1520 palabras
ROMA, 21 de diciembre.- “Presidente, ¿se nos ha prometido?”, le pregunta la presentadora de Canale 5, con ojos brillantes bajo unas luces ambientales que le dan a la escena un aire muy de telenovela. “Sí, sí estoy prometido”, contesta él, sentado en el borde de un cándido sofá, vistiendo un conjunto azul y con las arrugas borradas por los focos del plató. Los ojos estirados por mucha cirugía desaparecen en una sonrisa que parece tímida, las manos se esconden la una dentro de la otra. “Es oficial”, confirma. Así vuelve Silvio Berlusconi. Así vuelve a derrumbar los confines entre lo público y lo privado, entre su compromiso político y su vida personal. Algo que siempre hizo y de lo que, en cambio, siempre culpó a la presunta conjura de magistrados, periodistas y comunistas.
En la tarde del pasado domingo, Barbara d’Urso le acogió en el estudio de Domenica Live,un programa de entretenimiento y cotilleos para familias, de la emisora propiedad de Berlusconi Canale 5. Era la primera entrevista desde que anunció que se presenta por sexta vez a presidir el Gobierno del país.
Francesca Pascale ha robado el corazón a su ídolo desde joven. / GIUSEPPE CACACE (AFP)
De facto, arrancaba la campaña electoral. El viejo líder del Pueblo de la Libertad, que acaba de desenchufar el oxígeno a los tecnócratas guiados por el economista Mario Monti, hablaba un poco de impuestos (que quiere quitar), de empresas (que hay que sostener), de Unión Europea (que no hay que secundar), pero luego se jugaba el as en la manga: “Me sentía muy solo, acababa de divorciarme, mi madre había muerto y mis hijos dan la vuelta al mundo, volvía a casa y estaba vacía. Los amigos organizaban unas cosas, las noches, inocentes, de diversión. De aquello [se refiere al tristemente famoso bunga bunga, que no es nada anecdótico según los fiscales de Milán que le acusan de inducción a la prostitución de menores y de concusión] les pido disculpas a mis seguidores. Pero por fin ya no estoy solo”. Así vuelve. Sentando la cabeza. Con una novia con la que enmendar un incómodo pasado.
Se llama Francesca Pascale, viene de Fuorigrotta, un barrio popular de Nápoles, tiene 27 años, “49 menos que yo, una diferencia quizá excesiva”, confesaba Berlusconi desde el borde del sofá blanco. Y tejía sus loas: “Francesca es una chica guapa por fuera, pero aún más por dentro, de principios morales sólidos, una alegría continua, está a mi lado, me quiere mucho y yo se lo devuelvo”. Apareció a su lado varias veces en los últimos meses. Muchos pensaron en ella cuando Berlusconi se defendió diciendo que “tenía pareja estable”. Luego circuló una foto suya en Villa Certosa (la mansión sarda de Berlusconi) en 2007. Fue retratada en el atormentado invierno de 2011, cuando –mientras se le escurría de entre las manos el mando del país a su amado– estaba en el portal del Palazzo Grazioli. Llovían indiscreciones, pero ella se mantuvo discreta. El domingo, aunque no estaba en el plató, llegó su momento para subir a escena.
Esbelta, ni alta ni baja, ni morena ni rubia, siempre enfundada en conjuntos elegantes, Pascale no se parece en nada a las vistosas chicas que desfilan, como testigos, en el Tribunal de Milán; las que el gran jefe mantenía en pisos de lujo en la Vía Olgettina de Milano, 2, el prestigioso barrio que construyó en las afueras de Milán cuando solo era un empresario. Francesca no se parece a Marysthell Polanco, Ruby Robacorazones o Nicole Minetti, a quienes toda Italia escuchó [tenían los teléfonos pinchados] dirigirse a papi-presidente con “mi amor”, “love of my life” y risitas para luego quejarse entre ellas por el poco dinero recibido al final de una noche (a veces solo cinco mil euros) y de su culo fofo. “La Franci”, como la llama Emilio Fede, director del telediario de su Rete 4, amigo y coimputado, es distinta. “Es una chica normal y muy devota, por eso llegó allí donde las otras fallaron: le robó el corazón a un hombre que podría tener a cualquier mujer”, confía una periodista muy cercana al candidato.
