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MADRID, 23 de diciembre.- Con el sereno convencimiento de que ha llegado una oportunidad que no se debe desaprovechar, Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia, ha embarcado a su Gobierno en un proceso de diálogo con las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), para intentar poner fin a una guerra civil que ha durado 50 años.
Juan Manuel Santos, presidente de Colombia.
El balance de fuerzas militar, favorable al Gobierno; el apoyo de los países vecinos, Estados Unidos y Europa y el ejemplo visible para la guerrilla de que en América Latina la izquierda ya no tiene que recurrir a la fuerza para acceder al poder son los factores que han llevado a Santos a concluir que éste es el momento de optar por una paz negociada.
Pero no deja de ser una apuesta valiente. El precio del fracaso sería alto. Hay gente poderosa en su país que se opone a dialogar con gente considerada por la mayoría de los colombianos más como asesinos, secuestradores y narcotraficantes que como auténticos interlocutores políticos. Si el diálogo con las FARC, iniciado el mes pasado en La Habana, se hunde, Santos se arriesga a una humillación que probablemente acabaría con su carrera política e, incluso, con su reputación. Consciente de ello, y de los inevitables tropiezos y las angustias que las negociaciones conllevarán, Santos ha asumido lo que considera ser su responsabilidad histórica. Lo fácil, lo políticamente tímido, hubiera sido insistir en acabar con las FARC por la vía militar. Pero eso significaría condenar a su país a muchos años más de guerra. Las circunstancias le han convencido de que la paz hay que empezar a ganarla hoy. (JOHN CARLIN / EL PAÍS)