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Autor: Tú, yo y todos nosotros, los humanos
Es necesario profundizar para aclarar. Para profundizar necesitamos desglosar las cosas. Del desglose salen los detalles que nos permitirán profundizar.
¿Qué es el dinero? La civilización humana fue progresivamente cambiando la forma en que los individuos se relacionan entre sí hasta llegar al consenso que existe hoy. Este consenso moderno implica que solo puede un individuo tener derecho a comer, a beber agua, a estar físicamente en algún lugar, si tiene dinero para pagar el precio.
Hoy todo tiene un precio. Por lo tanto, todos están obligados a tener dinero; sin dinero no podrían vivir, a menos que acepten la condición de mendigo, misma que exige la destrucción total de la identidad personal. El mendigo no tiene dinero para comprar cosas o servicios. Entonces, el mendigo recoge lo que los demás tiran y lo atesora por si algún día lo necesita.
Las personas con identidad formada, con egos perfectamente delineados —un nombre, apellidos, parientes anteriores o descendientes— tienen siempre temor y rechazarán a toda costa la posibilidad de convertirse en mendigos.
Para tener dinero, la persona debe encontrar algo qué hacer que tenga como resultado un producto o servicio por los que alguien esté dispuesto a pagar. También puede ser contratado y convertirse en asalariado; en este caso ya solo deberá hacer lo que le diga su jefe o empleador que haga, dentro de los límites legales que existen más o menos en todos lados.
La percepción general es que es seguro que la persona encontrará, siempre, algo qué hacer, para lo cual habrá alguien dispuesto a pagar. Pero esta es la percepción general; la realidad es muy diferente. En todo momento existe algo que podemos llamar incertidumbre; es una falta de certeza en que siempre se encontrará la manera para obtener el dinero para pagar lo que se necesite.
Esta incertidumbre tiene diferentes momentos:
La falta de certeza existencial es algo que acompaña al humano en todo momento. La forma de vida que hemos escogido consensualmente —dado que aquí estamos, aceptándolo todo— se traduce en una condición de constante falta de seguridad en que las cosas siempre estarán de tal forma que la persona podrá recibir dinero para pagar lo que realmente necesita para vivir, y lo que culturalmente ha aprendido a necesitar.
Entonces, regresando a la pregunta “¿Qué es el dinero?”, tenemos ya una respuesta más o menos realista:
El dinero es un certificado que se le entrega a la persona como resultado de haber hecho algo que fue aceptable para otra entidad, y que le da derecho, a quien lo tiene, a presentarse y llevarse cosas producidas por otros y marcadas con un precio igual o menor al pago que se le ha dado.
El dinero es, pues, un certificado de derecho a usar servicios proporcionados por otros, o bien, a apropiarse de productos que contienen el esfuerzo —trabajo— de otros.
La condición humana en la civilización establece que el derecho a vivir se tiene que ganar haciendo algo que guste a los demás. En esta condición, un ser humano que no encuentre la manera de hacer algo que guste a los demás, lo convierte en un animal sin derecho a vivir.
Pero, ¿qué es el dinero en sí? Es obvio que se trata de papeles o pedacitos de metal. Si están en tu poder, en tu posesión, es señal de que algo hiciste que le gustó o sirvió a una o más personas —aunque eso mismo les haya disgustado o perjudicado a otras más. Entonces, esos papeles —billetes— o esos pedacitos de metal —monedas— son certificados de derecho: derecho a disfrutar de servicios y/o a poseer productos, que son o fueron el resultado del trabajo de otros.
El esquema sería una belleza si el dinero, realmente, solo estuviese en posesión de quienes efectivamente han contribuido al beneficio de todos y al perjuicio de nadie. El modelo, sin embargo, no garantiza equilibrio o justicia. En 2013 ya acumulamos muchos cientos de años durante los cuales el modelo demostró ser terriblemente ineficiente para cumplir con su supuesto cometido. Hoy muchas personas disfrutan de los beneficios del modelo sin contar con méritos reales como para merecer los certificados; por otro lado, muchas personas sufren las imperfecciones del modelo pues, a pesar de aportar beneficios tangibles o culturales, viven en inseguridad monetaria constante.
Además de esas injusticias extremas, el modelo mantiene a una enorme cantidad de personas sin méritos negativos o positivos, pero sin derecho a vivir, dado que no han encontrado manera alguna culturalmente aceptable para justificar la posesión del dinero. Como consecuencia, han perdido su derecho al agua, al alimento, a simplemente estar, porque donde sea que la persona esté, debe pagar por el simple hecho de “hacerlo” (estar).
Esta condición, ¿es irremediable? Es decir, ¿estamos los humanos condenados a aparecer en la vida marcados con el sello de la incertidumbre?
