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Son las 18:57 del 15 de septiembre de 2010 y, yo, un mexicano de 60 años, nacido y crecido en Mérida, Yucatán, sí creo que la gente de este país tiene hoy mucho qué celebrar en ese proceso que empezó hace 200 años, con el llamado "grito" por la independencia.
Y lo que tengo por celebrar comienza porque no estamos en el fin de la era de los 60 y no tenemos una aglomeración de estudiantes que van a ser masacrados por desear que el país se convierta en un aliado de la extinta Unión Soviética, al lado de Cuba.
Me alegra que el 10 de junio de 1970 ya está muy lejos y, por más que han querido hacerlo, los políticos amigos de la simulación y el engaño, no lo han podido volver a repetir.
Festejo que hoy en el congreso —diputados o senadores— pueden pararse y discutir abiertamente, mentir o decir verdades, insultar al presidente y a ellos no les pasa nada. Pueden tomar la tribuna, pueden impedir que un presidente constitucional tome posesión y allí no ha pasado nada.
Celebro que hoy los fondos que se le pagan al Infonavit sirven efectivamente para financiar la construcción de viviendas. La idea, buena desde el principio, fue secuestrada por los autoritarios —como José López Portillo— para resolver sus problemas de ineptitud: de un plumazo provocó que un fondo que no le pertenecía al gobierno, pasara a manos del estado, cancelando totalmente la posibilidad de que éste se usara en aquello para lo cual se le entregó al depositario —que es todo lo que era el gobierno. Me alegra que ahora ¡no se lo roban!
Puedo festejar que la estructura de la economía mexicana nos coloca dentro de las 12 más importantes economías del mundo.
Me alegra sobremanera el saber que ya hemos tenido dos fines de sexenio sin crisis, con oferta de productos abundante a todo lo largo y ancho del territorio nacional.
Me deja con ánimo de celebrar, aunque sea en silencio —porque la fiesta, el baile y la simulación de "alegría" jamás me han atraído— el hecho de que hoy, a pesar de los embates, nuestra estructura económica es sólida, tenemos la reserva internacional más grande de toda nuestra historia, el nivel de deuda externa más bajo también en toda nuestra historia —desde luego, en proporción al tamaño de nuestra economía.
Celebro que a pesar de haber tenido los gobiernos federales más atados de manos y pies para aplicar verdaderos cambios estructurales fiscales, México no se ha quedado sino medianamente rezagado, pero sin crisis y con un crecimiento modesto de la oferta de empleos, gigantesco en comparación con lo que ha sucedido con otras economías que sufrieron los mismos embates que la nuestra.
Me alegra en gran forma el saber que finalmente está en camino una reforma educativa porque, progresivamente, el hueso más duro de roer —el sindicalismo corporativista totalitario y secuestrador— está siendo progresivamente taimado, a favor de un proceso de cambio que finalmente permitirá que la monumental inversión que se hace en educación, se traduzca en mexicanos mejor formados, cívicamente responsables.
Y me pone feliz el saber que finalmente el gobierno de mi país ha decidido enfrentar al crimen organizado en forma determinante, utilizando a cada mexicano que se ofrezca como soldado, en un verdadero guardián de la ley. ¡Cómo puede no alegrarme el saber que hoy, ese gobierno que administra mis contribuciones dolorosas fiscales, finalmente, en vez de tranzar con el hampa, la combate sin tregua!
El bicentenario del comienzo de la independencia está llegando en un momento mucho mejor que ese vivido hace 100 años, cuando de un México de políticos falsos, íbamos a pasar a un México de políticos cínicos, en tanto que hoy estamos pasando a un México de políticos con un mayor espíritu democrático y sin miedo a la transparencia total de sus acciones. ¿No sabes cuáles son? Entonces no sabes ver la realidad y vives ajeno a ti mismo por la información tergiversada que consumes todos los días. Porque ahí están, haciendo su trabajo, con mucho trabajo, porque aún existen los enemigos graves de México.
Sólo los más recalcitrantes enemigos de México pueden cantar el "no hay nada qué celebrar". No les hagas el juego: analiza la realidad de tu país y compárala con lo que sería de haber seguido la trayectoria de la simulación que terminó, realmente, con el cínico de Carlos Salinas de Gortari. Sirva la expresión de este gran cínico y mentiroso: "no te hagas bolas", México es hoy mucho mejor que ayer y puede seguir mejorando si tú, mexicano, crees en él.