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NUEVA YORK, 29 de noviembre.- Tras más de cuatro mil años –casi desde el comienzo del tiempo del que hay registros, cuando Utnapishtim dijo a Gilgamesh que el secreto de la inmortalidad yacía en un coral localizado en el lecho oceánico– por fin el hombre descubrió en 1988 la vida eterna. En realidad, la encontró en el lecho oceánico. El descubrimiento fue hecho sin intención por Christian Sommer, un estudiante alemán de biología marina de poco más de 20 años. Sommer estaba pasando el verano en Rapallo, una pequeña ciudad de la riviera italiana, donde exactamente un siglo antes Fiedrich Nitzsche concibió “Así hablaba Zaratustra”: “Todo se va, todo regresa; la eternidad gira la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer...”
El ejemplar se convierte en pólipo y vuelve a producir una medusa. Enlace a vídeo.
Sommer realizaba investigaciones sobre los hidrozoos, unos pequeños invertebrados que, dependiendo del periodo de su ciclo de vida, parecen medusas o corales suaves. Cada mañana, Sommer practicaba snorkeling en las turquesas aguas de los acantilados de Portofino. Escaneó el lecho marino en busca de hidrozoos, recolectándolos con redes de plancton. Entre los cientos de organismos que encontró había una especie diminuta y relativamente desconocida que los biólogos llaman Turritopsis dohrnii. Hoy se le conoce con mayor frecuencia como la medusa inmortal.
Sommer mantenía a sus hidrozoos en platillos de Petri y observó sus hábitos de reproducción. Después de varios días notó que su Turritopsis dohrnii estaba comportándose de manera muy peculiar, para la que no tenía ninguna explicación posible. Hablando llanamente, se negaba a morir. Parecía envejecer al revés, volviéndose más y más joven hasta que alcanzaba su nivel más elemental de desarrollo, momento en el cual iniciaba nuevamente su ciclo de vida.
Sommer estaba perplejo por este suceso y no captó de inmediato su significado. (Era casi una década antes de que se utilizara por primera vez la palabra “inmortal” para describir a la especie). Pero varios biólogos en Génova, fascinados con el hallazgo de Sommer, continuaron estudiando a la especie, y en 1996 publicaron un informe llamado “La reversión del ciclo de vida”. Los científicos describieron la forma en que la especie –en cualquier etapa de su desarrollo– podía transformarse de nuevo en un pólipo, el primer estado de la vida del organismo, “escapando así de la muerte y logrando una inmortalidad potencial”. Dicho hallazgo pareció desenmascarar la ley más fundamental del mundo natural: se nace y luego se muere.
El ciclo del eterno rejuvenecer de la Turritopsis dohrnii es el siguiente: cuando está “envejeciendo”, herida o lastimada se va al fondo del mar, luego su cuerpo se dobla hacia sí mismo (como si fuera en una forma de feto) y se reabsorbe hasta quedar en forma de una pequeña raíz, ésta, a su vez, se convierte en un pólipo y este nuevo pólipo produce una medusa.
Uno de los autores del estudio, Ferdinando Boero, comparó el Turritopsis con una mariposa que, en vez de morir, retoma la forma de oruga. Otra metáfora es una gallina que se transforme en huevo, del cual nace otra gallina. La analogía antropomórfica es la de un hombre viejo que se vuelve más y más joven hasta que es feto otra vez. Por esta razón a menudo se hace referencia al Turritopsis dohrnii como la medusa Benjamin Button.
Pero la publicación de “La reversión del ciclo de vida” prácticamente pasó desapercibida fuera del mundo académico.
Uno esperaría que, habiéndose enterado de la existencia de la vida inmortal, el ser humano hubiera dedicado recursos colosales a aprender cómo hace su truco la medusa inmortal.
Uno esperaría que las multinacionales de la biotecnología compitieran por los derechos sobre su genoma; que una vasta coalición de científicos investigadores intentaran determinar el mecanismo mediante el cual sus células envejecían en reversa; que las farmacéuticas trataran de apropiarse de sus lecciones para propósitos de la medicina humana; que los gobiernos negociaran acuerdos internacionales para regir el uso futuro de la tecnología para rejuvenecer. Pero nada de ello ha ocurrido.
No obstante, en el transcurso del cuarto de siglo desde el descubrimiento de Christian Sommer ha habido cierto progreso. Ahora sabemos, por ejemplo, que el rejuvenecimiento del Turritopsis dohrnii y de algunos otros miembros del género lo ocasiona la tensión ambiental o el ataque físico. Sabemos que, durante el rejuvenecimiento, el Turritopsis se somete a una transdiferenciación celular, el poco común proceso a través del cual un tipo de célula se convierte en otro –una célula de la piel en célula nerviosa, por ejemplo. (El mismo proceso ocurre en las células madre humanas). También sabemos que, en décadas recientes, la medusa inmortal se ha extendido rápidamente en los océanos del mundo en lo que Maria Pia Miglietta, una profesora de biología en Notre Dame, llama “una invasión silenciosa”.
La medusa se ha trasladado “de aventón” en los barcos de carga que utilizan agua marina como lastre. Actualmente se ha observado el Turritopsis no sólo en el Mediterráneo sino también junto a las costas de Panamá, España, Florida y Japón.
Aparentemente la medusa es capaz de sobrevivir, y de proliferar en todos los océanos del planeta. Resulta posible imaginar un futuro distante en el cual la mayoría del resto de las especies de vida estén extintas pero el océano consista abrumadoramente de medusas inmortales, como una gran conciencia gelatinosa eterna. (Nathaniel Rich para The New York Times / diario.mx)