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(Ésta es una serie basada en el libro "Cuentos chinos", de Andrés Oppenheimer. Es conveniente leer el artículo anterior si aún no lo ha hecho)
El funcionario chino —jovial, alegre, siempre con una amplia sonrisa en el rostro— cambió el semblante cuando le lanzamos la pregunta: ¿y el comunismo, en dónde quedó?
Era una pregunta obligada. Llevaba toda la mañana mostrándonos las maravillas capitalistas de la China del 2005...
China se está desarrollando a velocidades vertiginosas comparadas con las tendencias de los países latinoamericanos. ¿Qué está haciendo China diferente a lo que se está haciendo en nuestros países?
Respuesta: todo.
Sí, claro que sí se obtuvo una muy seria respuesta del funcionario chino que acompañaba al grupo de investigadores. Repito: fue una respuesta que se hizo después de un cambio muy acentuado de semblante.
Serio, pensativo, concentrado, observándonos cuidadosamente —como vigilando que no dejáramos de atender lo que nos diría— nos lanzó la respuesta:
"El comunismo es nuestra meta ideal. A eso debemos llegar en unos 200 o 300 años. Ya ven ustedes que Carlos Marx lo dice claramente: sólo una sociedad totalmente desarrollada puede transformarse en comunista."
Algunos pretendieron increpar al amable acompañante: ¡Nos estás cuenteando...! China es más capitalista que cualquier otra nación del mundo.
Él, en calma, pero con absoluta seriedad, nos explicó: "El estado chino moderno es socialista en toda su estructura, con plena consciencia de lo que significa el desarrollo económico y la productividad en general para provocar el bienestar generalizado".
No había duda alguna en su semblante. Su explicación dejó entrever que esa combinación retórica que los chinos le están dando a su modelo —altamente pragmático— no genera una sola duda entre la gente.
Los países latinoamericanos han pasado durante los últimos 20 años por experimentos democráticos que han generado, a final de cuentas, grandes desilusiones. El neoliberalismo es el término intelectualoide que han diseñado para desdeñar este sistema que exige un aumento constante de productividad, necesidad de cierto ascetismo —disciplina del ahorro— y ningún reparo en el gasto en la educación.
Pero este sistema genera, conforme la sociedad se va desarrollando, grandes abismos o contrastes: algunos se van enriqueciendo en tanto que otros permanecen igual, haciendo muy visibles los contrastes.
En China nadie esconde los grandes contrastes que el proceso de desarrollo está generando. Ya hay más de 15 millones de personas que tienen 10 millones de dólares o más, en tanto que 1100 millones —de un total de 1300— viven con unos cuantos dólares al mes.
Desde luego, en China no hay partidos políticos, sino 1 partido político. En los pueblos o comunidades más pequeñas se dan elecciones para encontrar y colocar a los responsables de los gobiernos locales. A nivel nacional, el partido único —el partido comunista— no admite desviaciones o competencia. Sin embargo, su organización interna, su estructura de funcionamiento, es básicamente democrática, en el sentido de que los miembros participan y se respetan tanto los votos por su número como por su calidad para tomar decisiones.
En Latinoamérica aún estamos buscando la definición correcta de democracia. O bien, la cancelamos totalmente —Venezuela, Cuba— pero sin promover lo que básicamente se busca en China: productividad, ahorro y obediencia a la ley. O bien, nos mareamos con ella, como sucede en México, en donde hemos logrado perfeccionar el conteo de votos, pero no la aceptación de los resultados por más nítidos y transparentes que éstos sean.
Sería imposible encontrar un movimiento de huelga en China. Sería radical y absolutamente reprimido por el estado comunista. Y menos dentro de un momento de crisis económica —como sucede con la huelga de VolksWagen en Puebla, México, el día de hoy.
La explicación es muy sencilla. Si hay 1100 millones esperando turno para entrar a ese mercado de trabajo y entregar más de 12 horas cada día —con disposición total a pasar las noches en el lugar de trabajo— una huelga no tiene sentido. Si a alguien no le gusta el trato que recibe, ¡se puede ir a su casa, a su pueblo! En fin que hay millones esperando entrar.
Un trabajo que comienza todos los días a las 7 de la mañana para terminar a las 11 de la noche ¡es un gustazo para quien lo consigue! Es parte del salto hacia el desarrollo.
¿Deberíamos optar en nuestros países de América Latina por dictaduras de productividad como la que hoy está haciendo que China nos gane la gran mayoría de inversionistas?
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(Este artículo es de una serie. Es conveniente leer el siguiente.)