La enfermedad es crónica: se ha convertido en parte de la condición existencial del humano. Estadísticamente esperamos encontrar una gran cantidad de personas que apoyarán argumentos a favor del modelo del dinero. Pero, conforme ahondamos en detalles y exponemos temas indirectos, vamos descubriendo que es realmente una minoría pequeña la que se aferraría al modelo del dinero.
En el modelo del dinero la vida puede ser tranquila, pero jamás es segura. La persona solitaria es un fenómeno que solo puede surgir en el modelo del dinero. Pero esa no es la condición más deseable para el humano.
Los humanos estamos condenados a no disfrutar la exquisitez de la vida, a menos que seamos totalmente conscientes de qué es lo que nos lo impide. Si los obstáculos se esconden usando disfraces para que no parezcan tales —se nos presentan como “necesidades irremediables de nuestra naturaleza”— y no somos capaces de descubrirlos, continuaremos poblando el planeta con seres que desde que aparecen, ya están condenados a no disfrutar la oportunidad que el evento de vivir les está brindando.
Hoy, en 2013, hemos alcanzado niveles de tecnología que nos permitirían ser entes vivos, realmente felices, tranquilos, en paz con nosotros mismos y con los demás. A pesar de ello, el modelo del dinero nos ha convertido en bestias de competencia, en busca de maneras de hacer que el papel —dinero— nos llegue y se convierta en propiedad nuestra, para lo cual tiene que dejar de ser propiedad del otro.
El modelo del dinero tergiversa la realidad; la deformación se da al entregarle a quien tiene papel, una verdadera ilusión (algo que no es real) de que puede “comprar” muchas cosas. Es una ilusión porque eso es falso: después de pagar una o dos de esas cosas potenciales, ¡ya no existe el papel! Hemos elaborado mecanismos mentales para convencernos, después de haber comprado algo, que “hicimos una buena operación”, aunque sintamos, a veces en silencio, que una vez más la vida “nos ha visto la cara”.
En inglés el término give oneself a treat significa algo así como darse un gusto insano, es decir, permitirse comprar algo solo por el placer de sentir que se compró y que se lleva consigo y que se tendrá pronto en casa, aunque se trata, realmente, de algo que es inútil, está muy lejos de ser una necesidad y, realmente, jamás se debió haber comprado. Posterior al treat, la persona siente una especie de cruda de gasto inútil.
¿Cómo puede funcionar esto así? Es decir, lo lógico, lo que en salud mental se esperaría es que, al recibir dinero, este se guarde. Si no se necesita nada de lo que se puede comprar, ¿para qué hacerlo? Es aquí en donde entra el concepto del treat.
La persona siente que posee poder de compra —billetes— y sabe que pronto ya no lo tendrá en su poder; no sabe por qué, pero sabe que eso ha sucedido siempre. Al mismo tiempo, al hacer la visita a lugares de venta, la persona observa objetos que no necesita hoy y que probablemente no necesite jamás. Pero esa “no necesidad” se sustituye con una especie de “vale la pena, está en oferta”; “luego no va a haber le semana próxima”. También se forman imágenes mentales que invitan a la persona a formar hilos de razones para convencerse de “lo correcto” de hacer la compra.
El Modelo del Dinero exige que el billete circule; no puede quedarse detenido en una bolsa. Para que esto se cumpla, es necesario que todos compren. Si los billetes se quedan guardados en algún banco, este hará “negocio” con ellos: serán entregados en forma de préstamo a otras personas para que compren aún sin poseer los billetes. El banco pagará por compras hoy; al hacerlo, el vendedor le dará un pequeño descuento; este descuento, sin embargo, sí se le cobrará al comprador. Además de ganar ese pequeño descuento —de 2.5 a 3.5%— el banco cobrará por la renta del dinero; los gobiernos cobrarán un impuesto a quienes paguen esa renta. Así, quien compra a crédito, está repartiendo su dinero en tres partes: banco, gobierno y vendedor. Pero el vendedor también deberá entregar una parte al gobierno; y una parte de lo que el vendedor recibirá, probablemente también será dirigido a un banco, al cual también le pagará una renta, misma que generará un “ingreso” más para el gobierno.
Así, la “ilusión” del dinero es una manera de hacer pensar que se paga el trabajo y con este pago, la persona tiene “libertad” de hacer lo que le venga en gana. Pero al darle la vuelta al Modelo del Dinero, ya vimos que en realidad lo único que está sucediendo es que el individuo se va encadenando progresivamente a las instituciones del dinero: los bancos y los gobiernos.
El asunto se hace aún más grave cuando la imaginación creativa de la gente se enfoca más hacia métodos para provocar que más dinero se acumule al vender un producto o un servicio, en vez de enfocarse a que la calidad o utilidad de ese producto o servicio que se elaborará sea cada vez mejor. De hecho, la economía requiere que el producto no sea mejor; que se vea mejor, que sea más atractivo para que alguien desee poseerlo, pero, lo importante, no es que dure o sea un servicio realmente útil, sino que se trate de algo atractivo o socialmente convertido en una necesidad.
