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WASHINGTON D.C., 2 de febrero.- Una serie de sangrientos crímenes está sacudiendo a la opinión pública en Estados Unidos en momentos en que el país está considerando, por primera vez en una generación, de forma seria aprobar un mayor control de las armas.
El jueves, la televisión por cable y las webs abrieron con dos historias que competían: el asesinato a tiros de un fiscal a las puertas de un tribunal en Texas y la tensión en Alabama por el secuestro de un niño autista de cinco años por parte de un hombre mentalmente perturbado, que lo retiene en un búnker bajo tierra en su propiedad rural.
El Huffington Post ha llevado la cuenta desde la masacre en Newtown, Connecticut, el 14 de diciembre, y en las siete semanas posteriores en EE. UU. ha habido más de 1280 muertes (accidentales, homicidios o suicidios) por armas de fuego.
Jimmy Lee Dykes, de 65 años, un hombre obsesionado con el fin del mundo, tenía que presentarse el miércoles ante un tribunal por haber amenazado a sus vecinos con un arma en una disputa por una propiedad. En vez de ello, intentó secuestrar un autobús escolar, mató al conductor que trató de impedirlo y finalmente se llevó a un pequeño.
En los alrededores de su casa la presencia de los periodistas cubriendo los hechos era casi tan numerosa como la de los equipos de la policía especial SWAT.
Con la masacre en la escuela primaria de Newtown aún muy fresca en la memoria de los estadounidenses, los canales de noticias de 24 horas cortan de inmediato toda emisión cuando se produce algún hecho violento de cierta importancia.
Por ejemplo, el jueves, CNN se apresuró a cubrir un tiroteo en Atlanta, ciudad donde tiene su sede, en el que nadie había muerto. El miércoles, las imágenes provinieron de Phoenix, Arizona, donde un hombre de 70 años abrió fuego en un edificio oficial tras una reunión de mediación. Mató a una persona antes de huir y ser hallado un día después muerto en su coche.
'¡Bang!'. Obama aprieta el gatillo en pleno debate sobre el control de armas. La Casa Blanca publica hoy sábado 2 de febrero una foto del Presidente de Estados Unidos en la que se lo ve disparando con un fusil contra blancos de arcilla.
El martes, la violencia rozó la Casa Blanca con el asesinato de Hadiya Pendleton, una joven de 15 años que había formado parte del desfile que marchó frente a Barack Obama y su familia en las celebraciones por su segundo mandato. Pendleton murió en un tiroteo en un parque de Chicago, cerca de la casa del propio presidente en esa ciudad.
Los casos mantienen vivo el debate sobre el problema de las armas en el país. La ex legisladora Gabrielle Giffords, que recibió un disparo en un acto político en 2011, testificó también esta semana ante un comité del Congreso que analiza el tema, al que pidió un mejor control de las armas.
"Están murieriendo demasiados niños", aseguró Gabrielle Giffords a los senadores en un discurso lleno de pausas provocadas por los daños cerebrales que sufrió. "Demasiados niños ¡debemos hacer algo!"
Las familias de las víctimas de la escuela de Newtown participaron asimismo esta semana en una audiencia en su localidad sobre la propuesta para restringir el acceso a las armas en el estado de Connecticut. David Wheeler, padre de Ben, aseguró que su hijo perdió la vida "por un individuo inestable y suicida que tenía acceso a un arma que no debe tener lugar en una casa". "El derecho a portar armas es inferior al derecho de mi hijo a vivir", insistió.
Los negociadores intentaban el sábado (quinto día) persuadir a Jimmy Lee Dykes, de 65 años, para que se rindiera. Dykes, veterano de Vietnam, mató el martes a tiros al conductor de un autobús escolar y se llevó a un niño autista de 5 años a un búnker que construyó en su casa en la localidad rural de Midland City.
Las propuestas de Obama para prohibir las armas semiautomáticas y endurecer la verificación de los datos de los compradores parecen obvias en la mayoría de las democracias occidentales, pero se enfrentan a una fuerte resistencia en Estados Unidos de parte del poderoso lobby de las armas.
Irónicamente, la capital de los homicidios es Chicago, la ciudad en la que creció Obama. Pese a que tiene una de las leyes más restrictivas de acceso a las armas, registró 500 homicidios el año pasado y lleva más de 40 solamente en enero.
Quienes defienden el derecho a portar armas alegan que Chicago es la muestra de que las leyes más severas no impiden los crímenes. En cambio, para quienes quieren un mayor control, la ciudad encarna la necesidad de contar con estándares nacionales para frenar el acceso a las armas a criminales y personas con problemas. Los partidarios de endurecer las leyes son mayoría por un escaso margen, según una encuesta reciente del Pew Research Center. (dpa)