1470 palabras
Se llama zapatero a la persona que tiene por oficio la fabricación y reparación de calzado. Entre sus ocupaciones figuran la fabricación de zapatos y botas, así como la fabricación de plantillas para introducir en el calzado tras haberlas delineado con una plantilla.
Don Luis Caballero en plena faena
También marca y crea orificios en el cuero que servirán tras remacharlos con aros metálicos para introducir los cordones de los zapatos. También pone tapas y suelas a los zapatos sustituyendo las viejas o cosiendo las nuevas sobre las anteriores. Arregla y sustituye los tacones de zapatos y botas. Cose los cueros abiertos. Por último, abrillanta y pule los zapatos aplicándoles betún y cepillándolos antes de entregarlos al cliente.
Otras tareas.- Los zapateros también desempeñan otras funciones relacionadas con el cuero, como la reparación de cinturones y la inserción de orificios o el cosido de otros objetos como bolsos.
Herramientas
Sus herramientas.- Las herramientas de las que se ayuda el zapatero en su labor son:
El clicker o cortador. Sirve para cortar las piezas de cuero que formarán el zapato siguiendo los patrones correspondientes al modelo y talla del mismo.
El martillo de remendón. Se utiliza para fijar la piel sobre la horma de madera de forma provisional hasta que se cose al cerquillo.
Gouger o chaira. Herramienta cortante que sirve para excavar la suela para poder fijar la costura. Hoy ha sido sustituido por maquinaria eléctrica.
Escarificador. Se utiliza para practicar agujeros en la piel y para hacer bordados de adorno sobre la misma.
Maquinas que ayudan
Luis Caballero indicó que su oficio es una tradición que viene de mi bisabuelo, que la transmitió a mi abuelo, que a su vez inculcó a mi padre el oficio y por último, después de una serie de circunstancias de la vida, fui yo el que entró a formar parte de este gremio de los zapateros remendones.Mi bisabuelo transmitió los conocimientos del oficio a mi abuelo. Éste enseñó a mi padre, quien ejerció esta profesión y por último mi padre me inculcó a mi todo lo que necesitaba saber para ser zapatero remendón.
Llevo 35 años remendando calzado con mis propias manos, ayudándome de algunos utensilios, muy difíciles de encontrar hoy en día, antes existía la costumbre de pagar al zapatero a final de mes.
Una familia llevaba a reparar el calzado de varios de sus miembros durante un período de tiempo, generalmente un mes y al final del mismo, como si de un sueldo se tratara, pagaban al zapatero por sus servicios.
Actualmente, la mayoría de los zapatero hacen llaves, cerraduras o venden calzado... A mí me encanta mi trabajo y me dicen que soy el mejor zapatero remendón que hay, de lo cual me siento muy orgulloso.
Utilizo herramientas tales como el montador, el marcador, picador, puntuador, la costa, pata de cabra, bisagra, burro, brasero, cerote, cuchilla, manopla... Todos los barrios tuvieron, y todavía quedan algunos, su taller de compostura de calzado, el zapatero remendón, como se lo llamó popular y cariñosamente.
Me acuerdo de uno que cuando yo era chico, allá por fines de los 50 y principio de los 60; que tenía su pequeño taller, don Alfonso, muy agradable y de pocas palabras, siempre tenía en su boca un cigarrito.
Su esposa, doña María, simpática y muy locuaz lo ayudaba en las tareas, se ocupaba de poner los zapatos en la horma. Hace ya varios años que el local cerró, las planchas brillantes de cuero para las suelas desaparecieron, hoy en su lugar hay un kiosco.
Si bien el trabajo sufrió una caída respecto a otros tiempos, la media suela sigue siendo la protagonista, le siguen de cerca los tacos de goma para hombres y las tapitas para los tacos y taquitos del calzado femenino. Lo que hace rato que no piden es la suela entera, expresó. El olor a cuero y a las ceras para el lustre se apodera del local. Una máquina para pulir los bordes de las suelas, y para lustrado preside las instalaciones, atestadas de zapatos viejos, de frascos de tintas y de planchas de suela.
Aquí también arreglamos pelotas de fútbol, carteras, cinturones, bolsos y maletas, pero el fuerte siguen siendo los zapatos, comentó mientras clavaba.
El zapatero remendón, con su figura sentada en una banqueta, de sol a sol era una imagen popular en los barrios. Ante él figuraba una pequeña y vieja mesilla, de poco menos de medio metro de altura, mugrienta y llena de los útiles del oficio: leznas, chabetas, pedazos de vidrios, agujas, hilos encerados con pasta llamada cerote, trozos de astas rellenos de engrudo y cajas y latas rellenas de betún; rodeado de botas, zapatos, zapatillas, sandalias y suelas agujereadas por el desgasto uso de sus propietarios.
Siempre tenía a la derecha o a la izquierda un recipiente con agua, y cubría su delantera con un mandil que fue blanco en otros tiempos. Su trabajo duraba la mayor parte de las horas del día, dedicado al mismo o buscando desesperado clientes para sacar el jornal.
La mayoría de los zapateros eran personas joviales y dicharacheras, y como si para ellos fuera una misma cosa coser y cantar, su trabajo iba acompañado de sus cantos mientras le daban a la aguja.
Generalmente el zapatero remendón solía vivir en los barrios formando parte de los habitantes del mismo. Los días que en el barrio andaba sobrado de trabajo, se entretenía hablando con el vecino que entraba o salía, incluso disfrutaba conversando con las vecinas, conversación que se mantenía a grito limpio, él desde su banquilla, ellas desde la calle.
Había veces en las que el trabajo escaseaba. Ni los vecinos de los alrededores le proporcionaban trabajo. Entonces no le quedaba más remedio que echarse al hombro la mesa o la banquilla y probar fortuna haciendo un largo recorrido por las calles.
Solía asentarse con sus enseres en los sitios más frecuentados de las gentes que pudieran darle trabajo: las puertas de las fábricas con mayor número de trabajadores, las inmediaciones de los cuarteles y mercados.
Los chiquillos que salían de la escuela se arremolinaban en torno a él, y le cantaban está coplilla a manera de burla, coplilla que por cierto también quedó en el sabor añejo del pasado:
En la calle de la bomba
hay una zapatería
donde van las chicas guapas
a tomarse las medidas.
Las inclemencias del tiempo eran uno de sus mayores sufrimientos: en verano, se abrasaba por los rayos del sol, a punto de provocarle una insolación, y en invierno, recibiendo las lluvias que le calaban hasta los huesos y los vientos que le azotaban de lleno. Así, con un poco de suerte, pasaba el día echando medias suelas, enderezando tacones, cosiendo descosidos, remendando y tapando las bocas del calzado del pobre.
Y luego, a la puesta del sol, volvía al barrio, llevándose con los pocos pesos que había ganado, un costal de noticias con las que podía entretener a sus vecinos.
Años más tarde, el zapatero remendón solía disponer de un diminuto local propio dónde realizar sus trabajos. Allí disponía de estantes donde colocar sus utensilios, y una desvencijada silla, para que pudiera sentarse la clientela que estuviera dispuesta a esperar que le reparara el calzado.
Hoy día el típico zapatero remendón prácticamente ha desaparecido. Existen, sí, pero ubicados en las grandes plazas, haciendo a la vez el oficio de cerrajería (copias de llaves) y de algunas otras cosas.
Posiblemente en algunos pueblitos de nuestra geografía sigan existiendo tal y como antes, artesanos amorosos con su trabajo. La apuesta que realizamos los pocos sobrevivientes, es imponernos a la modernidad, finalizó.