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Cuando protestan los maestros en las calles y obstruyen el tráfico, no están cometiendo un delito —según Martí Batres— sino que están haciendo una “protesta social”. ¿De verdad, no se trata de un asunto monetario?
¿Protesta social? Lo dudo. Son personas que están buscando la manera de que privilegios con que cuentan por errores políticos constantes de quienes se los concedieron, continúen disfrutando de los mismos, aún cuando, hoy, la sociedad mexicana —la que genera los dineros que se les pagan— sencillamente no está de acuerdo en que continúen esos privilegios.
Esta es una democracia. Esto quiere decir que son los deseos de la mayoría los que deben aplicarse. Si la sociedad entera estuviera a favor de que los privilegios de dinero de los maestros continuaran vigentes indefinidamente, estaríamos viendo miles de personas apostadas por todos lados, en todas la plazas del país, pidiendo o exigiendo que los privilegios de los maestros continúen.
Eso ni sucede ni va a suceder, ni hoy ni nunca. Los privilegios no son éticos y fueron otorgados a cambio de actuaciones políticas —incluyendo elecciones y compromiso de voto— que la sociedad o conjunto de ciudadanos mexicanos, tampoco aprueba.
¿Radicales? No, no son radicales. Están inmersos en la cultura del dinero y buscan privilegios: que les llegue más billete con menos esfuerzo. Es lo mismo que todos quisiéramos. Pero está mal querer eso.
Sí: está mal querer más billete a cambio de hacer lo menos posible.
Claro que hay muchas excepciones a esa postura. Pero son excepciones un tanto patológicas. Por ejemplo, los que sirven a los políticos se desviven por estar “al pie del cañón” 24/7, esto es, 24 horas 7 días a la semana. Anulan su vida familiar y se convierten en defensores ciegos del político que cuidan o sirven. Y hacen bien de hacer así las cosas. El “trabajo” (más bien, la actividad remunerada) que están desempeñando, puede ser realizado por muchos que no requieren gran preparación; están “en cola” esperando que alguno de los ya ocupados falle para ir a ocupar su puesto.
No es normal, no es productivo, no ayuda a nadie, ese “trabajo” de los políticos mexicanos. Es un trabajo que no va en beneficio de los que generan sus billetes de sueldos, sino en beneficios de sus carreras; y, por desgracia, cuando las carreras de los políticos se benefician, no es, casi invariablemente —puede haber excepciones— señal de que se hayan hecho maravillosamente bien las cosas.
La razón es muy sencilla: el político tradicional mexicano —con algunas excepciones, que son precisamente los casos de los que más elecciones pierden— está haciendo lo que hace para cuidarse las espaldas, es decir, para tener una respuesta inmediata en cuanto le llegan las primeras señales de que el enemigo político —no adversario, sino enemigo— de su propio partido, ha comenzado a actuar en su contra —o continuado.
Si la humanidad entera, por obra de un verdadero “milagro”, decidiera dejar de usar el dinero, ¿cuántos de los que hoy son maestros, continuarían siéndolo? ¡Esos son los verdaderos maestros! Y, claro, al dejar de usarse el dinero, miles, millones de personas se ofrecerían como voluntarias para ser maestros(as): hay mucha gente que quiere hacer lo que hoy están haciendo personas que no aman realmente lo que hacen, sino que lo tienen que hacer porque es la forma que encontraron para que les llegue dinero.
El peor enemigo de la humanidad hoy es el uso del dinero. En cada problema —el que sea que toques— vas a ver, por detrás, la necesidad patológica de ganar más y más dinero.
La preocupación mayor de erradicar el uso del dinero es el asunto de los vividores, es decir, personas que se van a aprovechar, de inmediato, para hacer nada. ¡Los hay, claro! ¡Son muchos, claro! ¿Qué va a suceder con ellos? Van a ser mal vistos por el resto de la comunidad, por el resto de la gente. ¿Quiénes van a ser bien vistos? ¡Los que mayores beneficios aporten a la sociedad en sí! Y, como no va a existir el dinero para medir quién es “el bueno”, la única forma de sobresalir va a ser haciendo bien las cosas.
Los humanos hemos vivido mucho más tiempo sin usar dinero que usándolo. El uso del dinero es algo que surge —lo mismo que el trueque— al mismo tiempo que la agricultura. Si observamos con cuidado y atención de calidad científica a esas comunidades —muy pocas— que hoy existen y que no están inmersas en el flujo enfermizo del mundo moderno, nos vamos a dar cuenta de que no existe el concepto de “trabajo”; vamos a ver que las tareas pueden ser hechas por casi todos los miembros de los grupos; vamos a ver que algunos no hacen nada algunos días, otros no hacen nada casi nunca; otros hacen de todo casi siempre: pero todos son felices. No hay suicidios, no hay traiciones, no hay tragedias. Tampoco les interesa a los hombres saber quiénes son “sus” hijos.
Algo así sucedería en un mundo en el que el humano deje de usar el dinero como energía de la vida; realmente, el dinero solo es energía para tratar de hacer que este se acumule más, pero necesariamente para que en ese proceso de acumulamiento se genera un bienestar realmente equivalente.
En un mundo sin dinero, primero todos continuarían haciendo lo que estaban haciendo. Sin embargo, de inmediato, comenzaría un proceso de acomodo o ajuste, en el que muchos trabajos serían abandonados por quienes los hacían (por una paga) y progresivamente ocupados por quienes siempre habrían querido hacerlos (aún sin la paga). Algunos trabajos serían altamente rotativos —son desgastantes y requieren entrega— y otros sencillamente desaparecerían por inútiles: por ejemplo, las minas de metales preciosos o de materiales cuyo valor es solo de apreciación y por la cantidad de dinero que se daría por cada unidad.
El trabajo sería hecho para cumplir objetivos, no para recibir una paga. Esto provocaría que muchas cosas que hoy se hacen en muchos días y horas —para que no se acabe “el trabajo”, o sea, la remuneración en dinero— se hicieran en menos días y pocas horas. Hemos aprendido, como humanidad, a producir grandes cantidades de todo. Se sabe que estamos desperdiciando, por ejemplo, entre 45 y 50% de todo lo que se produce de alimento —y sin embargo, mil millones de humanos viven en situaciones de hambre inútiles, considerando todo lo que se desperdicia de alimento. Situaciones como estas desaparecerían automáticamente al cancelar el uso del dinero.
Las personas con espíritu investigativo disfrutarían muchas más horas su “trabajo” —que debería llamarse “su actividad”— porque de hecho, el dinero, en vez de ayudar a que las cosas se hagan, siempre ha sido un obstáculo para que la ciencia avance. La ciencia avanzaría no para hacer cosas que puedan dejarle dinero a alguna corporación, sino para descubrir y desarrollar aquello que será de más beneficio objetivo e indiscutible para la combinación de humanos y su entorno ecológico.
La desaparición del dinero provocaría también muchos cambios, y muy profundos en la forma de relacionarse las mujeres con los hombres y vice versa, en la forma de reproducción de la especie. Muchos que fueron atractivos o atractivas solo por sus encantos monetarios, sencillamente dejarán de serlo. Como el concepto de heredar bienes o dinero dejará de tener sentido, tanto hombres como mujeres tendrán menos fijación en sus proles —puede ser que el varón de la especie deje de tener interés en saber cuáles son “sus” hijos. Muchos cambios verdaderamente radicales se producirían.
Y claro, pocos están realmente listos para esos cambios. Lo cierto al caso es que será un mundo de igualdad en cuanto a derechos y en cuanto a obligaciones de aportación según la capacidad voluntaria de cada cual.