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MADRID, 25 de junio.- Mercedes Cimarra, presidenta de la Sociedad de Madrid-Castilla La Mancha de Alergología e Inmunología Clínica, subraya que la alergia, en general, y la alimentaria, en particular, es la enfermedad del siglo XXI.
Sobre el porqué de ello hay distintas teorías, pero parece que los hábitos de vida, el exceso de higiene, la disminución de las infecciones o la contaminación son factores que influyen.
Cuando esta alergóloga del Hospital Clínico de San Carlos de Madrid se empezó a formar en la especialidad hace treinta años, sólo se atendían casos de niños.
«Ahora son muchos más y con alergia a más tipos de alimentos y también adultos, no sólo aquellos que arrastran la enfermedad desde la infancia sino que han debutado ya de mayores».
Además, la incidencia es mayor en el llamado mundo desarrollado (en España, el 7% de los niños y entre un 4 y un 5% de la población adulta padece alergia). «Se ve mucho en los inmigrantes, no son alérgicos en sus países de origen y cuando llevan dos años viviendo en España la desarrollan», señala Cimarra.
Pero no todas las reacciones adversas a alimentos son siempre alérgicas. En la alergia interviene el sistema inmunológico y son suficientes pequeñas cantidades del alimento para producir los síntomas, que van desde los más leves, como picores, urticaria y edema de labios o párpados, hasta otros más graves como el shock anafiláctico, que puede llevar a la muerte.
Las reacciones severas no son tan raras. «Están a la orden del día y son causa frecuente de visita a las urgencias de los hospitales y de actuaciones de los servicios de emergencia», ha señalado la doctora Cimarra.
Por el contrario, en las intolerancias alimentarias no está involucrado el sistema inmune, sino que se producen por la pérdida de una enzima intestinal encargada de digerir un determinado componente de un alimento. Y sus repercusiones son menores.
«Que la gente no hable alegremente cuando dice que tiene una alergia a la lactosa. A la lactosa no se tiene alergia, se tiene intolerancia», ha precisado a Efe la doctora Isabel Higuera, de la Unidad de Nutrición Clínica y Dietética del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid.
Leche, huevos, pescados, mariscos, frutas, verduras y frutos secos son los alimentos más alergénicos.
Dentro de los pescados los que producen más alergia son los azules; en la frutas, el melocotón; y en los frutos secos, el cacahuate, la avellana y la nuez.
El prototipo de marisco más alergénico es el camarón y en el grupo de las verduras cada vez se están detectando más casos de reacciones graves a causa de la lechuga.
Pero no se tiene alergia a los alimentos, sino a unas determinadas proteínas (epítopos) que se encuentran en ellos y que pueden estar presentes en distintos productos. Por ejemplo, el látex, el plátano y la castaña tienen un epítopo muy parecido.
Por ello, es bastante frecuente ser alérgico a varios alimentos a la vez. Es muy común que los niños lo sean al huevo y a la leche y a veces se da el caso de adultos que son alérgicos a alimentos de origen vegetal que tienen también sensibilidad al polen.
Cuando se tenga una sospecha, hay que ponerse inmediatamente en manos del médico.
El alergólogo es el profesional encargado de realizar el diagnóstico y prescribir el tratamiento, que, principalmente, consiste en «una dieta de evitación», es decir, excluir los alimentos que contengan la proteína causante de la alergia.
Los profesionales reconocen que esta patología incide en la calidad de vida de los afectados y produce angustia, sobre todo al principio. «Se puede llevar una vida normal pero la calidad de vida se ve afectada, los pacientes tienen que tener mucho cuidado y aprender a leer los etiquetados», asegura la alergóloga.
Además, en los restaurantes los menús a veces no están bien detallados o pueden ofrecer alimentos que han sido contaminados, por ejemplo, al remover con un tenedor manchado de huevo, «lo que puede causar un problema importante».
Los alérgicos «tienen casi que hacer un máster en leer etiquetados y saber que el E-301 corresponde a algo sacado de la soya», señala la doctora Higuera, quien advierte de que el problema principal se presenta al comer fuera de casa o a la hora de hacer la compra de productos elaborados, que llevan aditivos que hay que conocer de dónde proceden.
No obstante, esta nutricionista asegura que se puede seguir una dieta equilibrada, lo que no significa que sea variada. Para ello hay que ponerse en manos de un profesional que sabrá sustituir el alimento que produce la reacción por otro y suplir los déficits que puedan surgir.
Así, por ejemplo, si alguien es alérgico a las proteínas de la leche, el dietista intentará incorporar en su dieta productos ricos en calcio como pescado de tamaño pequeño o determinados frutos secos como las nueces o los cacahuates.
Hay una predisposición genética a las alergias alimentarias, aunque los trabajos científicos están aún en fase de investigación. Sí existe evidencia respecto de la intolerancia a la lactosa y al gluten y hay laboratorios que analizan el riesgo genético de una determinada persona.
«Cuando hay una sintomatología clara, los estudios genéticos apoyan y orientan en el diagnóstico», asegura Eva Ruiz Casares, genetista y directora técnica de Genyca. (EFE)