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Su nombre completo era Agustín María José Francisco de Jesús de los Ángeles Melgar Sevilla. Nació probablemente el 28 de agosto de 1829, porque su fe de bautizo certifica que recibió el sacramento al día siguiente, día 29.
Agustín Melgar: la vida por la patria
Huérfano de padre, el 4 de noviembre de 1846 solicitó ser admitido al Colegio Militar deseoso de pertenecer a la gloriosa carrera de las armas en la que su padre sirvió y murió. Acompañó a su solicitud el certificado del profesor de primeras letras quien hizo constar que Agustín sabía leer, escribir y las cuatro reglas de aritmética, así como el del médico, quien no encontró en su naturaleza vicio corporal ni enfermedad aguda que lo inutilice para la carrera militar.
Como seguramente su madre se quedó en Chihuahua, en la Ciudad de México, una hermana suya, de nombre Mercedes, se comprometió ante las autoridades del colegio a que Agustín se presentaría al plantel con la decencia necesaria. La solicitud fue aprobada y Agustín Melgar sentó plaza de alumno el 7 de noviembre de 1846.
Un hecho cierto, elevado a la novela y al cinematógrafo con el nombre de El cementerio de las águilas, es que Agustín Melgar desertó del Colegio Militar el 4 de mayo de 1847 y causó baja del plantel por haber faltado al acto de la Revista de Comisario y no haber justificado su ausencia. La fantasía ha suplido la falta de información y se ha atribuido la deserción a la romántica exigencia de una novia o bien al extravío de una juvenil aventura que terminó mal. Se desconoce lo que haría Melgar entre los meses de mayo y principios de septiembre, pero el día 9 de ese mes, se presentó de nuevo en el Colegio, pidió ser admitido y se le recibió en calidad de agregado. Esta conducta, sin duda meritoria, ha sido calificada como la más pura expresión de amor a la patria.
En Chapultepec, el 13 de septiembre, Agustín Melgar fue uno de los cadetes que, siguiendo la inspiración de demostrar su valor y su honor, decidió quedarse en Chapultepec a las órdenes del sargento de alumnos Ignacio Molina. Es indudable la razón de su proceder: había desertado antes y no tenía otra posibilidad para reivindicarse que batirse denodadamente con el invasor. Peleando hombro con hombro con sus compañeros cadetes, Melgar resistió hasta el final y fue, quizá, él último en caer acribillado por las balas del invasor. También sería el último en morir días más tarde.
Sobre la actuación de Agustín Melgar en Chapultepec abundan los testimonios, aunque contradictorios. Por ejemplo, Teófilo Noris dice lo siguiente: Agustín Melgar se negó a rendirse alegando que aún le quedaban tres cartuchos. Como el oficial no podía obligarlo, lo dejó en libertad para hacer lo que gustara; entonces Melgar se separó de las filas y se metió a un cuarto de la misma finca que servía de biblioteca; cuando los estadounidenses abrieron la puerta les hizo fuego y mató a uno; en seguida le dispararon varios tiros. Luego, como Melgar, aunque mal herido todavía vivía, los estadounidenses lo condujeron al hospital, donde le amputaron una pierna. Según Noris, Melgar falleció durante la intervención quirúrgica.
Ignacio Molina cuenta que al final de la batalla quedaban ocho cadetes, de los cuales dos se posesionaron de la sala central, que nos había servido como dormitorio; uno de ellos fue el simpático Agustín Melgar. Más tarde, cuando los seis acompañantes de Molina se vieron forzados a rendirse por estar rodeados cerca de la escalera, oímos disparos dentro de las piezas. Era el combate que sostenía nuestro digno compañero Agustín Melgar, quien haciendo fuego y dejando sin vida a uno de los asaltantes, había tratado de detener a la avalancha que descendía por la escalera del lado norte del mirador y que, perseguido por el enemigo, se parapetó detrás de unos colchones en nuestro improvisado dormitorio, haciendo uso certero de su fusil hasta quedar inutilizado por los balazos y heridas de bayonetas que recibiera, todas muy graves y de cuyas resultas y en medio de los más espantosos dolores sucumbió en la madrugada del día 14.
El único cadete del Colegio Militar que mereció que su nombre se incluyera en un testimonio estadounidense es precisamente Agustín Melgar. Un combatiente enemigo, el mayor Charles Winslow Elliot, refirió en una carta la sanguinaria conducta de las tropas invasoras que deseaban vengarse por las muchas bajas de días antes, en la batalla del Molino del Rey. Elliot, que conducía a sus soldados en el asalto a Chapultepec, describió así la escena: Una verdadera ola de infantería de uniforme azul y tiradores ligeros vestidos de gris escalaron el parapeto, irrumpiendo hasta dentro del castillo. Recordando la bárbara carnicería de los heridos del día 8, los asaltantes tomaron despiadada venganza en Chapultepec. Desde la azotea más alta, el último de los bizarros estudiantes, el heroico Agustín Melgar, manipulaba aún su rifle hasta que la ola azul llegó hasta ese elevado nido y lo envolvió. Este testimonio es de suma importancia, puesto que Elliot, protagonista de los hechos narrados, seguramente ordenó recoger el cuerpo herido de Melgar y dispuso su traslado al hospital; casi podría afirmarse que alcanzó a preguntarle su nombre, pues de otra manera no se explica por qué lo incluyó con tanta certeza.
No es posible determinar cuándo y a qué hora falleció Agustín Melgar. Quizá lo único cierto es que la muerte ocurrió en el hospital, donde le fue amputada una pierna. ¿Quién lo operó? El propio testimonio del doctor Rafael Lucio, médico del colegio, señala que no estuvo presente en la batalla de Chapultepec ni se presentó tampoco allí al día siguiente. Lo más probable es que lo haya operado un médico del ejército invasor.
Agustín Melgar tenía, al morir, 18 años recién cumplidos.