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Los hechos sangrientos de Torreón y de Cd. Juárez y las circunstancias que los envuelven nos dejan ver una faceta hasta ahora desconocida, la SOCIALIZACIÓN del narcotráfico. La socialización del narcotráfico consiste en la red de grupos de la sociedad que viven y se mueven en el entorno del narco y que llegan a establecer relaciones con él, en ocasiones de afinidad y complementariedad, a veces de conflicto. De acuerdo con los procesos experimentados en otros países, el paso que sigue a la socialización del narco sería la POLITIZACIÓN. Tema que pretendo desarrollar, así sea de manera apretada.
Hace un par de años, cuando leí que los reportes de la inteligencia estadounidense marcaban a su frontera sur, sus límites con México, entre las zonas de mayor riesgo por posibles ataques terroristas, lo consideré uno más de los excesos de ese país en contra de sus pobres y emproblemados vecinos.
Sin embargo el crecimiento exponencial de la violencia relacionada con el narco, ligada a la torpeza con que un gobierno de autistas la intenta combatir, me llevan a reconsiderar la hipótesis norteamericana y aceptar la posible POLITIZACIÓN de una lucha que se extiende en el tiempo y en la geografía y que ya rebasó el campo económico-delicuencial en el que suele realizarse el narcotráfico. De darse esta situación, experimentaríamos en México el capítulo de una historia que se vivió en Colombia entre los años 70 y 80’s y que nunca creímos factible de ocurrir en nuestra patria.
¿En qué consiste la POLITIZACIÓN del narco y qué factores la propician y la explican?
Sabido es que el narco necesita de la protección institucional para existir y para operar. Protección de las autoridades, lo mismo de las administrativas (Poder Ejecutivo), que de las judiciales (desde las policías, los fiscales, los jueces y sus subordinados). El proceso de POLITIZACIÓN del narco tiene dos facetas: cuando se establecen los contactos y se construyen las alianzas con las piezas “del aparato”; y cuando éstas funcionan, particularmente en los momentos de dificultad o de crisis. Si los narcos distribuyen dinero y beneficios de manera sumamente generosa en los tiempos de bonanza, resulta lógico que, en los momentos de dificultades, las relaciones con el “muro político” encuentre fisuras y desencuentros, conflictos que en muchos casos desembocan en “vendettas”, la manera como se suelen cobrar las facturas pendientes.
Hasta el día de hoy, en México, salvo en el caso de un gobernador, las numerosas y graves evidencias de colusión con el narco no han tenido consecuencias institucionales (ni políticas). Pero tampoco se han dado los cobros de facturas pendientes, a pesar de las pequeñas y grandes omisiones y/o traiciones que han rodeado los casos más sonados de captura o aniquilamiento de narcos (Shen Li Ye Gon; los dos Beltrán Leyva; Juan García Ábrego y Osiel Cárdenas; Vicente Carrillo; etc., etc.). Considero que está por iniciarse esta etapa en el país, que las condiciones están dadas para que se empiecen a dar situaciones que ya se vivieron en Colombia, en Perú, en Ecuador y en algunos países centroamericanos.
¿Qué otros factores llevan a considera la POLITIZACIÖN del NARCO como una posibilidad cercana, inminente en México? En primerísimo lugar, el intenso proceso de descomposición que vive la política en México y que abarca a las autoridades y las instituciones, los partidos y sus líderes, incluyendo al Ejército. Y, sumado a lo anterior, la parálisis económica de años, que ya golpea la economía familiar y que ha cerrado opciones de trabajo y de ingreso a grupos sociales tan relevantes como el campesinado, a los jóvenes del medio urbano (los que se conocen como “NINIS”: ni estudio, ni trabajo), al sector creciente de los y las ancianas, a los hogares encabezados por mujeres que no encuentran opciones satisfactorias de trabajo e ingreso y que tampoco alcanzan la protección social que brindan algunos programas públicos.
La conjunción de estos factores macro-sociales son el CONTINENTE del problema, de la posible POLITIZACIÓN de la guerra del y contra el narco. El CONTENIDO lo encontramos, sí, en la radicalización de los grupos de narcotraficantes (directamente proporcional a la intensidad con que se les combate) pero, también, en el origen militar de quienes encabezan y controlan el “brazo armado” de los principales cárteles de la droga del país. Quien pretenda que no existe diferencia sustantiva entre los integrantes de las bandas de traficantes de drogas, cuando se considera su origen y su papel dentro de la organización delictiva, comete un grave error de apreciación.
Hay una diferencia determinante entre el jovencito que aprende el manejo de las armas “en las calles” y quien lo hace de una manera profesional. Hay una diferencia crucial entre quienes se dejan llevar por “su instinto” y quienes cuentan con formación logística; entre aquellos que sólo conocen a los policías y a los soldados como enemigos a liquidar y quienes dominan su psicología, conocen sus reglas, saben de sus tácticas y pueden valorar sus fortalezas y debilidades. La historia de la subversión en América Latina nos enseña que el militar que se cambia de bando suele convertirse en un cuadro de singular valía e influencia en las filas rebeldes.
En el caso de los ex-militares mexicanos que se han integrado al narco llevan entre sus motivos principales la corrupción que impera en el ejército, en particular, entre los mandos altos. Corrupción que contrasta con los bajos sueldos de la tropa; corrupción que entraña, en muchas ocasiones, condiciones de alto riego para los soldados.
En la espiral de violencia que ha desatado la actual “guerra contra el narco” se han roto muchas de las reglas “no escritas” para sus protagonistas, como la de perseguir, encarcelar o liquidar a parientes de los principales jefes o de los narcos buscados, parientes que no participan de manera directa en el trasiego de droga, de armas o de dinero (¿se explica así la matanza de familiares de un marino abatido durante el tiroteo en el que murió Beltrán Leyva en Cuernavaca?). Entre esos parientes ultrajados se encuentran también los parientes de los ex-militares convertidos en Zetas, en Pelones, en Familia o en Línea, quizá su punto más vulnerable. Este factor, en el contexto de la descomposición política y de la crisis económica que imperan en el país, pudiera hacer las veces de catalizador en el comportamiento y en las motivaciones de los narcotraficantes. La INSOBURDINACIÓN que los llevó a pasarse de bando, puede ser la semilla que los haga recorrer el tramo que hay entre una guerra sin proyecto y una lucha con proyecto social y dimensión política. Esa interrogante pudiera despejarse en los meses por venir, justo en el marco de las celebraciones por la Independencia y por la gesta revolucionaria de 1910.
El crecimiento exponencial de las medidas y del personal de seguridad que rodea al Presidente de la República y a los más altos funcionarios federales y estatales, nos hacen saber que sus estrategas han sabido leer la inminencia de esta escalada de violencia en el entorno de los políticos. Pero también nos lleva a pensar en la vulnerabilidad de esos aparatos o en el altísimo riesgo de quienes no disponen de tal protección, como es el caso notable de los candidatos en campaña o de los funcionarios de segundo y tercer nivel (de hecho, hace meses que empezó la matazón de jefes municipales de policía, de “jefes de grupo” o sub-jefes de las policías estatales y de alcaldes, en distintos estados del país).