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Las encuestadoras cometieron graves errores en los datos que presentaron cuando les sucedía que 20% o más de la muestra incluida eran clasificados como “indecisos”. Además de este 20%, 58% o más rechazaba la encuesta en automático. Y claro, a nadie se le podía obligar a responder si por alguna razón no quería hacerlo.
La razón detrás del rechazo es falta de comprensión con respecto a lo que es una encuesta. El encuestador solo estaba obligado a corroborar que el encuestado efectivamente contaba con credencial de elector. Todo lo demás sería totalmente anónimo; es decir, nadie sabría quién respondió qué. Si la sociedad se esforzara un poco más en que la gente entienda las cosas, las encuestas correctas no tendrían por qué ser rechazadas.
GEA-ISA, una encuestadora muy profesional y seria —digamos, que no se prestaría a aplicar una encuesta para arrojar datos a favor del contratante— publicó el resultado de múltiples encuestas, arrojando datos muy lejanos a la realidad, al colocar a Peña Nieto arriba de 45%, a Vázquez Mota por debajo de 20% y a AMLO en alrededor de 21 o 22%. ¿Por qué publicaron las cosas en esta forma? ¿Estaban “maiceados” por el PRI? Quien esto escribe tiene serias razones para creerlo. ¿Qué fue lo que sucedió entonces?
El error de GEA-ISA y de otras casas encuestadoras fue distribuir proporcionalmente a los indecisos y sumarlos a los decididos. En otras palabras, hizo un mal ejercicio de adivinar que los indecisos seguramente —ya vimos que no fue así— estarían divididos en igual proporción.
Por ejemplo, una encuesta, ya en días cercanos a la elección, arrojó estos datos: a) Contestaron: EPN 36%; JVM 20%; AMLO 22%; GQ 2%. b) No contestaron: 20%. c) “Efectiva intención” (Error): EPN 45%; JVM 26%; AMLO 27%; GQ 2%.
Ya sabemos que la realidad estuvo un tanto lejos: Al final, EPN obtuvo 38%, AMLO 32% y JVM 26%.
¿Quiénes “escondieron su voto”? Principalmente los que votarían por AMLO. Entre los “indecisos” había más “guardaditos” a favor de AMLO que a favor de los demás. De ese 20%, había que darle: 6% a JVM (eso le dieron), 2% a EPN (le dieron 9%) y 11% a AMLO (le dieron 5%), con el saldo para Panal.
La proporción de “indecisos” solo coincidió con los votos para JVM (6%). Había muy pocos, entre los indecisos, que finalmente lo harían por el PRI (2% nada más), en tanto que habían muchos (11 a 12%) cuya decisión final sería para el PRD.
Eso hizo que Peña Nieto apareciera mucho más alto de lo que realmente estaba: casi 8% arriba de la realidad. Ahora bien, ¿cómo puede el encuestador adivinar qué partido tiene a su favor a los que decidieron desde hace mucho tiempo (y no han cambiado)? Ese fue el caso del PRI: entre los indecisos ¡casi no había votos para el PRI! Ya todos (36%) habían decidido desde antes: solo faltaba ese 2% final.
La conclusión de esto es que las encuestadoras deben abstenerse de publicar datos calculados arbitrariamente —aunque proporcionalmente no es arbitrariamente. Nos debe servir, esta última experiencia para entender que ciertos partidos —el PRI— ya tienen sus votos casi totales declarados, es decir, el que vota por el PRI, decide “temprano”, no así los que votan por los otros partidos.
Quizás si el IFE hubiese impedido este tipo de publicaciones y exigido que no se pueden distribuir los indecisos proporcionalmente, las encuestadoras nos hubiesen mostrado siempre los datos según los encuestados realmente respondieron. Eso le habría dado al electorado, en general, una visión mucho más correcta de la realidad en la intención del voto.
Tanto IFE como encuestadoras deben tomar cartas para evitar que esto se vuelva a repetir.