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Una lectora de “El País” (España), María A. López, ha rastreado durante dos meses gazapos de tipo científico de distinta envergadura y visibilidad.
La remitente se fija, por ejemplo, en noticias ajenas a esta temática, pero que manejan conceptos científicos. En un artículo sobre el estudiante de Electrónica que planeaba una masacre en la Universidad de Baleares se habla de “amonio nitrato con nitrógeno”, expresión que figura en la nota policial sobre la detención del estudiante. “Pues bien”, aclara la lectora, “una molécula de nitrato amónico tiene forzosamente dos átomos de nitrógeno”.
También merece su atención un reportaje sobre arte en la que se define a la araña como un insecto que teje telas. “No es la primera, ni la segunda vez que encuentro tal disparate: decir que una araña es un insecto es tan absurdo como decir que lo es una gamba. También fácil de comprobar en Internet, pero, claro, hay que tener al menos la duda”, concluye.
Hay algunos particularmente complejos. En una nota de agencia sobre que los animales separados de sus congéneres modifican su cerebro, se afirma que “la mielina, una forma cubierta de grasa de las neuronas que protege las conexiones sinápticas…”. El error se produce precisamente al querer explicar qué es la mielina.
La lectora replica que, “en primer lugar, la mielina no es una cubierta de las neuronas, sino solo de sus prolongaciones llamadas axones, y no de todas las neuronas, aunque sí de muchas en los mamíferos; segundo, y más grave, la mielina en modo alguno protege las conexiones sinápticas; de hecho, los axones pierden la vaina de mielina antes de la sinapsis. El efecto evolutivamente interesante de la mielina nada tiene que ver con la transmisión sináptica y sí, en cambio, con la mayor velocidad de propagación del impulso a lo largo de los axones”. He consultado este error con un especialista que me confirma el fundamento de la crítica, al tiempo que me admite, con resignación, que este tipo de errores se prodigan en la prensa generalista, casi fatalmente impermeable a este tipo de conocimiento en piezas no firmadas por redactores especialistas.
Otro caso se debe al empleo de una expresión confusa (“la malaria es una enfermedad transmitida por un parásito, el plasmodio”), pero que no es producto del desconocimiento del autor de la noticia que ha explicado el mecanismo del contagio con total precisión en varios otros artículos y la infografía que acompaña a este lo narra con la misma corrección. La lectora apunta que “a nadie se le ocurriría decir que la rabia es transmitida por un virus, sino que es producida por un virus y transmitida por los perros y otros mamíferos. De la misma forma varias especies de Plasmodium (un parásito unicelular) producen la malaria, y varias especies de Anopheles (un mosquito) la transmiten”. En la citada infografía se explica con claridad que el parásito Plasmodium falciparum es inyectado en el cuerpo humano por la picadura del mencionado mosquito.
Al margen de estos episodios, a lo que induce el listado remitido por la lectora es a una reflexión sobre el déficit de cultura científica instalada en España entre personas cultivadas en otros saberes. No se trata de exigir un conocimiento enciclopédico. Se trata de tener las alertas intelectuales suficientes para detectar cuándo es conveniente una consulta, un chequeo, para no reproducir errores.
Precisamente este mes, en la edición digital, se ha publicado un vídeo realizado por este diario en la feria de Guadalajara (México). El título resulta casi programático: ¿Se puede ser culto sin saber de ciencia? Y en el citado vídeo, Jorge Wagensberg, director científico de la Fundación La Caixa, responde a la pregunta. Es imposible querer ser culto sin tener nociones de ciencia.
“Cultura es conocimiento que se transmite por vía no genética”, explica. Y la ciencia es cultura porque no nacemos con conocimientos de matemáticas o física. “El problema”, prosigue, “es que no solamente hay muchas personas que consideran que se puede ser una persona culta sin saber ciencia, sino que hay gente que está orgullosa, y presume, incluso, de no saber ciencia. Es una tragedia”.
No se trata de un asunto inédito. El científico y novelista C. P. Snow ya planteó el problema de las dos culturas en 1959, en una conferencia que levantó una viva polémica sobre la brecha existente entre el saber humanista y el científico.
Snow recordaba que muchos intelectuales sueltan una risita entre burlona y compasiva cuando un científico admite que no ha leído una importante obra literaria. Sin embargo, estos mismos intelectuales no se sienten avergonzados por no ser capaces de enunciar el Segundo Principio de la Termodinámica. “Y sin embargo, les estaba preguntado más o menos el equivalente científico de ‘¿Ha leído alguna obra de Shakespeare?”. Según Snow, muchas de las personas inteligentes de Occidente tienen el mismo saber científico que el de su pariente neolítico.
Umberto Eco considera que el pensamiento mágico persiste en la sociedad moderna gracias a la tecnología que nos hace perder de vista la cadena de causas y efectos.
El usuario aprieta un botón del ordenador y obtiene los resultados de un cálculo astronómico, “pero no sabe lo que hay detrás”. Y dirigiéndose a los científicos concluía de forma pesimista: “Si se tiene que imponer una imagen no mágica de la ciencia, no debieran esperarla de los medios de comunicación, deben ser ustedes quienes la construyan poco a poco en la conciencia colectiva, partiendo de los más jóvenes”. En los múltiples comentarios que suscita el vídeo mencionado un lector recoge la entrada de “cultura” de la Real Academia que, en su segunda acepción, la define como “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”, y se interroga sobre la imposibilidad de “tener juicio crítico en un entorno tecno-científico si lo ignoras”.
Un entorno que en la actualidad forma parte de la vida cotidiana, que no está restringido a los laboratorios, y que exige una mínima competencia para entenderlo o, al menos, para despertar nuestras dudas y cerciorarnos cautelarmente de la precisión de las explicaciones.
Con respecto a otro asunto. El pasado fin de semana, la edición impresa, incluso en algunas ediciones que habitualmente no tienen problemas horarios para reflejar los resultados de las competiciones deportivas que se celebran tardíamente en la vigilia, no publicó la crónica de distintos partidos. Varios lectores han remitido su queja por ello.
“¿Cómo es posible que en la edición que llegó a Zaragoza el domingo no se recojan las crónicas de los partidos de fútbol del Barcelona que jugó a las 18.00 y del Madrid que jugó a las 20.00?”, se preguntaba en una de las cartas. El diario publicó sendas notas los días 22 y 24, aunque no el día 23, en la sección de Deportes en las que se explicaba brevemente que por problemas técnicos derivados de la huelga de Pressprint no se había podido ofrecer la citada información. Pressprint es una empresa del grupo editor de este diario. Ayer, el periódico publicó una información sobre el pacto alcanzado en la negociación del ERE.