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México (19 de abril).-
A pesar de la tenaz labor de cientos de socorristas, el martes comenzaron a reducirse las posibilidades de hallar más sobrevivientes al feroz terremoto que golpeó la costa de Ecuador el fin de semana y que dejaba más de 400 fallecidos.
Ayudados por perros entrenados y potentes retroexcavadoras, los expertos seguían buscando víctimas entre el tropel de ladrillos y fierros retorcidos, pero los gestos de desazón los delataban: las reglas de búsqueda indican que las primeras 72 horas son vitales para encontrar con vida a desaparecidos.
“Mañana (martes) cumplimos tres días, que es lo que se ha establecido, de acuerdo a los protocolos internacionales, para descartar la existencia de seres humanos con vida”, dijo la noche del lunes el ministro del Interior, José Serrano, en Pedernales, la más golpeada de las ciudades ecuatorianas.
El lunes, el presidente Rafael Correa recorrió los más de 200 kilómetros de franja costera afectada por el devastador sismo de 7,8 de magnitud y dijo que la reconstrucción llevará años y costará “miles de millones de dólares”.
Aunque la dimensión del daño todavía no era clara, el desastre natural probablemente complicará el desempeño económico 2016 de Ecuador, el miembro más pequeño de la OPEP, ya golpeado por el desplome de los precios del crudo.
Las imágenes se repetían a lo largo del litoral: sobre calles en las que se levantaban casas, edificios y hasta hoteles, ahora se apilan toneladas de escombros. Miles volvieron a pasar la noche a la intemperie por temor a que las réplicas, que no dejaban de sucederse, tumbaran sus maltrechos hogares.
“Hay cuerpos aplastados en las edificaciones y, por el olor, es evidente que están muertos”, dijo a Reuters el capitán del ejército Marco Borja, en el pequeño poblado turístico de Canoa.
El terremoto que azotó Ecuador la noche del sábado, el más devastador en casi 40 años, también dejaba unos 2.658 heridos y 231 desaparecidos que podrían engrosar la lista de fallecidos.
ESPERANZA
No es la primera vez que Pedernales, un poblado costero de 55.000 habitantes emplazado en el noroeste del país, vive una tragedia.
Durante la década de 1980, la ciudad prosperó impulsada por el boom camaronero, uno de los principales rubros de exportación del país pero, una década más tarde, se fue a pique tras la enfermedad de la mancha blanca, un virus devastador que causa gran mortalidad en los crustáceos.
A pesar de todo el pueblo se repuso y, gracias a miles de bañistas que empezaron a llegar atraídos por las cálidas aguas del océano Pacífico, pasó a subsistir del turismo.
Y aunque el devastador sismo derribó más del 70 por ciento de las viviendas de la ciudad y dañó gravemente las restantes, las autoridades esperaban que el pueblo volviera a resurgir de entre los escombros.
“No descansaremos en esta labor por recuperar y rescatar a nuestros ciudadanos, somos un país fuerte y saldremos fortalecidos”, dijo el ministro Serrano, visiblemente afligido.
Nora Olarte, tía de Jairo, un adolescente de 15 años desaparecido, esperaba el lunes que los rescatistas le dieran una alegría. Pero a medida que avanzaba la noche, las esperanzas se diluían.
Alrededor de Olarte y su sobrino, el hermano de Jairo, una multitud se agolpaba tras la zona acordonada esperando noticias.
“La mamá no quiere creerlo. Ella todavía tiene esperanza que siga vivo”, dijo Olarte revelando que la madre de Jairo pidió más temprano, de rodillas, que su hijo sobreviva. “Eso me hace doler el corazón, como yo también soy mamá”.