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¿Cómo podemos saber hoy si el que está a nuestro lado es un criminal, real o en potencia? Imposible: somos ineptos para la captación de lo que tienen en mente los humanos que nos rodean. Eso salva a algunos de no ser automáticamente rechazados donde sea que pretendan esconderse.
Todos los días se oyen críticas al gobierno mexicano porque insiste en utilizar las fuerzas del ejército para combatir a los delincuentes organizados.
Pero el ejército no cuenta con tecnología para "leer mentes". Hoy, el tema, es de ciencia ficción, aunque no está tan lejos de ser real.
Sabemos hoy que el cerebro emite ondas de frecuencias imperceptibles para nuestros oídos u ojos. No las podemos ni ver ni oír. Pero, hay personas que han logrado desarrollar cierta hipersensibilidad y son capaces de captar esas ondas y "sentir" que algo no está bien cuando está cerca una persona "torcida". ¿Será por las ondas que emiten las personas?
Nada lo puede descartar. Hoy es una hipótesis con algunos estudios a niveles muy elementales de interés y probablemente sin la aprobación de los departamentos que se encargarían de conseguir los fondos para el desarrollo de este tipo de tecnología.
Algunos optimistas piensan que es un hecho: esta tecnología está "a la vuelta" y será lo único que salve a la humanidad del estado próximo al caos total en que hoy se encuentra.
¿Quiénes son los buenos y quiénes los "malos"? Es decir, ¿en quién se puede confiar? Se sabe que aún las relaciones más estrechas, que han durado por años, de pronto son rotas por la traición de una de las partes. Y esto es aún más frecuente entre las personas cuya "ética" es totalmente utilitarista y sujeta a la posibilidad de vigilancia. Es decir, una ética que depende de que los demás puedan "vigilarte" para que no rompas las reglas.
Alguien argumenta que no existe el bien o el mal, sino que se trata de condiciones relativas según los intereses de cada quien. Otros aseguran que a falta de una buena definición —aceptable para todos— del "bien" y el "mal", se firma el pacto social: la ley.
Entonces intervienen los que argumentan que "la ley" tampoco es objetiva, porque está hecha a la medida de "alguien". ¿Quién hizo la ley? Seguro que a ése le conviene la ley pero no tiene por qué convenirme a mí también...
Este argumento haría que diéramos vueltas como un perro que corre tras su propia cola. Es necesario llegar a un punto de acuerdo. En 1948, más de 100 naciones unidas en las ídem, acordaron la carta de derechos humanos básicos. Gracias a ese acuerdo hoy es fácil saber cuándo un gobierno está violando algo que está ya descrito en la carta. No hay aún mecanismos efectivos para evitar que las violaciones se den. Aquí, en nuestra pacífica provincia se violan esos derechos básicos todos los días. Son violaciones perpetradas por individuos que creen que el poder de un escritorio en el gobierno es para servirse de los demás. Así clausuran negocios e impiden que éstos se abran hasta pagarles a esos funcionarios sus mordidas respectivas. ¡Lo están haciendo todos los días!
Pero hay gente en nuestra sociedad que no haría tal cosa. ¿Cómo podemos detectarlos en forma automática? ¿Cómo podemos saber, sin el peligro de disturbar la vida de verdaderos inocentes, cuáles son las personas que se "torcerán" y violarán las normas?
Ha sido el gran problema de miles de años de civilización: detectar al traidor de la norma. Las personas capaces de traicionar deben tener alguna característica factible de ser percibida desde sus cerebros, alguna característica que los hace diferentes de aquellos que no traicionarán la norma.
Y es que en sociedades con poco criterio, al que está en desacuerdo con la norma se le juzga casi igual que al que transgrede la norma a escondidas o buscando que no se le descubra. ¡Y son dos personas tan diferentes! Éstos deben ser detectados con facilidad, o de lo contrario corremos el riesgo, como sociedad, de dañar a los que sólo hacen el bien o evitan a toda costa la proliferación del "mal".
Algunos opinan, desde luego —éstos no podrían faltar— que un mecanismo para captar esas ondas cerebrales acabaría con la privacidad del ser humano. Son dudas que sólo pueden apagarse ante hechos consumados.