809 palabras
Reportaje de Pablo M. Díez, enviado especial de ABC a Indonesia
BALI, 19 de agosto.- El turismo sexual no es sólo cosa de hombres. Cada año, miles de mujeres de todo el mundo viajan hasta la paradisíaca isla de Bali, en Indonesia, en busca de románticas puestas de sol en playas de arena dorada y templos hinduistas entre terrazas de arroz, pero también de sus donjuanes de ojos rasgados. Estos no son otros que los jóvenes «surferos» locales que abarrotan la playa de Kuta, la más concurrida de Denpasar, la capital de la isla.
Con sus largas melenas al viento, sus tatuajes sobre la piel morena y luciendo músculos y abdominales, resultan inconfundibles en los chiringuitos donde alquilan tablas de “surf” o venden bebidas a los turistas, que en realidad no son más que una sombrilla bajo un cocotero con un par de sillas de plástico.
Los simpáticos y atractivos jóvenes balineses abordan a las turistas extranjeras en la popular playa de Kuta. (Foto PABLO M. DÍEZ)
Desde allí, y con la simpatía propia de un «asian lover», abordan a toda fémina que se les cruce. «¡Guapa, ven aquí! ¿Te gusto?», llaman en inglés lanzando besos al aire o tocando canciones de amor con sus guitarras. Un método poco sofisticado, pero efectivo, a tenor de la abundancia de parejas mixtas que se ven por Bali. Casi siempre, el patrón suele ser el mismo: un guaperas cachas (traducción, por favor) y una rubia de buen ver montando un ciclomotor al que han anclado una tabla de «surf».
Junto a estas jovencitas, mujeres más maduras de Europa, América, Australia y Japón también acuden a Bali buscando amor. Muchas de ellas, que han superado la barrera de los 40 o los 50 entre deprimentes divorcios e hijos emancipados que «pasan» de ellas, recurren a todo tipo de regalos para mantener a sus jóvenes amantes: motos, ropa de marca, tablas de «surf», cenas en restaurantes de lujo y hasta el alquiler de un apartamento.
«Algunas incluso se llevan a los chicos a su país para casarse con ellos», nos explica Ompong, un pintoresco «gigoló» con el pelo oxigenado, mientras compartimos unas botellas de cerveza Bintang en su puesto de la playa. Como su propio nombre indica en bahasa, el principal idioma de Indonesia, le falta un diente que se rompió “surfeando”, pero insiste en que no es ningún inconveniente para besar a mujeres venidas de todos los rincones del planeta.
«Estados Unidos, Inglaterra, Suecia, Rusia, Alemania, Italia, España...», la retahíla de países se antoja interminable. Sin duda, Ompong ha aprendido más Geografía en esta playa que en el colegio. A sus 27 años, hace tiempo que dejó su sacrificado empleo como carpintero en la vecina isla de Java, donde ganaba 1.5 millones de rupias (128 euros) al mes, por este trabajo mucho más relajado, agradable y, encima, al aire libre.
«Aquí gano mucho más, pero no por el sueldo ni por las propinas, sino pescando extranjeras», confiesa risueño, simulando que lanza una caña al aire y luego recoge el carrete. Así es como define su ocupación Ompong, que sale todas las noches por los bares y discotecas de Kuta, plagados de australianos donde, en octubre de 2002, los islamistas radicales pusieron dos bombas que mataron a 200 personas.
«Las mujeres vienen aquí a pasarlo bien porque la vida es corta y hay que disfrutar, pero algunas mañanas ni siquiera sé con quién me levanto», se pavonea este deslenguado «playboy» de playa, cuyo perfil encaja en los denominados «cowboys de Kuta».
Hace dos años, un documental titulado «Cowboys en el paraíso» (enlace a tráiler) desató una fuerte polémica al retratar este aspecto menos conocido de Bali. A su director, el singapurense Amit Virmani, se le ocurrió la idea de entrevistar a los «gigolós» cuando un niño de 12 años le confesó que de mayor quería trabajar «satisfaciendo sexualmente a mujeres japonesas». Tras el estreno, la Policía llevó a cabo una surrealista redada en la playa: eran sospechosos todos aquellos jóvenes locales en bañador y con pinta de «surferos». Pero los «cowboys de Kuta« ya han vuelto para «pescar a las extranjeras» que caen rendidas a los encantos de Bali.