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Sabemos que los medios impresos se encuentran en un momento difícil. Paradójicamente, no es noticia. Cientos de empresas del ramo y miles de periodistas, en todo el mundo, están en aprietos y no han sabido enfrentar el embate de las redes sociales, sacarles provecho, encontrar el punto en que se puede trabajar juntos y, sí, obtener beneficios económicos. Esto último, muy importante.
Parece que la frase común que escuchamos todos los días es “si no es redituable, no interesa”. Se entiende, al fin y al cabo una compañía es una compañía y no se mantiene ni paga a sus empleados con base a buenas intenciones. Bien, ¿pero hasta que punto es válido sacrificar la información de calidad, que sea de verdadero interés para los lectores, que cumpla el simple y sencillo objeto de informar, en aras de reducción de costos y para satisfacer los deseos de patrocinadores y de quienes pagan publicidad?
Surgen otros temas a tratar. El respeto al periodista, a su trabajo, y el respeto que le debemos a los lectores, quienes, aunque algunos cerebros de grandes medios editoriales se nieguen a aceptar, son quienes mantienen un periódico, revista.
Los tiempos de "vamos a darles a los lectores lo que queremos que lean", se acabaron. No son tontos, y hay que escuchar a todos y cada uno. Un lector enojado, inconforme, que siente que su inteligencia no es tratada con respeto, lo va a manifestar. Cancelará su suscripción, dejará de pedir una edición y aún peor, compartirá su malestar con otras personas. La publicidad de boca en boca es muy fuerte, bastante pruebas de ello hemos tenido.
Los lectores saben perfectamente qué es lo que quieren y buscan, y sí, las redes sociales se han convertido en sus principales medios de información, por lo que su grado de exigencia es mayor. Se dan cuenta perfectamente de que lo que leen decrece en calidad, y lo gritan, pero muchas veces los medios impresos no les hacen caso. No, no, lo que importa es que entre el dinero constante y sonante en el momento, que sirva para satisfacer las necesidades urgentes, no importar humillar y minimizar a un periodista obligándolo a convertirse en un simple lacayo del gran empresario, del gran patrocinador, e incluso forzarlo a olvidar la ética periodística, permitiéndole que su trabajo sea revisado por “el que mete dinero” y cambie a su gusto y conveniencia. Revistas con más de 60 de existencia, que solían destacar por la variedad de sus temas, ahora son un simple catálogo de anuncios.
Estas medidas podrán solucionar urgentes necesidades económicas, pero cada día se daña la respetabilidad del medio impreso y amplía el camino para su declive. Porque, ¿cómo va a existir un periódico o revista, si nadie te lee? ¿Y si nadie te lee, quién te va a comprar publicidad?
Es mi simple apreciación.