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MADRID, 4 de enero.- Una chica muy joven, casi en los huesos, que no ve su cuerpo real cuando se mira en el espejo. Esa es la imagen que a la mayoría se le viene a la cabeza cuando alguien habla de trastornos de la conducta alimentaria.
La anorexia nerviosa es la cara más visible de este conjunto de enfermedades psiquiátricas que convierten la comida en un enemigo. Pero no es la única. Ni siquiera es ya la más común.
En España -como en el resto de los países desarrollados- los casos de bulimia y otros problemas no especificados han superado con creces a los de anorexia. Y eso ha hecho cambiar sustancialmente el perfil de los pacientes.
Tener un trastorno alimentario ya no es sinónimo de extrema delgadez. De hecho, la prevalencia de obesidad asociada a estas enfermedades no ha hecho más que aumentar en los últimos 10 años, tal y como ha demostrado una investigación liderada por Fernando Fernández-Aranda, responsable de la Unidad de Trastornos Alimentarios del Hospital de Bellvitge (Barcelona) y coordinador de uno de los grupos que componen el Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn).
Su equipo realizó un seguimiento a las casi 1400 personas que ingresaron en el centro catalán entre 2001 y 2010 por trastornos de la conducta alimentaria. El análisis, publicado en la revista 'European Eating Disorders', fue muy claro: en una década se había triplicado el número de pacientes con grave exceso de peso en su historial.
"Hemos detectado fundamentalmente dos patrones", aclara Fernández-Aranda. "Por un lado, están las personas en las que el exceso de peso actúa como factor desencadenante de un trastorno de la conducta alimentaria, como por ejemplo una bulimia. Y, por otro, un grupo muy numeroso de pacientes, que llegan a ser obesos después de un tiempo con trastornos alimentarios".
En este escenario, el denominado 'trastorno por atracón' tiene una especial importancia. Se trata de una sobreingesta impulsiva de alimentos que suele hacerse en un breve espacio de tiempo y no va acompañada de vómitos provocados.
"Aspectos emocionales y afectivos han favorecido que estos pacientes utilicen la alimentación desde un inicio como válvula de escape ante conflictos y situaciones de estrés no resueltas", aclara Fernández-Aranda. "Consecuentemente, su peso va paulatinamente en aumento". Y el problema llega a convertirse en la pescadilla que se muerde la cola.
"La situación de obesidad influye negativamente en su recuperación y en la imagen que tienen de sí mismos. Por tanto, aumenta el descontrol de las ingestas y eso vuelve a repercutir en el peso", añade.
Su investigación, de hecho, ha demostrado que en los pacientes con trastornos de la conducta alimentaria que también presentan obesidad crónica asociada el cuadro psiquiátrico tienen mayor gravedad clínica y peor pronóstico de curación.
En ese sentido, el investigador señala que sólo una detección precoz del problema y un abordaje desde múltiples disciplinas pueden evitar la cronificación de los casos más graves. (EL MUNDO)