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A la valiente maestra que le quitó la camiseta...
En una nota de hoy, miércoles 3 de febrero, intitulada Niño de 10 años víctima de la "grilla", el Diario de Yucatán da cuenta de un suceso que retrata a la perfección el maltrato del que somos presa los ciudadanos por parte de los políticos: en un evento del gobierno del Estado —que no de políticos o partidos, como bien dijo la maestra del niño— se le puso a fuerzas una camiseta del programa oficial del gobierno estatal para tapar una playera del Ayuntamiento de Mérida que el infante llevaba puesta.
El acto —perpetrado seguramente por un burócrata subordinado funcional e intelectualmente a otros muchos que enarbolan la bandera de la lisonja y la adulación como única opción de crecimiento profesional— pareciera carecer de importancia, pero es un serio llamado de atención a todos los que, careciendo de la justificación que la inocencia de un niño de 10 años pudiera brindar, nos dejamos puesta la camiseta de la sumisión y la pusilánime aceptación de este tipo de ofensas con las que autoridades, políticos y partidos pisotean nuestra dignidad como ciudadanos.Así, el llanto de ese niño es una bofetada con guante blanco a todos los acarreados, a todos los levantadedos, a todos los "borregos", en fin, a todos los que están dispuestos a ponerse los colores partidistas o gubernamentales que con tortas, amenazas o prebendas aquéllos les impongan. Es, a la vez, una luz de esperanza que da pie a soñar con futuras generaciones más comprometidas, más valientes y más ciudadanas en toda la extensión de la palabra.
La actuación de la maestra, quien valientemente —pues no faltarán otros burócratas que quieran cobrarse ese pedagógico y cívico gesto— le quitó la camiseta al menor, es también muy gratificante. Deja ver que aún en estos días en que "pasar agachado" resulta muy cómodo, hay ciudadanos libres que piensan y actúan sin temor y ataduras y están dispuestos a defender sus principios frente a todos.
Ojalá y este episodio anecdótico mueva conciencias. Ojalá las lágrimas de ese niño y el ejemplo de su maestra despierten nuestro adormilado civismo. La "siesta cívica" que como sociedad llevamos varios meses tomando debe terminar. Tanto las autoridades como la política —y por ende los políticos— están al servicio de los ciudadanos y no al revés. No permitamos entonces nuevamente que se oiga: “Qué culpa tiene ese niño de la política, no se vale...”