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ESTOCOLMO, Suecia, 10 de octubre.- Para que funcionen como es debido los billones de células del organismo, de tantos tipos, con tantas funciones diferentes y ante tantos estímulos distintos, tienen que tener algún tipo de sensores que capten mensajes del exterior y las activen o desactiven ante cada circunstancia. El premio Nobel de Química reconoce este año los descubrimientos fundamentales de dos estadounidenses, Robert Lefkowitz y Brian Kobilka, sobre una familia importantísima de esos sensores celulares, los llamados receptores acoplados a proteínas G. Tan esenciales son que a través de ellos actúa la mitad de los fármacos que existen, destacó ayer la Real Academia Sueca de Ciencias. Lefkowitz (Instituto Médico Howard Hughes) y Kobilka (Universidad de Stanford) comparten este año el máximo galardón en Química y los 925,000 euros del premio.
La bioquímica Mardee Delahunty felicita a Robert Lefkowitz al llegar a la Universidad de Duke, en Durham, Carolina del Norte, hoy miércoles. Lefkowitz y Brian Kobilka, de la Universidad de Stanford. ganaron el Nobel de Química. (Ted Richardson/Associated Press)
Usted ha salido tarde del trabajo, es de noche y camina por una calle oscura. De repente oye unos pasos que se le acercan rápidamente, ve una silueta... y corre hacia su casa; cuando llega está temblando de arriba abajo, nota el corazón acelerado y le falta aire. El Comité Nobel utilizó ayer esta situación que cualquiera puede experimentar para explicar hasta qué punto son esenciales los receptores celulares, a los que Lefkowitz (de 69 años) y Kobilka (57) han dedicado sus brillantes carreras. Al ver la silueta sospechosa que se acerca, unas señales nerviosas del cerebro envían la primera alarma al organismo; la glándula pituitaria introduce hormonas en el sistema sanguíneo que activan las glándulas adrenales que empieza a bombear otras hormonas que envían una segunda señal. Así se va poniendo en alerta y reacción todo el cuerpo, al reaccionar las células de los músculos, del corazón, del hígado, de los pulmones, de los vasos sanguíneos... la sangre se inunda de azúcar y grasas, los bronquios se expanden y el corazón late más deprisa para que los músculos reciban más oxígeno y energía y así usted puede correr. Es fundamental que todas las células funcionen al unísono y, para ello, tienen los estímulos externos a través de señales que captan precisamente por los receptores que tienen en la pared celular y que envían la señal debida (una proteína) al interior.
Kobilka aceptó el reto de aislar el gen que codifica el receptor beta-adrenérgico del genoma humano gigantesco. Su enfoque creativo le permitió alcanzar su meta y cuando los investigadores analizaron los genes, descubrieron que el receptor es similar a uno en el ojo que capta la luz.
Lefkowitz, que ayer contó que duerme con tapones en los oídos, que no oyó la llamada de teléfono de Estocolmo y que le despertó su esposa (“Me quedé de piedra, fue una total sorpresa”, comentó), descubrió, a finales de los años sesenta, varios receptores, incluido uno para la adrenalina. Unos años después, Kobilka, que se había incorporado a su laboratorio, aisló un gen responsable de la fabricación de un receptor y, cuando lo analizó descubrió que era similar a uno que capta la luz en los ojos. Se trata de toda una familia, los receptores acoplados a proteínas G que son similares y funcionan de la misma manera. Hoy se conoce un millar de genes de esos receptores y el genoma humano ha mostrado que la mitad de ellos están implicados en el sistema olfativo; un tercio son receptores de hormonas y otras señales moleculares como la dopamina o la serotonina; algunos captan la luz y otros están en la lengua dedicados al sentido del gusto.
Kobilka logró el año pasado otro triunfo sensacional al obtener una imagen de un receptor justo en el momento en que transfiere una señal de una hormona al interior de la célula.