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MEXICO, D.F., 2 de junio.- Xi Jinping, el segundo Presidente de China en visitar México -en el 2005 lo hizo su predecesor Hu Jintao a invitación de Vicente Fox-, dejará atrás sus 59 años cuando este martes aterrice en la capital azteca procedente de Costa Rica y de Trinidad y Tobago, dos países cuyos lazos con el antiguo Imperio del Centro -que tal vez se adelantó a Cristóbal Colón y tocó las costas de América en 1421 con las expediciones del eunuco musulmán Zhen He, a nombre del emperador Yongle- tienen ya varias décadas.
El Gran Palacio del Pueblo en Pekín.
El también líder del Partico Comunista (PCCh), nacido el 15 de junio de 1953 en la provincia central de Pekín, y al frente de la segunda potencia económica mundial desde marzo pasado, hizo su primera parada el viernes y sábado en Trinidad y Tobago, dos islas del Caribe anglófono de poco más de un millón de habitantes, que en la última semana recibieron al vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, inmersa también la administración Obama en su segundo periodo en una ofensiva comercial, diplomática y energética que busca propiciar con la hoy próspera América Latina una “nueva era” de cooperación.
Un escenario similar al que ha venido construyendo China con la región en la última década, al compás de su propio posicionamiento como nueva potencia global; miembro junto con el otro gigante despierto, Brasil, del nuevo club de los cinco emergentes, los BRICS —integrado además por Rusia, India y Sudáfrica—, al cual debiera sumarse México como segunda economía latinoamericana.
En la última década, bajo las administraciones de Lula da Silva y ahora de su delfín, Dilma Rousseff, del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), Brasil es ya la sexta economía mundial y la primera del subcontinente. El descubrimiento, en el 2007, de amplias reservas de hidrocarburos conocidas como presal (offshore), a siete mil metros de profundidad frente a sus costas y estimadas en hasta 80 mil millones de barriles de crudo, no sólo elevan el perfil energético de la nación emergente —que Biden acaba de renombrar como “país desarrollado”— sino que confirma su posicionamiento estratégico por delante de economía mexicana.
La ofensiva diplomática desplegada en estos días por Xi, nacido después de la revolución de Mao Zedong, que en 1949 fundó la República Popular de China, fue antecedida por sus viajes a Rusia, Tanzania, Sudáfrica y Congo —mientras su primer ministro, Li Keqiang, hacía lo propio en la India, Pakistán, Suiza y Alemania.
Después de México, Xi se reunirá con el Presidente Barack Obama el 7 y 8 de junio en EE.UU., que, como escribió en el Global Times de Pekín el editor Ding Gang, del Diario del Pueblo, órgano oficial del PCCh, “actúa en el patio trasero de China, como lo está haciendo China en el de Estados Unidos”.
Esto como parte de la activa política comercial y de inversiones del nuevo poder central chino que desde el último cuarto de siglo se abocó a cambiar la estructura económica del país y relajar los controles políticos, consolidándose a partir de entonces “uno de los empresariados más dinámicos y complejos del mundo, además de una rica y creciente clase media urbana y una élite intelectual educada en las corrientes del pensamiento más avanzadas”, como afirma el experto de El Colegio de México, Romer Cornejo, profesor de posgrado de la cátedra Historia Contemporánea de China, en el libro de lectura imprescindible Historia mínima de China, coordinado por la doctora Flora Botton Beja (El Colegio de México. México, noviembre de 2012, 356 pp.).
Como fuentes de aprovisionamiento de materias primas necesarias a su rápido crecimiento y para ganar influencia geopolítica frente a EE.UU., América Latina y el Caribe están junto con África y Europa en el primer plano de la agenda de Xi, dispuesto a promover a fondo la cooperación basada “en un modelo distinto de lazos”, más allá del mero intercambio de materias primas por manufacturas, según adelanta Matt Ferchen, del Carnegie-Tsinghua Center for Global Policy, de Pekín.
En el caso de México, China, su segundo socio comercial, exportó en el 2012 el equivalente a 57 mil millones de dólares, mientras que las importaciones chinas desde el país fueron de cinco mil 721 millones (Banco de México). Una notoria asimetría, que México atribuye a los subsidios oficiales de China al estratégico sector textil, y que el Presidente Enrique Peña Nieto pidió corregir durante su visita previa a Pekín en abril.
Como sea, el intercambio comercial alcanzó en 2012 los 36 mil 700 millones de dólares, 10 por ciento más que en 2011, como resultado del acercamiento entre Hu y el Presidente Felipe Calderón, que en julio de 2008 en Pekín, en el Gran Palacio del Pueblo, acordaron fortalecer el “diálogo estratégico” y “expandir” una cooperación, capaz de superar incidentes diplomáticos como el ocurrido un año después cuando más de 150 mexicanos —turistas y empresarios—, fueron repatriados a México tras permanecer aislados de manera forzosa en Pekín a causa de una nueva y letal cepa de gripe porcina H1N1.
Para el pragmático gobierno chino, ocupado en superar en 2016 a la economía de EU y a cargo del tercer país más grande del planeta detrás de Rusia y Canadá, con más de mil 340 millones de habitantes repartidos en 22 provincias y casi 10 millones de kilómetros cuadrados rodeados de 14 fronteras, las medidas “no fueron discriminatorias” ya que no estuvieron dirigidas tan solo a mexicanos, por lo que la Cancillería pequinesa, heredera de las sabias virtudes espirituales del confucionismo —y de una mitología de más de cinco mil años de historia, donde los héroes siempre fueron “más sabios que guerreros”— se limitó a pedir “calma y objetividad”.
La misma cancillería —con otros funcionarios—, capaz de valorar altamente el tradicional respeto mexicano a su política de “una sola China” —lo que implica el no reconocimiento a la provincia de Taiwán, otro de los ejes de la gira latinoamericana de Xi— como parte de esa gran obra de ingeniería económica y social que desde el XI Congreso del PCCh, a fines de 1978, se propuso cambiar el centro de gravedad del terreno de la lucha política al del desarrollo económico. Un movimiento impulsado desde 1979 por Deng Xiaoping, que inició con reformas estructurales en el campo y las llamadas Zonas Económicas Especiales para la inversión extranjera, y continuó en sucesivas etapas en 1984, 1993, 1997 hasta llegar a 2002 con la reevaluación de los resultados y un nuevo y autocrítico grupo político al frente del país, dispuesto a corregir los graves desbalances derivados del proceso de reformas, a solucionar la desigualdad social y regional en la distribución del ingreso, y a enfrentar otros flagelos igualmente graves como la contaminación ambiental y la corrupción.
Establecer “un estado de derecho”, alentar la innovación propia en ciencia y tecnología y estimular la participación ciudadana en un país que ha conocido cambios sociales compulsivos y represiones masivas como la de Tiananmen, son parte de los retos que enfrenta el nuevo “príncipe rojo”, el ingeniero químico y doctor en teoría marxista, Xi Jinping, casado con una ex cantante e hijo de quien fuera célebre viceprimer ministro y guerrillero Xi Zhongxun, víctima por sus días reformistas de la Revolución Cultural de Mao. (Milenio)