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Blancanieves y el cazador es la segunda adaptación, en este verano, del famoso cuento de los hermanos Grimm. La dirección corre a cargo del debutante Rupert Sanders y en sus roles protagónicos están Kristin Steward (Crepúsculo) como Blancanieves, Chris Hemsworth (Thor) como el cazador y Charlize Theron (Monster) como la perversa reina Ravena.
La historia es la misma, la belleza de Blancanieves provoca la envidia de su madrastra, quien con la ayuda de su espejo mágico urde planes para asesinar a la protagonista. Primero contrata a un cazador para que lleve a Blancanieves al bosque y le saque el corazón; después utiliza una manzana envenenada para hacer que su hijastra caiga en un sueño eterno. Pero la heroína cuenta con la ayuda de los animales del bosque y una banda de siete enanos para enfrnetarse a las maldades de Ravena.
En esta ocasión el personaje del cazador adquiere mayor protagonismo, convirtiéndose en el galán que, metafóricamente, se quedará con el corazón de la chica. Y de paso se convertirá en su maestro de técnicas de combate y hasta en su psicoanalista.
Comparada con Espejito, espejito, esta nueva versión está mucho mejor lograda. Sobre todo si hacemos un paralelismo entre la vergonzosa actuación de Julia Roberts y la espléndida presencia de Charlize Theron como la reina Ravena. Pasamos de una bruja inconvincente y ñoña, a una villana funcional y axiomática en los parámetros del cuento infantil.
Decir que Blancanieves y el cazador funciona mejor que la deslucida propuesta de Disney, no representa un gran halago. La cinta también arrastra flaquezas narrativas y artísticas. De entrada, la más evidente: la inconsistencia de su elenco.
Kristin Steward y Chris Hemsworth son tan inexpresivos que parecen salidos de una telenovela de Televisa. Steward con la eterna mueca de congoja que ha mantenido en todas y cada una de las escenas de Crepúsculo. Y Hemsworth moviéndose frente a la cámara como si estuviese en una pasarela, con un caminar de tambaleo galante y simulado propio de los actores inexpertos —sin contar además de su pésima dicción.
En medio de actores tan malos, Charlize Theron se vuelve la única luz de esta película. Todo el primer acto funciona de maravilla porque está centrado en el personaje de Ravena. La presentación, la manera en que se apodera del reino y sus primeros años de tiránico reinado hacen que la cinta comience en su punto más alto. Pero una vez que Bellanieves y el cazathor se unen, el guion empieza a colgarse y la tensión se diluye. Hasta que llega un último impulso donde Theron vuelve a cobrar relevancia.
En lo formal, lo más destacable es el trabajo de diseño de producción. Vestuarios, utilería, peinados, maquillaje y escenografías generan una atmósfera oscura con un toque fantasioso. El estilo expresionista del Bosque Oscuro nos recuerda mucho al recurrente sello visual de Tim Burton. No es casualidad que el diseño de vestuario esté en manos de la reconocida Collen Atwood, quien ha trabajo en muchas cintas de Burton.
Argumentalmente hay un ímpetu narrativo que perjudica al ritmo y el encadenamiento de las acciones. Se quiere contar tanto que el relato cae en situaciones innecesarias. Por ejemplo, el triángulo amoroso entre Blancanieves, el príncipe Charmant y el cazador está demás. Todo por el bobo afán de complacer a las adolescentes fans de Crepúsculo y hacer que Bellanieves vuelva a debatirse entre dos amores.
Algunas situaciones se plantean con impericia y se resuelven de modo precipitado. Desde la escena de la manzana, hasta la llegada abrupta de una batalla épica inspirada en El señor de los anillos.
Lo único poderoso y resistente en esta trama es la reina Ravena. Aún cuando se transforma en miles de cuervos, el personaje conserva la solidez. La bruja quizá no logre apoderarse del corazón de Blancanieves, pero consigue apropiarse del alma de la película.
Lo mejor: Charlize Theron y el diseño de producción —especialmente el vestuario de Collen Atwood.
Lo peor: Kristen Stewart, Chris Hemsworth y la falta de originalidad.