Regalan a Benedicto gran huevo de Pascua
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Artículo de Nic Marks, investigador de la felicidad de TED (Technology, Entertainment, Design)
El Producto Interno Bruto (PIB) se ha convertido en la medida de progreso de las sociedades; sin embargo, no es adecuado para este propósito ni fue diseñado para serlo. Ya es momento de encontrar un sustituto mejor.
Madre e hijos. México.
Así, si uno de los creadores del PIB nunca pensó que fuese una medición del bienestar, ¿por qué se utiliza precisamente para eso? Probablemente por la Segunda Guerra Mundial.
Comprensiblemente, al empezar la guerra, maximizar la producción de armamento y material se convirtió en uno de los principales objetivos y John Maynard Keynes ayudó a establecer un marco de contabilidad nacional de ingresos y egresos que reflejara el aumento en la producción.
Después de la guerra, vino la necesidad urgente de reconstruir varias naciones. Por lo tanto, en ese momento incrementar la producción se relacionó con la mejora del bienestar material de los países. Sin embargo, el hecho de que las Naciones Unidas consideraran el PIB adecuado para medir el progreso de una sociedad, refleja negligencia en establecer mediciones directas del bienestar.
Veinte años después, la inadecuación del PIB fue señalada por Robert Kennedy en un discurso (ahora famoso) en Kansas:
"Comprende la contaminación ambiental, la publicidad de los cigarrillos y las ambulancias para limpiar nuestras carreteras de las víctimas de accidentes. Cuenta las cerraduras especiales para nuestras puertas y las cárceles para las personas que las rompen. Cuenta la destrucción de las secuoyas y la pérdida de nuestras maravillas naturales por el caótico crecimiento urbano... (pero)... no tiene en cuenta la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación ni la alegría de sus juegos.
"No incluye la belleza de nuestra poesía ni la fortaleza de nuestros matrimonios, la inteligencia de nuestros debates ni la integridad de nuestros funcionarios públicos. No mide ni nuestro ingenio ni nuestra valentía, ni nuestra compasión ni nuestra devoción a nuestro país. Esto es: mide todo, excepto lo que hace que la vida valga la pena".
Desde entonces, en otras esferas de la vida hemos sido testigos de algunos cambios fundamentales: el final de la Guerra Fría, el ascenso de China, la llegada de Internet, los avances en la atención médica, el multiculturalismo creciente y el reconocimiento de los riesgos del cambio climático global. Sin embargo, aquí estamos, cuarenta años después, y el PIB o sigue siendo el indicador de nuestro progreso social.
De hecho, Simon Kuznets, uno de los principales artífices del método estándar para medir la contabilidad nacional, declaró en 1933 que "el bienestar de una nación apenas puede inferirse de la medición del ingreso nacional".
Familia en Pennsylvania, Estados Unidos. Foto de Lydia Panas.
Desarrollar la forma en que medimos el progreso
El PIB sigue siendo criticado desde el discurso de Kennedy. En la actualidad ya hay una larga lista de sus desventajas.
El PIB no sólo incluye cosas malas, como los costos de los problemas de salud, accidentes, desintegración familiar, la delincuencia y la contaminación, sino que excluye las buenas: las actividades no remuneradas, como crianza de los hijos, tareas domésticas, ayudar a amigos y vecinos, el voluntariado y la participación en la política local.
Todas estas actividades están fuera del mercado, mas constituyen el corazón de nuestra economía. Además de no valorar lo que más importa, el PIB no tiene en cuenta los costos sociales y ambientales del desarrollo económico. Tal vez el ejemplo más urgente sea el cambio climático, que el economista Nicholas Stern ha llamado "el mayor fracaso del mercado".
En resumen: el PIB no puede considerarse una medida confiable o deseable de progreso.
Los economistas clásicos tienden a presentar el argumento de que incluso si el PIB no es la mejor medida de progreso, no importa, pues su aumento automáticamente conduce a incremento en el bienestar. Pero es que los supuestos que han hecho les permiten sostener este argumento.
La teoría económica ortodoxa asume que las personas tienen preferencias racionales y estables y que su bienestar es mayor cuando tienen las máximas oportunidades para satisfacerlas. Por lo tanto, tener más posibilidades de elección siempre es mejor, y a mayor ingreso, más amplio el abanico de opciones. Así, la manera de mejorar la vida es aumentar el ingreso de las personas.
Esta teoría suena bien, pero ¿es verdadera?
Al comienzo de los setentas, Richard Easterlin, un economista de California, comenzó a explorar la relación entre el crecimiento del PIB y el bienestar, mediante medidas subjetivas obtenidas en encuestas a gran escala, donde a los sujetos se les pidió calificar su felicidad o satisfacción.
Estas medidas son simples y confiables. En experimentos, los individuos que se califican a sí mismos como felices sonríen más y las personas que los conocen bien los consideran felices.
