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México (18 de abril).-
Como guión de Hollywood, el que de antemano llegó, elegido por la audiencia, como el malo de la película, tuvo que rumiar la derrota sentado mientras una furia estallaba en las gradas, Rafael Márquez, no pudo vivir uno de los últimos clásicos de su carrera con la frente en alto.
Minimizar el partido más importante de la Ciudad, el Chivas-Atlas, te da pasaporte directo para ser el enemigo número uno de la tarde, la afición es sensible, no perdona desplantes. El viejo Káiser tocaba el esférico y el rugido de la bestia de mil cabezas, transformado en abucheo, le recordaba que a veces hay que cuidar las palabras.
Rafa parecía incomodo, se acomodaba el gafete de capitán como si la responsabilidad no le encajara bien, pese a que la ha tenido consigo toda la vida en Selección y hasta en los equipos internacionales en los que le ha tocado jugar.
Del otro lado, otro capitán, Omar Bravo era todo pundonor, la veteranía, el liderazgo y la casualidad deportiva los colocó codo a codo en este partido. Rafa sobre Bravo, con marca férrea, aunque superado en varias ocasiones por la velocidad del mochitense.
Un clásico hierve la sangre, pero cuando los años pesan ese calor te hace más lento. Desde la banca, aparentemente, el timonel Matías Almeyda interpretó esto y mandó a descansar a Bravo, quien pasó el gafete a Carlos Salcido. Márquez siguió el mismo camino, se tocó la ingle y haciendo un rehilete con las manos pidió a Gustavo Costas el relevo.
Márquez, el villano del día, tuvo que ver desde la banca como su imagen de estandarte se difuminaba y salir del estadio sin dar su versión de lo ocurrido, levantando el pulgar como disculpa, ir a casa, olvidar lo ocurrido o aprovechar la oportunidad para recordar y extrañar las decenas de clásicos con el Mónaco, el Barcelona o el Tri en los que sí salió victorioso.