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MADRID, 24 de junio.- Despiadado y con un innegable trasfondo de venganza. Así fue el brutal ataque que sufrió el pasado miércoles la joven Mari Ángeles Ruiz González, de 29 años. Una agresión que jamás podrá olvidar y que llevará marcada por dentro y por fuera hasta el último de sus días No hay nada más abyecto que desfigurar el rostro de una mujer. Eso no es obra de cualquiera. Es producto de un loco o de alguien que quiere hacer esa atrocidad a conciencia. Para marcarla de por vida. Ahora, falta por poner nombre y apellidos a su autor.
Mari Ángeles Ruiz González con su pareja y su hijo, obviamente antes del ataque con ácido.
Aunque ella aseguró desde el primer momento que no era su esposo, Dogan, ya que pudo ver la cara del agresor, sí dijo que podía ser alguien de su familia o de su entorno. «No lo conozco. No le había visto nunca», precisó. La Policía está mirando con lupa la grabación realizada por un comercio cercano al lugar de los hechos -Río Ulla, 7-, para identificar al autor y determinar el móvil.
Como telón de fondo al terrible suceso, está la tormentosa relación que mantenía la joven con su marido, Ozzy Özgüir Dogan, un turco de su misma edad del que llevaba una semana separada, según sus allegados, algunos de los cuales llegaron a afirmar que «él la había maltratado y que en los últimos tiempos no dejaban de pelearse porque él se drogaba y no aportaba ningún dinero a la casa».
Las sospechas recayeron sobre él, aunque era evidente que no era el autor material de los hechos. Ambos habían vivido bajo el mismo techo seis años, junto al hijo de ella, de 7, fruto de un noviazgo que terminó con el parto. Primero, en casa de la madre de la víctima, y desde hacía tres años, en la de su tío abuelo Manuel, en el barrio de Ascao. Tras su ruptura, ella contó que la seguía un hombre disfrazado. Como el que la roció con el líquido transparente, que llevaba una gorra y una camiseta en la mano para quitarse ambas cosas y despistar a Policía y testigos. Mari Ángeles acababa de dejar a su hijo en el colegio, situado en Ascao, aunque, desde que decidió romper su relación con Dogan, vivía en casa de su madre en Canillas, con su hermano autista. Ese día entraba a trabajar por la tarde, en un centro comercial cercano al restaurante que acababa de abrir la familia de su aún marido en Montecarmelo. Por ello, el autor de la agresión conocía sus rutinas (cada semana cambiada de turno) y la pudo seguir. Se dirigía a la calle de Alcalá, a comprar ropa. Desde que está en el Hospital, Mari Ángeles ha tomado dos decisiones importantes. La primera, pedir una orden de alejamiento de Dogan, que aún no ha sido tramitada por la Policía, ya que está custodiada en la Unidad Crítica de Quemados. La segunda, denunciarle por malos tratos habituales en el ámbito familiar, sobre todo psicológicos, lo que provocó su detención la tarde del viernes. Ayer declaró ante la Policía y hoy pasará a disposición judicial.
La familia de Dogan está destrozada por la suerte de ambos y están seguros de su inocencia. «Cuando ayer vino la Policía a hacer un registro, mi hermano les preguntó que qué era lo que buscaban, para ayudarles. Al final, se llevaron una garrafa de un líquido que usamos para limpiar las planchas y una cámara», explicó a ABC su hermano Ozkan. «Estaba tranquilo porque no ha hecho nada». Añade que él no quería abrir el local: «No entiendo lo que está pasando, pero mi mujer me ha convencido».
Niega que su hermano fuera un vago como ha dicho el entorno de Mari Ángeles. «Ha trabajado en restaurantes y cuando se conocieron ella era dependienta en una tienda de ropa situada frente a La Vaguada y él estaba empleado en un bar cercano; después se fue de encargado a Las Tablas».
El detenido ha apuntado a dos posibles vías para explicar la brutal agresión. La primera, las amenazas que sufrían por una supuesta deuda contraída por él con unos árabes. La segunda, la del «error» de Mari Ángeles por tener un amante colombiano. «A ella le hemos puesto la cara bonita, ahora te toca ti», rezaba el contenido del último mensaje que recibió la víspera de su detención, aseguró. Ahora, el Grupo VI trata de encajar todas las piezas de este complejo puzzle.