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Susan Yoshihara hace una crítica de un importante libro nuevo de nuestro amigo John Fonte sobre la amenaza de los tratados de la ONU y de la peligrosa filosofía jurídica detrás de ellos.
Es posible que el Senado estadounidense vote esta semana la ratificación del último tratado de la ONU sobre derechos humanos, en este caso sobre las personas con discapacidad. ¿Realmente importa si Estados Unidos ratifica esta clase de tratados? Un nuevo libro publicado por un estudioso de Washington D.C. de larga trayectoria dice que importa mucho.
John Fonte, del Instituto Hudson, sostiene que cada tratado debilita la propia alma de las naciones democráticas al armar una legión de defensores que reemplazarían la soberanía popular por la gobernanza mundial.
Fonte afirma que más de cien países han adoptado cupos de género para los cargos electivos tras ratificar la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés). Veintidós naciones han modificado sus leyes de atención a la infancia. Y Noruega exigió que el 40 por ciento de las juntas corporativas fueran asignadas en base al sexo.
La principal interrogante del libro es también su título: Soberanía o sumisión: ¿Los estadounidenses se regirán a sí mismos o serán regidos por otros? (Sovereignty or Submission: will Americans Rule Themselves or Be Ruled By Others?). Además de las cuestiones sociales materializadas en los tratados de la ONU, Fonte demuestra cómo los dirigentes estadounidenses ya han resignado considerable autoridad en materia de las leyes de guerra, de la política de Estados Unidos hacia Israel, de la Corte Penal Internacional y de la política interna de inmigración.
Los dirigentes no perciben la amenaza porque no comprenden cuánto ha cambiado el contexto jurídico en el mundo, desde el derecho internacional de la posguerra tendiente a reducir la fricción entre las naciones hasta las fuerzas actuales del derecho transnacional que busca imponer normas universales a los estados soberanos. Fonte demuestra esta transformación en cuatro capítulos de muy ágil lectura sobre la historia de la filosofía política occidental. En su prólogo al libro, John O'Sullivan, ex Editor Ejecutivo de Radio Europa Libre, dice que el actual combate es el tercer intento en el último siglo de vender normas de elite disfrazadas de democracia.
La diferencia radica en que los revolucionarios de hoy trabajan a hurtadillas. La gobernanza mundial es la ideología que no se atreve a decir su nombre, observa Sullivan. Las organizaciones no gubernamentales, tropas de ataque de la gobernanza mundial, tienen una relación simbiótica con el plantel de organizaciones internacionales como la Secretaría de la ONU, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, dice Fonte.
Los globalistas de hoy raramente exponen sus intereses materiales al debate público, sino que más bien expresan sus objetivos en términos de derechos humanos universales. Al principio, estos parecen bastante nobles, libran al mundo de la esclavitud y del genocidio, pero el sistema de la gobernanza mundial, por su naturaleza, constantemente expande su alcance. El 40 por ciento de la agenda parlamentaria del Reino Unido simplemente confirmó leyes ya fijadas por la UE, dijo un legislador a Fonte, y la cifra fue de un 60-70 por ciento en Austria. La Unión Europea es tanto el mejor ejemplo del mundo de la gobernanza mundial como su defensor más poderoso en las conferencias de la ONU.
Si la legitimidad moral mundial es el centro de gravedad de la gobernanza mundial, su principal debilidad es el liberalismo y el estado-nación democrático donde la soberanía se apoya no en el estado, sino en el pueblo, quien decide en última instancia qué es lo moralmente legítimo, afirma Fonte.
Entonces, los estadounidenses están en una encrucijada. Los Senadores de Estados Unidos que esta semana consideran la ratificación del tratado de la ONU sobre los derechos de los discapacitados están, a la luz del análisis de Fonte, atrapados en un conflicto irreconciliable entre los partidarios de la soberanía democrática y los de la gobernanza mundial. Estos últimos perciben la inevitable decadencia estadounidense y buscan establecer las normas mundiales mediante acuerdos internacionales, aparentemente con la esperanza de que una China dominante les obedezca cuando el poder estadounidense disminuya.
Por último, Fonte pregunta por qué los estadounidenses o cualquier nación democrática permutaría su democracia liberal por la gobernanza mundial. Él pone el peso de la prueba en los transnacionalistas para demostrar por qué la sumisión es mejor que la soberanía.