MEXICO, Distrito Federal, 18 de julio.- Al escribir la crítica de El Llanero Solitario, es imposible ignorar el hecho de que este altamente esperado revival del género western que costó más de $225 millones de dólares (antes de los costos de publicidad) fue un desastre en la taquilla norteamericana.

Es igualmente difícil ignorar que todos los críticos parecen estar echando competencias para ver a quién se le ocurre la forma más perspicaz y sangrona de hablar de las muchas deficiencias de esta opera a caballo. Pero no tan rápido.

Si llegas al cine con bajas expectativas (y no sé cómo podrías llegar de otra forma si has leído esos comentarios) y una mente abierta, podrías sorprenderte sobre todo con el exuberante y divertido tercer acto del filme (échate una siesta en el segundo tercio, la película dura 149 minutos), el cual entrega algunas de las mejores y más divertidas secuencias de acción en años recientes. Para esta escritora, ya con eso es razón suficiente para verla.

Ojalá el director Gore Verbinski hubiera podido inyectar el espíritu y paso energético de aquella escena con la persecución sobre el tren –la cual merece un premio por sí misma– al resto de la cinta.

Desafortunadamente, ése no es el caso.

El Llanero Solitario comienza en 1933 (el mismo año que el enmascarado y su compinche indígena debutaron en el radio), cuando un niño visita un show del viejo oeste y descubre a un Tonto anciano que se gana la vida posando como indio americano en un museo. Ahí, él felizmente cuenta las historias coloridas de su juventud en el viejo oeste.

Este artefacto de la trama –y que se aparece a lo largo de todo el filme– puede haber parecido una movida inteligente en teoría, pero ya en la práctica resulta completamente ajeno a la historia que venimos a ver.

Pero, ¿para quién fue hecha esta película? El tono general es esquizofrénico, ¿se supone que es una parodia que rinde homenaje a El Llanero Solitario? Si lo es, la violencia es excesiva.

Los asesinatos son salvajes, vemos caballos lastimados de forma muy realista y un hombre (William Fichtner) se devora el corazón todavía latiendo del hermano de El Llanero. Es demasiado para una cinta que se vende como “para niños”. Y si la película debe ser un retrato entrañable de la codicia humana y lo que realmente sucedió con los indios norteamericanos, ¿entonces por qué diablos no contaron esa historia? Después de todo, este fue un proyecto de pasión personal para Johnny Depp.

Aunque las vistas panorámicas del mítico Monument Valley de John Ford nos llevan a un lugar espiritual y nostálgico, Depp parece estar canalizando al espíritu de Buster Keaton y se pierde en sus ya reconocibles marcas de excentricidad. Esto deja a Armie Hammer, quien interpreta a John Reid, el abogado que se convierte en justiciero enmascarado, atorado como la pareja seria y contraparte de las locuras de Tonto. Vierte todo eso en la licuadora (aunado a engaños ferrocarrileros, una madame de un burdel con una sola pierna, una mina de plata y una trama llena de huecos) y el coctel resultante es algo que simplemente no sabe qué quiere ser.

Luego al final, por fin llega la estimulante persecución sobre el tren –la cual por sí misma vale el precio del boleto–, al ritmo de William Tell de Rossini. Los fans sabrán que ese fue el tema original de la serie… aunque claro, todos ellos ya tienen 80 años y no muchos están comprando boletos de cine. Tal vez ése fue el problema. Tú puedes ser el juez. ¡Hi-Ho Silver! (Vera Anderson/Agencia)