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MADRID, 29 de abril.- ¿Cuáles son las claves secretas de la expropiación de YPF? ¿Por qué la presidenta de Argentina se embarca en una aventura tan arriesgada? ¿Quiénes son los jóvenes que han asaltado el poder con esta maniobra? La biógrafa de Cristina Fernández de Kirchner y la única periodista que ha conseguido adentrarse en el enigmático círculo que la rodea nos revelan quién manda (de verdad) en la Casa Rosada.
De luto, con un collar de perlas adornando la cicatriz en el cuello de su reciente operación de tiroides y con una imagen de Eva Perón a sus espaldas, amparándola. Es una escenografía muy estudiada para anunciar la expropiación de YPF. Cristina Fernández de Kirchner se apropia del icono de Evita. En sus discursos televisados siempre aparece su retrato. En realidad hay dos imágenes, según sea el tono de la alocución.
Cristina con foto de Evita Perón de fondo.
Si es una noticia de la que el pueblo debe alegrarse, aparece una Evita dulce y sonriente. Cuando ataca a alguien o anuncia recortes, la imagen es seria y enérgica. La Evita de la nacionalización sonríe bondadosa.
Su pensamiento es nacionalista. Por ejemplo, odia a Chile. Le gusta que la seduzcan intelectualmente, siempre que sea con un discurso patriótico. Cuando expropia a Repsol, habla de «recuperación de la soberanía». Antes ya había ondeado la bandera nacionalista con el asunto de las Malvinas. Lanza ese señuelo porque la economía se desploma. Intenta `malvinizar´ la Cumbre de las Américas, pero nadie le hace caso. «¡Te olvidaste de las Malvinas!», le reprocha al presidente de Colombia. Regresa de Cartagena de Indias antes de tiempo y con la cara transfigurada por el despecho.
Tiene mucha facilidad para desquiciarse. Y más desde que le operaron y le quitaron la glándula tiroides. Si no estás bien medicado, sufres cambios bruscos de humor. Tiene ataques de ira. Les pega a las criadas. Entonces no recibe a nadie, se encierra. Hacía semanas que no aparecía ante las cámaras de televisión dando un discurso. Suele hacerlo cada día cuando está en forma, incluso mañana y tarde. A veces da la impresión de ir empastillada. ¿Litio? Hay un debate sobre si sufre un trastorno bipolar: pasa de la depresión a estados de euforia; llora en público. La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, pidió un informe sobre su salud mental. Se supo por los cables de WikiLeaks que Estados Unidos la considera «una líder visceral, que sufre de nervios y ansiedad» y toma decisiones influida por su estado emocional. Cristina es impredecible.
Su operación nos enloqueció a todos. Primero dijeron que se trataba de células cancerosas, luego que no lo eran. Se especula que lo del cáncer lo inventaron sus asesores para movilizar a su favor a la población. Uno de esos melodramas que tanto nos gustan a los argentinos. Sale del hospital en vísperas de la quita de subsidios. Todos los servicios públicos estaban subsidiados desde el año 2001. Y entonces anuncia la subida del gas, la electricidad, el agua, la telefonía... porque el Banco Central tiene las arcas vacías. Argentina es un país al borde de la quiebra y con ocho millones de pobres. Su popularidad ha caído. Y más aún desde el terrible accidente ferroviario en la estación de Once: 51 muertos, 700 heridos. El 'tren de las criadas'. La gente está furiosa. Achacan el siniestro a la corrupción reinante en todo el país. Cristina Fernández teme que le va a costar caro. No se presentó en el escenario de la tragedia ni en los hospitales.
Cristina posa con sus hijos Máximo y Florencia.
Cristina padece una especie de resentimiento de clase. Se avergüenza de su padre, conductor de autobuses, hijo de emigrantes españoles. Lo llamaban El Colorado Fernández, pero el vecindario le decía Co-Co por su tartamudez. Cristina evita hablar de su familia. Su madre, Ofelia, quedó embarazada siendo novia de Fernández. No se casaron hasta que la hija cumplió cinco años. Cristina se enamora a los 16 años de un jugador de rugby. Y empieza a codearse con un estrato social más alto. Termina la secundaria en un colegio privado. Pero en su forma de hablar sigue teniendo la impronta del barrio humilde, a pesar de los profesores de dicción.
