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El señor que habla se llama Ricardo Cantú y representa en forma importante a un partido político en México. El señor que habla está convencido de que las cosas en México continúa arreglándose en lo oscurito, por debajo de la mesa. Para este señor México sigue estancado en 1970. Nada ha pasado.
La aseveración más tonta podría ser esta de que Calderón pactó con Peña Nieto hace 6 años la entrega de la presidencia. Entonces, ¿Calderón y Corral están locos de remate? ¿Por qué pelear públicamente, llamándose entre sí cobardes y fracasados si el pacto ya estaba hecho de entregar la presidencia en 2012?»»»
Es obvio que Calderón estaba en cierta forma seguro de que su partido, el PAN debería ganar de nueva cuenta la presidencia de México. Para él ha sido un golpe muy fuerte el ver que después de hacer un gobierno que sale airoso de la peor crisis de los últimos tiempos a nivel internacional, después de haber sido felicitado en todos los ámbitos internacionales, ¿se rechace la opción de su partido? ¡Eso era impensable para Felipe Calderón! No se lo esperaban.
Ellos no creían lo que las encuestas traían. Pero ellos sí creen en lo que los ciudadanos que cuentan los votos informan como resultados finales. Y los resultados finales le dieron a Peña Nieto 38.02% del total de la votación. Es la primera vez en la historia que el PRI va a gobernar con menos de 40%.
No hubo tal pacto y Calderón está fuertemente molesto, disgustado, frustrado, por los resultados que se están viendo en todo el país. No se la puede creer. No puede creer que el PAN esté perdiendo por todos lados, a pesar de los resultados, muy diferentes obtenidos por los gobiernos del PAN en todos los lugares que ha gobernado, sean estos ciudades o estados, y la nación misma.
Pero, ¿pacto? ¡Por favor! ¿En dónde viven las personas como Ricardo Cantú? ¿Qué ven? ¿De dónde pueden detectar esa realidad tan ficticia que describen? Además, si creen que seguimos en el mismo México de hace 50 años, entonces es hora de que ellos hagan algo realista para cambiarlo. Yo no podría soportar un solo día con ese México sucio, corrupto y oscuro de hasta antes de 1997 (o por allí, pues).
Hoy la agenda para mejorar México ya no radica en combatir los pactos oscuros. Ya vimos que todos los que el PAN intentó hacer con el PRI, no funcionaron. Es decir, no puede funcionar nada que se acuerde con una entidad que jamás piensa cumplir su parte. Y esa fue siempre la actitud del PRI: jamás pensaron cumplir. Se rieron a carcajadas de los pactos celebrados con los ingenuos panistas. No se imaginaron jamás que los priistas llegarían a ese grado de cinismo. Pero ahora ya lo han aprendido.
México, en 2012, no es ni remotamente el México de hace 15 años. Es un país que ha cambiado en forma sostenida. Muchas cosas en la cultura mexicana no han cambiado. Eso es innegable. No se puede tapar el sol con un dedo. Por desgracia, el mexicano lleva en lo que podríamos llamar, su estructura cultural mental, la sentencia de que quien no transa, no avanza. Es una sentencia que implica la necesidad de que las cosas se manejen con corrupción para que puedan funcionar bien.
Empresarios hay que han declarado abiertamente que prefieren la transa porque es más fácil de controlar. O sea, son personas con un alto grado de cinismo que declaran con la libertad de expresión de que gozamos todos. Ellos son solo el reflejo de lo que ese espíritu cultural mexicano promueve entre la población.
En las escuelas, sin embargo, ¿se ha hecho lo mínimo que se esperaría? Pensamos algunos que allí está el más grave problema nacional: la educación.
En tanto el control de los instrumentos de que se vale México para tratar de tener población con un sentido alto de educación ha sido un total fracaso, las enormes cantidades de dinero público que se van al tema, ¡se han tirado! Las instituciones educativas han hecho como que educan, aunque el pueblo mexicano, en conjunto, sí ha pagado un precio alto sin resultados.
Aquí ni siquiera podemos hablar de resultados mediocres. No, ¡qué va! Eso sería darles un tanto de Mérito. Sería falso.
Los resultados obtenido por los sistemas educativos mexicanos han sido un fracaso total. Y esto es así en todos sentidos.
¿Ha visto usted alguna vez la forma en que redactan los mexicanos en las redes sociales —Twitter, Facebook—? Se ha salvado de un fuerte elemento para provocarle vómito continuo por un buen número de días. La capacidad de redacción es nula; la de puntuación es inexistente; el manejo del vocabulario es ridículo; la ortografía refleja, en grado superlativo, la deficiencia de este engaño en la educación que hemos sufrido en México.
¿Se pueden fincar responsabilidades?
En la medida en que la gente es incapaz de leer entre líneas y de captar lo que realmente sucede, o, sencillamente es incapaz de cuestionar lo que aparece como la verdad última, estamos ante un pueblo que no puede considerarse maduro para que se le entregue el voto efectivo.
Sería mejor que los gobiernos se formaran por consejos de ciudadanos genuinamente interesados en un país de calidad y no por políticos, todos ellos —en su gran mayoría, pues— expertos en una u otra forma de simulación y con poca capacidad de entender lo que realmente requiere el país.
Son todos los ciudadanos que tienen la capacidad o la voluntad de comprometerse en entregarle horas al país para que las decisiones que se tomen realmente redunden en beneficio del país en su conjunto. Son pocos y eso se refleja por la ausencia de calidad participativa en los foros de las redes sociales cibernéticas.
Las palabras de Cantú son un reflejo claro, obvio, de esa incapacidad de distinguir la simple realidad —la que se puede medir por todos con los mismos instrumentos y obtener los mismos resultados— y lanzar una opinión totalmente infundada en los hechos que hemos vivido, todos los cuales apuntan exactamente en dirección opuesta a lo que él afirma.
A menos que esté en juego, una vez más, el carácter simulador del político clásico, en cuyo caso Cantú viene a ser la otra especie que tampoco le conviene a México: el político típico, un gran simulador, capaz de salir a la calle y mover gente en base a falsedades.