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Uno se pregunta si el actuar de los que ahora gobiernan Yucatán, el estado, Mérida, la ciudad —y otras decenas de villas y pueblos, además de ocupar la mayoría de los escaños en el congreso local, en el federal, etc., etc.— no sienten un mínimo de vergüenza al estar haciendo que México retroceda.
¿Que por qué decimos que está retrocediendo? La última gran sorpresa fue la UADY. Bien podría ya volverse a llamar la UDY, porque de autónoma está olvidando cada elemento que alguna vez tuvo.
Ellos tienen que “arrasar”, dominar, controlar. Y eso lo saben porque han visto lo que les pasa a los gobiernos que no controlan absolutamente todo. Los gobiernos con espíritu democrático son muy fáciles de difamar con calumnia, muy fáciles de “destronar”. Y saben, los cínicos de la política mexicana, que no importa qué tan bien hagas las cosas, no importa qué tanto hagas rendir el dinero de los impuestos que te confían, sólo tienes que decir todos los días que lo que están haciendo está mal para que la gente se lo crea y los saque a todos, a patadas, como lo hizo “el pueblo” con sus geniales votaciones para llenar nuestros congresos y nuestra ciudad con la gente que —¿aún no está claro esto para todos?— no asciende para gobernar, sino para, digamos —en el menos malo de los casos— “pasársela bien”.
Son expertos en la retórica. Saben torcer las leyes y torcer las acciones para provocar golpes fuertes que sólo causan en la gente en general, la formación de imágenes falsas, fuera de lugar, fuera de la realidad. Así, en forma realmente genial, van logrando, con lo que dicen todos los días, borrar lo que es realmente bueno y conveniente para los mexicanos.
Ellos, si lo desean, pueden usar la ley torciéndola a su antojo, convirtiendo así lo legal en ilegal y viceversa. Sólo ellos habrían podido pedir públicamente que se regresara el ejército mexicano a sus cuarteles cuando todos sabemos que los cuerpos regulares sencillamente no estaban preparado para el trabajo que era necesario. La guerra se va ganando y los más reacios a “creerlo” o a admitirlo son precisamente los expertos en convertir todo en estiércol… siempre y cuando no sean ellos los que lo hacen.
Y, claro, al revés, es correcto: convierten su estiércol en “gran obra”, que después acaban pagando los bien administrados, como sucedió con la deuda pública exterior mexicana.