaba con braquets, pero que no le impedían que contagiara de alegría a quienes la conocían.
Por eso era muy apreciada en el Centro Social de Jujutacato, donde iba a veces a bañar a los ancianos, y en los albergues para niños abandonados, donde prestaba su tiempo libre para peinar a las niñas y asear a los niños, sin recibir remuneración alguna.
Al contrario, a Kassandra la llamaban seguido para hacer labores altruistas, como recolectora de fondos para campañas como el Teletón o dinero para la Cruz Roja o los albergues de niños de la calle.
Kassandra nunca fue rebelde. Era comunicativa muy activa todo el tiempo y cuando no estaba en el hospital, se metía a algún curso de lo que fuera, la cosa era aprender algo.
Por eso aprendió a tocar guitarra y luego se metió a un curso de pintura; hacía lo que fuera por mantenerse ocupada.
Banana le decía de cariño su papá y así la recuerda, como una mujer ocupada y cariñosa, tranquila y muy comunicativa.
Un día antes de que desapareciera había hablado por teléfono con ella y se habían sonreído a través de la línea.
Todos recuerdan a Kassy como una chica agradable, que jamás estuvo metida en líos. Su hermano, sus colegas, sus amigos, todos quienes la lloran sin poder asimilar la saña de la que fue objeto, se expresan bien de ella.
No había motivo para matar a Kassandra, y menos como lo hicieron.
Sus hermosos ojos marrón y su cara todavía con rasgos de niña, quedó hecho un amasijo de sangre y carne molida, sobre el asfalto.
Nada quedó de su sonrisa franca.
“¡¿Por que?, ¡¿Por qué a ella?, ¿Por qué así?¡”, se repite interminablemente una amiga de la familia y cercana a la doctora Ángeles Marisela Bravo Navarrete, madre de Kassandra.
Nadie podrá contestarle eso a la doctora, ni a la familia.
Nadie podrá explicarse qué clase de conjeturas hizo su agresor para decidir, un día cualquiera, seguirla, acecharla y días después acorralarla cuando la encontró sola alrededor de las seis y media de la tarde, en esa parada de camión que está a pie de carretera, en una colonia polvorienta que apenas se está formando en una de las orillas de Uruapan.
Y luego: ¿qué le pudo haber dicho el asesino de Kassandra para convencerla de subir a un vehículo extraño?, o ¿la subió por la fuerza? Nadie sabe lo que sucedió aquel día.
Lo único exacto hasta ahora es que la chica estuvo tres días desaparecida y finalmente fue encontrado su cuerpo, justo a la entrada de Las Cocinas, una comunidad empobrecida del municipio de Uruapan, situada al pie de la carretera que lleva al municipio de Los Reyes.
Nadie sabe explicarse porque Kassandra salió ese miércoles tan sola de su casa de ladrillos, vestida con su filipina blanquísima, combinada con unos jeans.
Avisó, como lo hacía frecuentemente a su familia, que iría a cuidar a unos bebés, a una casa en la colonia El Mirador y nadie se extrañó porque eso hacía Kassy, cuidar a la gente, siempre se mostró como alguien altruista.
Su calle sin pavimentar de la colonia David Franco, luce ahora vacía.
Únicamente se asoman por la ventana los vecinos más osados, pero cierran sus cortinas y sus puertas inmediatamente ante la presencia masiva de los policías estatales, que han decidido cercar la casa y su perímetro, con el propósito de llevar al cabo una investigación.
Una amiga cercana a la familia relata que a cuatro días de la tragedia, ahora el dolor es más profundo: “La madre de Kassandra está deshecha. Su hermano tampoco quiere hablar. Comprendan, por favor”, pide a los reporteros.
A partir de la muerte de Kassandra, en la ciudad de Uruapan se ha desatado una ola de rumores que hablan de la desaparición de muchas jóvenes, mujeres sobre todo, en un Estado que ocupa el tercer lugar en feminicidios.
Los reporteros locales señalan que muchas muertes violentas no se denuncian en este lugar, en donde en el año 2006 aparecieron tiradas cinco cabezas en una pista de baile o más recientemente en marzo del año pasado, recién llegada la primavera, abandonaron siete cuerpos, sentados tétricamente en sillas de plástico sobre la avenida principal.
Tres días antes del asesinato de Kassandra apareció en el vecino municipio de Ziracuaretiro una mujer lapidada, a la que le prendieron fuego y que la policía encontró cuando el cuerpo aún estaba en llamas.
Hasta el martes fue identificado con nombre y apellido esa mujer: María Elena Mojica, de 33 años de edad, quien trabajaba en un taller mecánico de la ciudad de Uruapan y presuntamente había sido sacrificada por su preferencia sexual.
Tanto Kassandra como María Elena fueron asesinadas con una saña brutal y nadie sabe el motivo y eso asusta más.
La gente en Uruapan guarda total silencio. Se calla. No habla en voz alta ni frente a desconocidos y señala que en estos asesinatos, como en los que se presentan en todo el territorio nacional, “ya no son casos aislados”.
El cuerpo de Kassandra fue llevado al panteón municipal el domingo pasado, donde acudieron miles de personas que la conocían y otras que no, pero que igual la lloraron imaginando su muerte atroz e innecesaria.
En la plaza principal de esta ciudad, que huele a café y miedo, unas veladoras y unas flores marchitas han sido colocadas en las columnas de La Pérgola, a manera de altar para Kassandra, justo a espaldas de la Plaza de Los Mártires de Uruapan. (El Universal)