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En la actualidad, la herejía (entendida como la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fé o la duda pertinaz al respecto) ha propiciado que diversas corrientes seudofilosóficas o asociadas a formas malentendidas de espiritualidad o misticismo, en aras de hacer de Cristo una figura más cercana a la humanidad, perviertan la verdadera naturaleza de su ser o la forma en que lo asumimos la inmensa mayoría de los cristianos, que lo reconocemos como hijo de Dios. Aquí presentamos las más difundidas.
Es curioso constatar que a lo largo de los siglos no se ha sabido entender a Jesús. Esto es lógico, porque es un misterio: un Dios con dos naturalezas, una divina y otra humana. Casi todas las herejías han mirado a Jesús desde un ángulo de vista y han despreciado o minusvalorado, consciente o inconscientemente, el otro. Pero todas las herejías han aportado mayor luz a este misterio y la Iglesia ha podido profundizar en este único tesoro que da razón de nuestra fe: Jesucristo. Así pues, podemos decir con San Pablo: Para los que aman a Dios, todo coopera al bien; también las herejías, porque gracias a ellas o a causa de ellas, ha salido reconocida en su exacta dimensión, la figura de Jesucristo .
Jesús ha sido, es y será un misterio, porque es al mismo tiempo Dios y hombre verdadero. En Él conviven dos naturalezas distintas: la humana y la divina, en una sola persona divina. Por eso, las diversas herejías cristológicas se han dado por no saber conjugar estas dos realidades: es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. Unos, por querer valorar la divinidad, menoscaban la humanidad. Otros, por el contrario, por querer valorar la humanidad, menoscaban la divinidad o, simplemente, la niegan. El dogma católico, en el concilio de Calcedonia, lo expresa así: Nuestro Señor Jesucristo es verdaderamente Dios e Hijo unigénito de Dios y verdaderamente hombre nacido de María, dotado de alma racional y de cuerpo; consubstancial al Padre según la divinidad y consubstancial a nosotros según la humanidad, en todo menos en el pecado; ambas naturalezas, perfectas y sin confusión, conforman una única persona divina.
Estas son las principales herejías o errores doctrinales sobre la persona de Jesús, Hijo de Dios:
Herejía difundida en el siglo I, por Marción, Valentín y Basílides (estos últimos, gnósticos) que reduce la carne de Cristo a una apariencia: Parece que come, parece que camina, parece que está cansado... Tanto San Juan en sus cartas,) como san Ignacio de Antioquía luchan contra este error; Jesús es verdadero hombre que come, bebe, se cansa, camina, llora, se admira. Jesús caminó por las calzadas polvorientas de Israel. Jesús miró con sus propios ojos a niños inocentes, a hombres enfermos, a fariseos complicados. Jesús amó con corazón también humano.
Herejía difundida en el siglo II en ambientes judeocristianos que niega que Cristo haya sido engendrado por el Padre y reconoce en Cristo al hombre investido por el Espíritu Santo en el bautismo. Esta herejía fue condenada por san Ireneo de Lyon diciendo que Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios. Verdadero Dios porque sólo Dios puede dar eficazmente la salvación y restablecer la unión con los hombres. Verdadero hombre porque corresponde al hombre reparar su falta. Por ser Dios reparó la ofensa infinita que el hombre perpetró contra Dios. Por ser hombre, el hombre quedó redimido y su cuenta saldada.
Herejía difundida en el siglo II por Teodoro el viejo y Pablo de Samosata que dice que Cristo es un simple hombre, adoptado por Dios como portador de una gracia divina excepcional. Niega, por tanto, la Trinidad y la divinidad de Cristo y la encarnación del Verbo. Volvemos a lo mismo: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Se necesita fe para creer esto, pues Cristo, no lo olvidemos, es un misterio. Sólo los humildes y sencillos se abren totalmente a este misterio.
Herejía difundida en el siglo II por Marción, Valentín, Epifanio y Simón el mago, según la cual Jesús no es Dios sino un eón en medio de los demás, que ha venido para dar el conocimiento al hombre engañado por sus sentidos. Cristo desciende sobre Jesús en el momento del bautismo. Es una herejía, pues crea en Jesús un dualismo de personas y desvirtúa su misión divina y redentora. Fue combatida esta herejía por San Hipólito y San Ireneo. En Jesús hay una sola persona, la divina, con dos naturalezas, la humana y la divina. De nuevo, el misterio, ante el cual nuestras rodillas deben doblegarse. Si tuviera dos personas, tendría también dos personalidades; habría dos centros de comando. La salud psíquica y psicológica correría riesgo. Esta única persona divina de Cristo hace uso de las dos naturalezas, sin mezcla y confusión, como de dos manos. Las dos naturalezas son instrumentos que la persona divina de Jesús utiliza para realizar su misión salvadora.