Entonces, ¿qué encontró Easterlin? Una paradoja: en un país, en un momento dado, la gente con los ingresos más altos efectivamente reportaba mayores niveles de felicidad y bienestar. Pero no encontró ninguna evidencia de que el aumento del PIB per cápita causara un incremento en el bienestar nacional. En su lugar, halló que los niveles se mantuvieron iguales.
Así, mientras que los más ricos son siempre más felices, no todos nos volvemos más felices al enriquecer. Este hallazgo sorprendente se conoce como la "paradoja de Easterlin".
El dinero no compra la felicidad
Si bien recientemente la paradoja ha sido cuestionada con nuevos datos, queda claro que la magnitud de los incrementos de la felicidad es muy pequeña. Muchos países, como los EE.UU. o el Reino Unido, que han tenido un crecimiento económico sustancial en las últimas décadas, no han experimentado ningún aumento discernible en el bienestar nacional. Esto refleja una hipótesis de umbral: cuando el PIB se eleva por encima de cierto nivel per cápita, alrededor de 15,000 dólares, las ganancias en el bienestar empiezan a disminuir.
Vale la pena detenerse un momento y reflexionar sobre por qué estos resultados son tan sorprendentes.
Los datos dejan al descubierto la falsa lógica en el corazón del sistema económico. Hemos organizado nuestras sociedades modernas en torno a un modelo concreto de cómo buscar la felicidad. Nuestros modelos de negocios se centran en la maximización de ganancias para los accionistas, ignorando las necesidades de sus grupos de interés más amplios (comunidades locales, empleados y proveedores).
Mientras tanto, a las personas se les hace creer que a mayor consmo, más felicidad. La verdad es que hemos asumido que el aumento de la producción económica llevará directamente a un aumento en el nivel de vida y por lo tanto a mayor bienestar humano y felicidad. Pero este supuesto no es verdadero.
Para nuestro bienestar, no sólo es ineficaz organizar nuestra economía en torno a un PIB creciente, sino que hacerlo impide tomar en consideración los impactos negativos en el medio ambiente.
Cómo asegurar que las actividades humanas sean sostenibles es uno de los desafíos más importantes del siglo XXI, y ninguna medida de "progreso" que ignore los problemas de sustentabilidad puede tomarse en serio.
Al menos hay indicios de que los economistas y los políticos están empezando a pensar en abordar estas cuestiones y tal vez las cosas empiezan a cambiar. A finales del año pasado, el gobierno británico anunció que iba a crear indicadores nacionales de bienestar y ha emprendido un debate nacional dirigido por la Oficina de Estadística Nacional en cuanto a lo que debería abarcarse.
El interés de Gran Bretaña en los indicadores de bienestar no es aislado y se basa en una gran cantidad de actividad reciente de gobiernos y organismos internacionales. La Comisión Europea ha organizado una serie de conferencias centradas en la medición del desarrollo sostenible y la necesidad de pensar más allá del PIB; su dirección de estadística, Eurostat, ha comenzado a trabajar en el desarrollo de indicadores de bienestar en la Unión Europea.
La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico -grupo de las naciones más ricas) se ha comprometido con trabajo de alto nivel y en conferencias sobre la medición del progreso de las sociedades.
Probablemente, el trabajo que ha llevado a cabo el gobierno francés sea incluso más amplio. Se inició en enero de 2008, cuando el presidente francés, Nicolas Sarkozy, contrató a Joseph Stiglitz y Amartya Sen, ganadores del Premio Nobel en Economía, para formar una comisión especial sobre la medición del desempeño económico y el progreso social. Al analizar el alcance de su trabajo, Stiglitz y Sen se mostraron muy conscientes de los retos que enfrentan:
"Hay una distancia enorme entre las medidas estándar de variables socioeconómicas importantes, como el crecimiento, la inflación, las desigualdades, etc ... y las percepciones generalizadas. Nuestro aparato estadístico, que puede haber servido bien en un pasado, necesita serias revisiones".
Su reconocimiento de esta necesidad es un eco del llamado que hemos estado haciendo en nef (the new economics foundation), grupo de expertos en política con sede en Londres. En un informe reciente, 'Midiendo nuestro progreso', nuestra contribución al actual debate en el Reino Unido, sugerimos que:
--Una sociedad exitosa es aquella que proporciona a sus ciudadanos niveles altos y estables de bienestar de forma sostenible.
--Los gobiernos deben adoptar nuevas medidas globales de bienestar y progreso sostenibles que encapsulen esta visión de éxito nacional.
--Las nuevas medidas sólo importan si realmente influyen en las políticas gubernamentales.
Crear medidas novedosas de progreso es un reto estadístico y político. Pero si queremos crear un mundo más feliz, más justo y más sostenible, entonces realmente necesitamos con urgencia reemplazar al PIB.