Las grandes masas de personas humanas deambulan por la vida entregando las mejores horas de su existencia a hacer un “trabajo” que no les interesa en lo mínimo. Pero es lo que encontraron para recibir paga, misma que solo sirve para regresar al flujo —mientras más pronto, mejor— la mayor parte del tiempo —ahora, en la modernidad— para pagar algo que hace mucho tiempo se compró con crédito y que aún no se ha terminado de devolver.
Un ejemplo es el caso de la energía solar. Hoy, una sociedad racional, lógica, una sociedad no idiotizada, estaría dedicando una gran cantidad de esfuerzo para producir paneles solares eficientes o turbinas generadoras de electricidad, mismas que se irían colocando en todas la azoteas existentes para generar, no solo la energía de las casas —que debería ser menor que la que se usa— sino también la necesaria para iluminar las calles.
En vez de que suceda algo así, les parece muy interesante (?) continuar con el mismo jueguito de combinar los paneles solares y las turbinas eólicas para que proporcionen la energía en función de costos de la electricidad generada con el petróleo, en vez de perfeccionar la acumulación de la energía eléctrica en bancos de baterías —proceso aún muy anticuado, debido a que se logró que fuera funcional haciendo cobros constantes.
En el caso de la electricidad en México —si estás en otro país, seguro que encontrarás algo parecido— el asunto es aún más irracional de lo que podría parecernos a simple vista. Todos los recibos de pago de la energía eléctrica incluyen una cifra que equivale a lo que el gobierno subsidia al consumidor. Es más lo que paga el gobierno que lo que paga el consumidor. Es así porque el costo que tiene nuestro país para generar electricidad es mucho más elevado que lo que la generación misma cuesta. Sin embargo, se han formado privilegios políticos —clientelismo electoral— que hoy se han convertido en un costo creciente.
¿Qué sería lo lógico? ¡Que el mismo gobierno, en vez de ese subsidio a una producción ineficiente, ponga a todos los que pueda a producir paneles solares! El subsidio no debería ser dado a los consumidores en forma de una parte que no pagan de lo que consumen, sino en forma de paneles solares o turbinas eólicas. El beneficio general de esta sustitución progresiva sería mucho más valioso que ese subsidio transferido a privilegios políticos.
Esa política haría al individuo independiente y eso es precisamente lo que se busca que no suceda. El Modelo del Dinero exige la existencia de individuos y familias dependientes. Como los adelantos de “humanismo” han acabado con las cadenas de la esclavitud física, había que diseñar las cadenas sutiles que se han convertido en casi perfectas con el Modelo del Dinero.
Antes de pensar que eso no es posible, observa a tu alrededor y razona, por cada cosa que veas, que el Modelo Libre de Dinero provocaría cambios sustanciales. Según los productos y servicios, el Modelo Libre de Dinero se traduciría en:
Un mundo de humanos libres generaría un ambiente de mucha más felicidad.
Ahora bien: a lo largo de este escrito he tenido que usar el tiempo verbal conocido como condicional: sería, harían, generaría, etc. Pero, realmente, ¿qué es lo único que nos separa de ese mundo libre de cadenas del dinero y el mundo de la esclavitud monetaria que hoy vivimos?
A ver, ¿qué nos separa?
Una decisión conjunta. Eso es todo.
No le tenemos que pedir permiso a nadie para tomar esa decisión; es algo que podemos hacer con solo acordarlo colectivamente. Y podemos empezar hoy mismo.
Si esta idea te gusta —deja de pensar en las dificultades y piensa solo en la belleza de mundo en que viviríamos— e invitas a dos a leerla, y luego, cada uno de esos dos invita a otros dos, y así sucesivamente, solo estamos a 32 días del día en que cada habitante del planeta habrá entendido qué es lo que buscamos.
La existencia de la Internet ha provocado que muchas llamadas cadenas —casi todas ellas totalmente inútiles— se formen para que el autor de las mismas sonría viendo hasta dónde llegó su “jueguito”. Pues bien, ¡este ya no es un jueguito, sino el paso más serio para cambiar nuestra vida y liberarnos de las cadenas del Modelo del Dinero!
Quien esto escribe no pretende que esta sea su idea o su innovación. Por allá, en YouTube podrás encontrar, bajo la palabra Zeitgeist varios documentales que razonan exactamente lo mismo. Mientras invitas a esos dos —por lo menos— ve los documentales.
Lo que es un hecho es que, cuando efectivamente esta invitación llegue a los 7,200 millones que somos hoy, ¡sí seremos, todos, millonarios verdaderamente! Y lo seremos porque nadie será más rico que otros. Habremos, finalmente, logrado la igualdad real; solo seremos diferentes en cuanto a lo que estemos dispuestos a hacer por la vida conjunta.
Si quieres bajarte un PDF de esta invitación, aquí lo tienes.
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