1310 palabras
Se discute a veces si la vida es realmente un privilegio o, realmente, un peso fuerte sobre quien tiene la oportunidad de estar en estado de ella. Porque es un hecho: tú no tienes vida, tú estás —si estás vivo— en estado viviente. Es algo que no escoges, sino que el destino —sea lo que eso es— escoge por ti.
Pero una vez que estás en estado de vida, tienes el deseo de que ese estado jamás se acabe. Nadie, en estado de vida, quiere o desea, en forma natural que el estado cambie a uno de no vida. Nadie naturalmente quiere morir; sí, el deseo de morir es el resultado de descubrir que los sufrimientos que se tienen en la vida solo terminan si el estado de vida se acaba.
Se trata siempre, en el caso del humano, de sufrimientos provocados por las propias estructuras sociales que forma para sobrevivir u organizarse.
Los humanos forman grupos, comunidades, tribus. Estos grupos van generando maneras de organizarse para que los recursos del medio ambiente sean suficientes para todos.
Pero eso no fue así siempre. Hubo una época en que ningún humano deseaba terminar su estado de vida. Luchaban para sobrevivir, pero, la realidad es que su lucha no necesitaba ser demasiado fuerte. Estaban en el hábitat perfecto y no necesitaban nada especial.
Ese estado perfecto no es sino uno en que el hábitat y el ser que trata de vivir en ese hábitat, son perfectos el uno para el otro. El humano podía vivir en ese hábitat sin requerir cambios del mismo; todo lo contrario, el hábitat era el principal proveedor perfecto para satisfacer todos los requisitos del humano.
Por ello el humano había evolucionado y aparecido evolucionado en ese hábitat para vivir en él. Varias especies no fueron tan eficientes para sobrevivir en ese hábitat. El humano sí fue. Otras especies parecidas al humano, no tuvieron tanto éxito en el hábitat en el que el humano sí lo tuvo.
Se podría argumentar que el humano, realmente, ha tenido éxito en todos los hábitats en que ha tratado de sobrevivir. Pero habría que aceptar que los hábitats que hoy ocupa son, muchos de ellos, terriblemente inhóspitos para el humano y que, solamente acepta vivir en ellos, porque allí aparece con culturas que han encontrado la manera de hacerlos habitables aplicándoles mecanismos —tecnología— que culturalmente han logrado elaborar.
El humano no busca la muerte a menos que el estrés que se le forma en su entorno sea demasiado fuerte. Recurre al suicidio sobre todo cuando no quiere enfrentar sanciones sociales a las que quedaría sujeto en caso de continuar vivo. Puede afirmarse que el suicidio es un acto que solo se puede generar en sociedades altamente culturizadas, en cuyo seno la presión social sobre el individuo se vuelve tal, que este prefiere terminar su estado de vida.
La otra causa de desear terminar el estado de vida, es una decisión personal con la que desea comunicar algo. Es algo que quizás el sujeto ha tratado de comunicar, sin encontrar receptividad de quienes lo rodean. Entonces, para provocar un último momento de atención, procede a la terminación de su vida, concluyendo que solo puede soportar vivir si los demás ponen atención a lo que necesita.
Otras especies también recurren al suicidio, pero generalmente se trata de actos colectivos, aunque los hay individuales. Pero la tendencia de todo ser vivo es a mantenerse en ese estado: vivo.
El estado de vida es un privilegio al que poca materia, en el universo, puede acceder. Todo indica que esa materia no es consciente de esa imposibilidad. Solo puede saber que existe ese estado, cuando llega a él; es decir, la vida solo puede entenderse y valorarse, estando en ese estado.
¿Y quién la valora? El sujeto que valora es el que tiene la consciencia de estar vivo. Es obvio que quien no tiene conocimiento de poder estar vivo, de haber estado vivo o de que podrá estar vivo, es un alguien que no existe sino hasta que forma una consciencia en estado de vida.
Entonces comienza la discusión de acuerdo a la cual, la vida —el estado de estar vivo— solo se da cuando un alma entre y ocupa la materia que hace posible que esté viva en forma material.
El asunto —para los que creen en el alma— es que están seguros de que el alma es eterna; existe para siempre y solo algún tiempo se la pasa ocupando materia viva.
Para otros nos queda claro que, aunque no se comprenda aún con todo el rigor que la ciencia exige, el cerebro parece tener todo lo que se necesita para formar pensamientos, consciencia, recuerdos y combinar todos esos elementos para tomar decisiones.
La persona viva no es materia con la posibilidad de vida ocupada por un alma, sino materia viva organizada de tal manera que puede pensar, conocer, razonar, recordar, responder al ambiente y demás características propias de los seres vivos de todas las especies.
Para quienes creen en el alma como el motor de la consciencia —sobre todo de la humana— consideran que el cuerpo es un hábitat apropiado para un alma y que la consciencia solo surge porque el alma existe.
Otros pensamos que los pensamientos son posibles gracias a las combinaciones —miles de millones de ellas— que pueden darse entre las conexiones de nuestras neuronas. La especie humano es la que tiene mayor densidad neuronal por mm3 en el cerebro —por lo menos, de las especies de mamíferos conocidas hasta hoy.
Algunas personas creen que solo el cuerpo humano está diseñado para recibir la entrada de un alma. Los demás seres vivos no tienen el nivel de perfección (?) que tiene el cuerpo humana para atraer la ocupación de un alma.
Otros son más contentos creyendo que las almas entrarán a diferentes formas de vida según el nivel de desarrollo de consciencia que hayan logrado. Son los que creen en la reencarnación como un mecanismo aplicado para lograr el perfeccionamiento de las almas. Cada nueva encarnación le da a esa alma una oportunidad de mejorar.
Para otros, como no existe la entidad alma, la vida humana se resuelve por sí misma, con el cerebro y la combinación de todas las mentes de los cerebros de quienes están vivos interactuando en grupos menores o mayores, formando leyes y reglamentos para protegerse entre ellos mismos.
El “Valor real de la vida”, ¡qué arrogante título! Lo vamos a dejar así para poder decir que fue efectivamente arrogante. ¿Quién puede realmente definir el valor de la vida? Pero es un hecho: si estás leyendo esto que yo escribí, pues es porque estás vivo. Y probablemente el tiempo de leerlo no fue tal como para que llegues a la conclusión de que por este acto, ¡la vida vale más!
Esto continuará…