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Opinión desde Mérida, Yucatán, México. Agosto 18 de 2015. El pequeño globito azul del rincón de esta galaxia alberga seres extraños que se mueven por sí mismos, que crecen reproduciendo sus moléculas, sus células y sus tejidos con un programa que ellos mismos se dieron. Millones, todos diferentes pero iguales: nacen, crecen, observan, se reproducen, observan y mueren.
¿Siempre hubo la tendencia a que unos a otros se lancen a pleitos de aniquilación? O, pero, espera, esos pleitos a morir solo se dan entre la especie que hoy es hegemónica, porque tiene el poder de permitir que otras especies vivan o mueran.
Es una especie que ha entendido que su existencia depende la interacción de todas las especies. Ya sabemos que si una especie desaparece, la nuestra está más cerca de ese mismo destino. Y reaccionamos para tratar de conservar nuestro hábitat, porque hemos comprendido que si lo dañamos, no hay lugares próximos a los que podamos ir para sobrevivir.
Somos diferentes pero iguales: necesitamos aire, agua, sol, tierra; en ese ambiente vivimos y sin él morimos. La especie humana —la hegemónica— ha hecho explosión demográfica. Para su tamaño, somos la especie fenómeno en proliferación de individuos.
Y siendo miles de millones, no sabemos cómo resolver el que el planeta no sea destruido. Tampoco somos capaces de que más de tres cuartas partes de esos miles de millones de humanos, tenga la posibilidad de disfrutar el regalo de la existencia de que fueron dotados. Para miles de millones de todos los humanos que han existido, una respuesta franca hubiese sido que haber vivido no tuvo sentido alguno. Nacieron para sufrir y ver sufrir a los demás.
Podrían ser extremos. Pero entre los pocos miles de millones que la pasan, también viven humanos destinados a tareas que los hacen rudos, crueles; los enseñan a ver en el fenómeno de la vida, con cinismo y frustración, que solo los más malos de todos alcanzan realmente a disfrutar: los muy ricos.
¿Es así? ¿Fue la evolución de 4.5 mil millones de años solo para llegar a una especie que surge y crea una vida de dolor y sufrimiento para la gran mayoría de sus semejantes?
¿Fue así siempre con esta especie? ¿Es lo mejor que podríamos haber logrado?
Podemos encontrar algún perdón, paliativo, en echarle la culpa al cerebro. Solo eso se les ocurrió hacer y solo eso aprendimos a aceptar. Y el cerebro también encontró la manera de integrar los demás cerebros a pensar que eso es lo natural, lo esperable.
No solo eso, algunos cerebros inventaron seres invisibles de gran poder, que están detrás de todo esto, para explicar que el valle de lágrimas es solo una prueba y que se acaba con la vida; y que la verdadera vida comienza con la muerte.
Habemos algunos que no estamos dispuestos a aceptar esas explicaciones. No, imposible, no podemos aceptar que lo que estamos viviendo es lo mejor que puede ser. ¿Por qué no usar el cerebro para diseñar formas de convivencia humana que sean más compatibles con la esencia de nuestra biología?
Si observamos a los mamíferos más parecidos a nosotros que aún existen sobre el planeta —unos simios llamados bonobos— nos vamos a dar cuenta de que no somos únicos con respecto al uso de herramientas o de capacidad de aprendizaje de vocablos o conceptos abstractos; ellos, los bonobos también tienen esas capacidades.
Pero sucede que viven en un ambiente perfecto: es decir, toman del ambiente lo que requieren para vivir cada día, cada hora. El clima casi no cambia; se burlan con gran eficiencia de las fieras carnívoras; normalmente se alimentan de vegetales, aunque usan instrumentos para extraer termitas de troncos —probablemente para proveerse de vitamina B12.
Pero, ¿qué pasa si los cambias de ambiente y los colocas en uno de escasez? Entonces el bonobo se vuelve observador y encuentra maneras de hacerse de comida; usa instrumentos para extraerla de lugares complejos. Es decir, se convierte en un humano incipiente.
¿No será eso lo que sucedió con los humanos? Claro, nuestro cerebro tiene una densidad en neuronas por milímetro cúbico más grande que cualquier otro cerebro de cualquier otra especie conocida hasta la fecha. El bonobo, con un cerebro de menor tamaño, pero con densidad semejante a la del humano —quizás un poco menor— también es capaz de dar respuestas complejas a situaciones nuevas para adaptarse por la vía cultural —que los humanos creíamos que solo nosotros la habíamos descubierto.
Entonces, ¿será que lo que nos sucedió es que salimos del ambiente del cual obteníamos todo y tuvimos que diseñar maneras de producir lo que necesitaríamos para sobrevivir? Todo indica que por allí fuimos y allí nos encontramos, pero en una especie de callejón sin salida: hemos creado tradiciones, costumbres y hábitos a los que estamos arraigados; nos aferramos a eso que nos ha funcionado (aunque no a la perfección, obvio), y nos es difícil encontrar alternativas.
Alguien mencionó la necesidad de las revoluciones. Hoy estamos ante la obvia necesidad de una revolución tan radical como las dos que hemos tenido antes:
La tercera revolución es la que nos libera de arraigos y nos permite disfrutar la experiencia de existir como seres que tienen consciencia de la magnificencia del universo, al mismo tiempo que saben apreciar el hecho de que todo es producto de los movimientos al azar que se van dando.