En cambio, cuando está con la oligarquía, es simpática. Cuando la conocí, era una abogada y diputada combativa. Una mujer valiente que clamaba contra Menem y se ganaba a los periodistas invitándolos a su despacho, donde podían fumar. Me pareció encantadora y moderna. No me percaté del personaje. Su gusto por el lujo está relacionado con ese complejo que arrastra desde niña. Cuando viaja a Francia, las grandes tiendas le llevan bolsos, joyas y ropa a la habitación del hotel. Le chiflan Louis Vuitton, Hermès y Bulgari. Puede llevar encima 50.000 euros en alhajas. «No tengo que vestirme como una pobre para ser una buena política», se justifica.
Cristina y Néstor formaban un matrimonio de negocios. La propia Cristina reconoce que no les gustaban las demostraciones de afecto. Cada cual tenía su vida amorosa resuelta por su lado. A ella se le atribuyen aventuras con un gobernador, un banquero, el jefe de escoltas... Las de Néstor eran bien conocidas. Pero los unía el gusto por el poder. No era una relación de iguales. Él la dominaba. Le regaló la Presidencia para que no incordiase mientras él llevaba las riendas en la sombra. «No le vengan con problemas a Cristina», les decía a sus colaboradores. «Hablen conmigo». Le dio una bofetada cuando Cristina perdió la votación en el conflicto que tenía con el campo. Pero tenían un pacto: seguir siempre adelante, pase lo que pase.
Néstor siempre fue un caudillo patagónico que quería hacer plata. Era pragmático. Cristina le ofrenda la expropiación de YPF. La tentación de solucionar la crisis con el yacimiento petrolífero de Vaca Muerta, que vale 250.000 millones de dólares, es grande. ¿Pero de dónde saldrán los 25.000 millones que se necesitan para explotarlo? Además, tanto Néstor como ella aplaudieron la privatización. Y también dieron a la familia Eskenazi el 25 por ciento sin poner un solo peso. Los Eskenazi iban pagando con lo que iban ganando. A Néstor solo le importaban las empresas donde había plata. Teniendo dentro un testaferro, solo quería que entraran en sus arcas los doblones... El patrimonio de los Kirchner creció de 1,5 a 16 millones de dólares en siete años.
Ella tiene un sesgo ideológico muy marcado. Le gusta recordarse a sí misma como una militante de izquierda muy activa durante la dictadura. Pero no fue ninguna subversiva. Yo fui montonera. Y tengo que decir que hubo dos demonios: la dictadura militar y los montoneros. Es la guerrilla más desprestigiada del mundo. No hay heroicidad en matar por la espalda. Pero como decimos en Argentina, la juventud «ha comprado el relato». Ha mitificado a los montoneros. Ser hijo de desaparecido te da prestigio y también patente de impunidad. Y estos jóvenes que rodean a la presidenta han idealizado esa época. Para ellos, el mundo empieza con el 'default' de 2001. No vivieron la represión. Cuando sonó el primer tiro, Cristina le pidió a Néstor que se fueran del país. Pero él decidió volver al sur. Y allí hicieron fortuna, codeándose con los militares.
Cristina tiene un coro a su alrededor que la adula. Para llegar a ella tienes que ser amigo de su hijo, Máximo. Ni siquiera sus ministros tienen acceso. Los `muchachos´ de Máximo forman su guardia pretoriana, aunque no son gente de revólver; más bien, burócratas. Niños bien. Viven en Puerto Madero, visten de marca... Los kirchneristas suelen ser menores de 40 años. A los que vivieron de verdad los 70 no se les puede engañar. La expropiación es una huida hacia delante que nos lleva al ostracismo internacional. En su primer mandato estuvo más tranquila. Pero pierde el sentido de la mesura a partir del funeral de Néstor. Se convierte en la viuda de Argentina. Arrasa en las elecciones. Cristina ya no se saca el luto. Hace bien. Le ha rendido mucho ser viuda. Cada día estrena un vestido negro. El argentino tiene esa vena compasiva. (finanzas.com)