Cuando no tenía aún 18 años, Pascale meneaba su escueto biquini en las pantallas de Telecapri, una cadena privada con sede en la famosa isla frente a la ciudad del Vesubio. El programa, Telecafone, era un exitazo: “Hacíamos una parodia de la telebasura, exasperando sus tonos, con chicas poco arropadas, aplausos falsos, presentadores lelos”, cuenta Oscar di Maio, que pertenece a una importante familia de actores teatrales napolitanos e inventó y condujo durante ocho años Telecafone. “Francesca se presentó porque tenía afán por aparecer. Pero no quería una carrera en el espectáculo. Solo quería complacer un narcisismo juvenil. El padre tuvo que firmar la autorización. Era él quien acudía al plató para acompañar a la niña, porque la madre no gozaba de óptima salud. Al cabo de unas horas volvía para llevársela a casa. Para mí era casi una hija, una buena chica, con principios sólidos”, recuerda por el móvil. Francesca siempre tuvo “adoración hacia Berlusconi. Cuando era pequeña hablaba de él como un mito, como si fuese un cantante o un deportista famoso. Le fascinaba el hombre de éxito y poder... se refería a él como yo a Maradona. No sé si me entiende...”. Maradona en Nápoles es una especie de divinidad pagana, con altarcillos y velas dedicadas en las calles. La comparación es muy elocuente.
Cuando Berlusconi perdió las elecciones, en 2006, Francesca reunió un grupo de amigas que llamó: “Silvio ci manchi” (Silvio, te echamos de menos). Recogía dinero para organizar eventos y pagaba aviones con pancartas de apoyo al líder destronado que volaban por las costas italianas. Fue así como conoció al objeto de tanta devoción: “Su sentimiento llegó a ser sincero, lleno de realidad”, dice en su concreto napolitano Di Maio.
Archivada la fase televisiva –que “duró un año escaso”, subraya Di Maio–, Francesca se dedicó por completo a la política. Militante de Forza Italia y de todas las formaciones que engendró el político-empresario, intentó ser elegida en el Ayuntamiento de Nápoles. Obtuvo apenas unos 80 votos. También aspiraba a un escaño en el Parlamento europeo. “Como muchas chicas del harén político que Berlusconi cebaba de ilusiones y regalos en Nápoles”, recuerda Conchita Sannino, periodista política de La Repubblica de Nápoles y autora del muy documentado La Bolgia (algo así como El Burdel). Poco antes de las elecciones, la ahora exmujer Veronica Lario escribió toda su indignación por las “vírgenes que se ofrecen en sacrificio al viejo jefe” y no fue posible meter en las listas. El padre de Emanuela Romano, que ya tenía su plaza reservada, intentó quemarse a lo bonzo frente al Palazzo Grazioli, la residencia romana del entonces presidente del Gobierno. “A su hija le encontraron un puestazo en la empresa de Berlusconi Publitalia.
Luego está ella. Franci, prima inter pares en la corte napolitana del líder. Franci, que le tenía celos a las otras, que a menudo llegó a pelearse con algunas; Franci, que supo esperar. Sannino revela: “En una noche de abril de 2009, al volver de la fiesta del 18º cumpleaños de Noemi Letizia, Pascale estaba esperándole a Berlusconi en la suite de un hotel, a medianoche. Le pregunté por qué y ella me contestó que tenían que hablar de carteles electorales”. En las elecciones provinciales salió elegida consejera. Cargo que dejó en verano, con la excusa oficial de “volver a estudiar”.
Llevaba mucho esperando este momento. El momento de dejar a un lado sus compromisos terrenales para vivir su sueño y transformar su devoción en abnegación: “Se plasmó, se dejó cambiar para llegar a ser ya no la perfecta enchufada sino la impecable primera dama”, argumenta Sannino.
“Si se queda embarazada durante la campaña electoral, ya sería perfecto”, espetó el polémico Vitorio Sgarbi, crítico de arte y comentarista. Muchos como él ven en el anuncio oficial una maniobra electoral. Francesca es perfecta para engatusar a un público femenino, de paladar no muy fino, que igual se molestó con el bunga bunga. Y la mayoría de los votos para Berlusconi siempre fueron de mujeres. Sin embargo, todo apunta a que podría ser demasiado tarde. (EL PAÍS)