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Las organizaciones criminales son flexibles en sus formas y nunca rígidas como podrían ser algunas instituciones que las combaten. De hecho, esta flexibilidad impresiona a quienes las han estudiado recientemente.
Analistas han dado a conocer que los cárteles han encontrado en las pandillas callejeras a la siguiente generación de sicarios, incluso en el norte del país, ya algunas como “los Aztecas” de Ciudad Juárez, son consideradas como narcopandillas que controlan barrios populares y tienen a su servicio a miles de jóvenes, incluso niños, que están haciendo diversas labores en pro de una delincuencia, que además de organizada ahora es sofisticada, ya que abarca desde el narcomenudeo hasta la protección de negocios tan simples como lo son panaderías y tortillerías.
Otro caso es el de la Mara en sus dos vertientes, la MS13 y la M18, que de acuerdo a corporaciones policíacas, se emplean como sicarios para el Cártel del Golfo. No hay que olvidar que Chiapas vive en un problema de seguridad a partir de la expansión de esta pandilla centroamericana, que hoy en día crece en sus operaciones de tráfico de indocumentados, armas y drogas por la frontera sur de México.
En Centroamérica las maras son un problema de seguridad nacional —en Guatemala, El Salvador y Honduras, principalmente— que lejos de disminuir, crece día a día y tiende a internacionalizarse.
Adicionalmente, quien entra a una pandilla, entra a una nueva estructura familiar, la cual velará por ti y no te dejará a tu suerte. Estos argumentos, acompañados de tatuajes e indumentarias propias, son lo suficientemente atractivos para que cientos de niños y adolescentes, la gran mayoría de clases bajas, vean en la pandilla algo que no encuentran en el núcleo familiar tradicional.
Figuras como lealtad, poder, protección y hasta morir por esta nueva “familia” son parte de un complejo código de reglas de quienes integran a estas organizaciones: “Entras matando y sales muriendo” es el lema de quien es parte de este mundo. La muerte es el castigo para quienes osan traicionar o desobedecer a la pandilla.
Incluso en lugares donde no hay esta problemática de violencia y narcotráfico, como lo es Yucatán, se observa un fenómeno de imitación por parte de jóvenes, que ya empiezan a formar e integrar sus propias pandillas, copiando sobretodo en ropa, modismos y tatuajes el ejemplo de las maras.
Se sabe que en el sur del Estado, en el corredor que forman Tekax, Ticul y Oxcutzcab, ya existen grupos que empiezan a operar bajo el esquema de una pandilla, lo cual es un foco amarillo para la región ya que de no darle un seguimiento integral por parte de la autoridad —no sólo policíaco— podría derivar en grupos que al paso del tiempo adquieran ciertos niveles de poder y comiencen a representar un peligro para la misma sociedad.
En Mérida, en su zona sur, que en el pasado fue cuna de muchas bandas, lejos de este nuevo perfil criminal, comienza a resurgir el tema de las pandillas, con la salvedad de que ahora se trata de un fenómeno delincuencial, empujado por lo que pasa en otras partes del país, ya que una de las misiones de las grandes pandillas es su expansión a nuevos territorios.
Estamos a tiempo para que como sociedad empecemos a pensar cómo atacar este problema. No esperemos a que llegue, crezca y se expanda. Hay que recordar que Chiapas no está tan lejos como Chihuahua.