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Martes 26 de febrero.- Científicos del Centro Harvard-Smithsoniano para Astrofísica (CfA) han propuesto un nuevo objetivo en la incansable búsqueda de vida fuera de la Tierra. Creen que el objetivo en el que concentrarse para tener éxito deben ser unas estrellas particulares: las moribundas, las enanas blancas. El motivo, según los investigadores, es que resultaría mucho más fácil detectar oxígeno en la atmósfera de un planeta que gire alrededor una enana blanca que en el caso de un mundo similar a la Tierra que orbite una estrella parecida al Sol. Y lo que es aún más alentador: si esa vida existe, los autores creen que podríamos detectarla dentro de la próxima década.
Recreación artística de un planeta habitable que orbita una enana blanca. (David A. Aguilar / CfA)
«En la búsqueda de firmas biológicas extraterrestres, las primeras estrellas que estudiamos deben ser enanas blancas», ha dicho Avi Loeb, teórico en CfA y director del Instituto de Teoría y Computación. Cuando una estrella como el Sol muere, expulsa sus capas externas, dejando un núcleo caliente llamado enana blanca. Una típica tiene aproximadamente el tamaño de la Tierra. Poco a poco se enfría y se desvanece con el tiempo, pero puede retener el calor suficiente para calentar un mundo cercano durante miles de millones de años.
Dado que una enana blanca es mucho más pequeña y más débil que el Sol, un planeta tendría que estar mucho más cerca para ser habitable con agua líquida en su superficie. Un planeta habitable daría la vuelta de la enana blanca una vez cada 10 horas a una distancia de cerca de un millón de kilómetros. Nada que ver con lo que conocemos aquí en la Tierra.
Pero antes de que una estrella se convierta en una enana blanca se hincha en una gigante roja, engullendo y destruyendo los planetas cercanos. Por lo tanto, nuestro planeta prometedor tendría que haber llegado a la zona habitable después de que la estrella se hubiera convertido en una enana blanca. El planeta podría formarse a partir de restos de polvo y gas (sería lo que se llama un mundo de segunda generación), o migrar hacia el interior desde una distancia mayor.
La abundancia de elementos pesados en la superficie de las enanas blancas sugiere que una fracción significativa de ellas tienen planetas rocosos. Loeb y su colega Dan Maoz, de la Universidad de Tel Aviv, estiman que un estudio de las 500 enanas blancas más cercanas podría detectar una o más Tierras habitables.
Según los científicos, el mejor método para encontrar planetas es buscar un tránsito, una estrella que se oscurece cuando un planeta en órbita cruza por delante de ella. Dado que una enana blanca es aproximadamente del mismo tamaño que la Tierra, un planeta como el nuestro podría bloquear una gran parte de su luz y crear una señal obvia.
Más importante aún, solo podemos estudiar las atmósferas de los planetas en tránsito. Cuando la luz de la enana blanca brilla a través del anillo de aire que rodea el disco silueteado del planeta, la atmósfera absorbe parte de la luz estelar. Esto deja huellas químicas que muestran si el aire contiene vapor de agua, o incluso señales de vida, como el oxígeno.
Los astrónomos están especialmente interesados en la búsqueda de oxígeno debido a que el oxígeno en la atmósfera de la Tierra se repone continuamente, a través de la fotosíntesis, por la vida vegetal. Si toda la vida cesara en la Tierra, la atmósfera perdería el oxígeno, que se disolvería en los océanos y oxidaría la superficie. Así, la presencia de grandes cantidades de oxígeno en la atmósfera de un planeta lejano sería una señal de la posible presencia de vida.
El telescopio espacial James Webb de la NASA, cuyo lanzamiento está previsto para finales de esta década, puede ser una herramienta definitiva en la detección de los gases de estos mundos alienígenas. Loeb y Maoz han creado un espectro sintético, replicando lo que el telescopio sería capaz de ver si examinara un planeta habitable orbitando una enana blanca. Descubrieron que tanto el oxígeno y como el vapor de agua sería detectable con solo unas pocas horas de observaciones. El James Webb «ofrece la mejor esperanza de encontrar en el futuro cercano un planeta habitable o, mejor aun, habitado», afirma Maoz. (ABC)