Herejía difundida en el siglo III por Arrio, que niega la divinidad de Cristo. Cristo, dice, es hijo adoptivo de Dios, no consusbstancial al Padre. Y el Espíritu Santo es la primera criatura del Hijo, por tanto, inferior a Él. Esta herejía fue condenada en el concilio de Nicea: Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. San Jerónimo pronunció una frase célebre: El mundo se despertó un día y gimió de verse arriano. Muchísimos sacerdotes y fieles habían sido martirizados, los obispos católicos arrojados al destierro y sustituidos por arrianos. Todo esto por culpa del emperador Constancio II, arriano, que se había adueñado de todo el Imperio. Fue quien dijo: Se acabaron los niceanos (es decir, los católicos).
Hemos triunfado los cristianos (es decir, los arrianos); si solamente pudiéramos agarrar y ahorcar a ese bandido obispo de Alejandría. Se refería a un gran defensor de la fe católica: Cirilo de Alejandría.
Herejía difundida en el siglo IV por Apolinar, que niega el alma humana de Cristo, creyendo que esa alma humana sería como la nuestra, pecaminosa. Así creía salvar la divinidad de Cristo. La Iglesia en el sínodo de Alejandría afirmó el alma de Cristo diciendo: El Verbo se encarnó para salvar alma y cuerpo; por ello tuvo que tomar un cuerpo. Y el sínodo de Roma del 377 condenó la herejía de Apolinar. El alma humana de Cristo no es pecaminosa, porque no tuvo pecado original y, por lo mismo, tampoco las consecuencias de ese pecado original, con el que nacemos todos los mortales. Sólo el pecado es quien deja la marca pecaminosa en el alma. Jesús no tuvo pecado, por tanto, la conclusión es bien clara.
Herejía difundida en el siglo V por Nestorio, obispo de Constantinopla, que sostenía dos personas en Cristo: una divina y otra humana. El concilio de Calcedonia del 451 dice que en Cristo hay dos naturalezas separadas , unidas en una sola persona, la del Verbo. ¿Qué pensaríamos de un hombre que tenga dos personas o dos personalidades incorporadas en su ser? ¿Quién mandaría de las dos? ¡Qué lucha dentro de ese mismo ser!
Herejía difundida en el siglo V por Eutiques, archimandrita de Constantinopla, que sostenía una sola naturaleza en Cristo: la divina. Dio respuesta el concilio de Calcedonia del 451: en Cristo hay dos naturalezas: una, divina y otra, humana. Si fuera verdadera esta herejía, ¿cómo se explicarían tantas actitudes de Cristo en el Evangelio: Jesús se cansaba, comía y bebía, caminaba, tenía unas manos, lloraba, se llenaba de santa cólera? Si no hubiera tenido naturaleza humana, no hubiera podido realizar estas actividades que son humanas.
Herejía difundida en el siglo VII por Sergio, patriarca de Constantinopla, que sostenía una sola voluntad en Cristo, la divina. La Iglesia dio respuesta en el III concilio de Constantinopla (680-681): En Cristo hay dos voluntades sin división, sin cambio, sin separación ni confusión. Las dos voluntades no se oponen en Cristo, porque la voluntad humana sigue sin resistir ni oponerse, sometiéndose libre y amorosamente a la voluntad divina omnipotente.
hoy día pulula por ahí una herejía muy grave. Por querer acercar tanto a Cristo a los hombres y por pedir que solucione nuestros problemas económicos y materiales, se ha despojado de Cristo toda su dimensión divina y espiritual. Para esta herejía, Jesús no vino para salvarnos del pecado, no murió en la cruz para redimirnos y abrirnos las puertas del cielo; sino que vino como guerrillero, inconformista y violento que quiere poner orden y justicia, echando mano de la violencia y la guerra, y destruyendo a todos los ricos y capitalistas, para así dar de comer a los pobres. ¿En qué Evangelio se dice esto? Sólo habiendo bebido en fuentes marxistas se ha podido llegar a estas aberraciones. El Papa Juan Pablo II nos ha dado luz sobre este gran peligro en su documento sobre las luces y sombras de la teología de la liberación.
Este error distorsiona la misión de Cristo, pues Cristo vino a liberarnos del pecado que se esconde en el corazón de cada hombre. Eliminado el pecado, podrán cambiarse más fácilmente las estructuras de pecado. Quienes defienden esta posición dicen a Cristo: Lo urgente hoy es el estómago, la cultura, la distribución de la propiedad. Cuando hayamos concluido todo eso -y sólo lo lograremos a través de la revolución- puedes tú venir al mundo para hablarnos de tu Padre Celestial. De momento, de tu Reino lo que nos interesa es lo que nos ayuda a un planteamiento revolucionario. Y no te extrañe si nosotros te utilizamos, si adaptamos tu predica a nuestra ideología: lo mismo viene haciéndose desde hace dos mil años.
Las herejías no nos deben escandalizar ni desalentarnos. Al contrario, nos invitan a afianzar y a afirmar mejor nuestra fe, para seguir dando razones de ella a quienes nos pidan. La Providencia de Dios sabe llevar nuestra historia por los vericuetos que a Él le parezcan más apropiados para manifestar su sabiduría y su misericordia con todos nosotros. Al mismo tiempo, nos hacen vigilar, porque nadie está seguro de no caer. Qui se existimat stare, videat ne cadat, nos dice san Pablo en 1 Corintios 10, 12, es decir: el que se cree estar firme, cuide para no caer.