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México (22 de marzo).- “Soy el único testigo de ese pequeño ‘robo’ que hizo Bergoglio al tomar el rosario del ataúd del padre Aristi”, dice este sacerdote sacramentino.
Andrés Taborda es argentino y vive en Roma, pero durante años sirvió en la Basílica del Santísimo Sacramento de Buenos Aires, donde vivía y confesaba José Ramón Aristi, a quien Francisco, en abril de 1996, “robó” una pequeña cruz del rosario, que lleva siempre consigo, tal como él mismo lo contó públicamente.
El Papa hizo esta revelación el pasado 6 de marzo, durante un encuentro con sacerdotes romanos, a los que estaba aconsejando, como suele hacerlo con frecuencia, ser misericordiosos con los fieles.
Ahora, Andrea Tornielli, el vaticanista de La Stampa, revela en su sitio especializado, Vatican Insider, la explicación del sacerdote que fue testigo de ese momento.
El padre José Ramón Aristi era un confesor famoso en Buenos Aires. Casi todo el clero se confesaba con él. Incluso cuando Juan Pablo II fue a Argentina y pidió un confesor, fue este sacerdote el elegido. “Fue Provincial de su orden, profesor… pero siempre confesor, siempre –contó el Papa. Y siempre había cola ahí, en la Iglesia del Santísimo Sacramento”.
El Padre Aristi murió a los 97 años el día de la vigilia de Pascua de 1996. Por entonces, Jorge Bergoglio era obispo auxiliar y vicario general de la diócesis de Buenos Aires. Al recibir la noticia, fue a visitar a su confesor recién fallecido.
Así lo contó: “Era una Iglesia grande, muy grande, con una cripta bellísima. Bajé a la cripta y estaba el ataúd, solo había dos viejitas que rezaban… no había flores. Y pensé: ‘Pero, este hombre que perdonó los pecados de todo el clero de Buenos Aires, incluso los míos, ni siquiera tiene una flor…’ Salí y fui caminando a una florería y compre unas flores, rosas… Y regresé. Empecé a preparar el ataúd con las flores…Y entonces vi el rosario que tenía en las manos… Y me vino inmediatamente a la cabeza (ese ladrón que todos llevamos dentro, ¿no?), y mientras arreglaba las flores, tomé la cruz del Rosario, y la arranqué con un poco de fuerza. En ese momento lo miré y dije: ‘Dame la mitad de tu misericordia’”.
“¡Sentí algo fuerte que me dio el valor para hacerlo –explicó el Papa–, y para hacer esta oración! Y luego, esa cruz me la metí aquí, en el bolsillo. Las camisas del Papa no tienen bolsillos, pero yo siempre llevo una bolsita de tela pequeña, y desde entonces hasta ahora, mi mano se dirige aquí, siempre. ¡Y siento la Gracia! Siento que me hace bien. Hace mucho bien el ejemplo de un sacerdote misericordioso, de un sacerdote que se acerca a las heridas…”.
“Aristi era de verdad un sacerdote misericordioso y sabio”, recuerda ahora el padre Andrés Taborda. “Era muy bien querido, porque sabía ser comprensivo. Confesaba en nuestra basílica en Buenos Aires cada lunes, y muchísimos sacerdotes iban con él. Yo lo conocí en 1968, fue él el que me recibió en la orden, porque era el provincial de los sacramentinos para la Argentina, Uruguay y Chile”.
El padre Taborda recuerda aquella tarde de Pascua de hace 18 años cuando estaban velando al famoso confesor. “Nos encontramos allá, en la cripta, al lado del ataúd del padre Aristi –cuenta el sacerdote–, y todavía veo la figura ascética de Bergoglio, que entonces era muy flaco. Recuerdo que dijo: ‘Fue mi confesor, con este rosario en la mano absolvió a muchísimos pecadores; no es posible que se lo lleve bajo tierra…”. Por eso el aún insospechado futuro Papa decidió tomarlo y pedir al difunto un poco de su misericordia.
Pero en opinión de Taborda, hay una razón precisa por la que Bergoglio quiso justamente ese rosario, y por la que lleva siempre esa cruz junto al corazón. “El padre Aristi –explica– daba a los penitentes el rosario con la pequeña cruz mientras se confesaban, después la usaba para absolver y al final los invitaba a besarla. Es decir, ese rosario y ese crucifijo fueron testigos de un río de gracia”.
Es muy posible que el propio Juan Pablo II haya tenido esa cruz en sus manos y la haya besado.
Aristi, recuerda Taborda, “tenía una sensibilidad especial para los pobres, y entre ellos suscitó muchas vocaciones religiosas”.
El confesor admirado por Bergoglio era de origen vasco, había nacido en 1889, y llegó a Argentina siendo todavía estudiante. Ingresó al noviciado de los sacramentinos. Su hogar fue la enorme Basílica del Santísimo Sacramento -en la que se casó Diego Armando Maradona. Dirigía el coro de los huérfanos que cantó durante las liturgias del XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires (en octubre de 1943), en el que participó como delegado papal el entonces cardenal Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII.- (Infobae)