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Los defensores de la homosexualidad nunca quieren que el debate sobre los derechos de los homosexuales en el extranjero sea estrictamente sobre la violencia contra ellos. Ah, pero dicen que sí. Insisten en que lo hacen. ¿Pero realmente es así?
Niegan completamente que su defensa de los derechos de los homosexuales en el exterior tenga algo que ver con el matrimonio, la adopción o cualquier cosa que no sea la violencia contra los homosexuales.
Esto es parte de la deshonestidad intrínseca al debate sobre homosexualidad en estos días, y yo lo presencié de manera directa ayer, en Washington D.C.
El embajador Tom Farr, del Berkley Center for Religion, Peace and World Affairs de Georgetown y yo debatimos en la Cámara de Representantes de Estados Unidos con James Kirchick, miembro de la Foundation for Democracies y Ted Stahnke, de Human Rights First, acerca de la cuestión de los derechos homosexuales en el extranjero.
Kirchick, cuyos escritos sobre política exterior se publican extensamente, inició sus observaciones hablando de las leyes opresivas contra la homosexualidad en Uganda.
Señaló que un homosexual, David Kato, fue asesinado no mucho después de que evangélicos estadounidenses fueron a Uganda a enervar a la población en contra de los homosexuales. El sr. Kirchick claramente tenía la intención de demostrar una perversa complicidad de este grupo en el asesinato del sr. Kato.
El sr. Kirchick olvidó mencionar que un hombre (que era conocido de Kato) más tarde confesó haber cometido el asesinato y que había sido por una disputa personal, no por la homosexualidad de la víctima. Sin embargo, desaprovechar un buen mártir es algo terrible.
El sr. Kirchick insistió repetidas veces que no podía entender por qué alguien podría oponerse a las iniciativas para mitigar semejante injusticia contra personas como David Kato en lugares como Uganda.
Como la mayoría de los temas que dividen, se supone que esta idea encasilla a quienes se oponen. Estás en contra de los derechos de los homosexuales cuando apoyas que se les mate. Es tan simple como eso.
Pero la cuestión es que la mayoría de las personas, incluso los conservadores profamilia, se unirían para ir en contra de esta clase de violencia. Lo que objeta la mayor parte de los opositores es la deshonestidad en el debate, particularmente en lo que respecta a los fines y a los medios y el temor de que este tipo de derechos nuevos se imponga sobre los antiguos.
Expertos conservadores que están pendientes de estas cuestiones saben que el fin no es simplemente poner freno a la violencia y que el medio para llegar a eso llevaría a una degradación del derecho internacional y de los derechos humanos básicos.
La idea es poner la orientación sexual y la identidad de género a la altura de la libertad religiosa y de otros derechos humanos fundamentales. A partir de ahí, se desprende todo, incluso el matrimonio, la adopción y muchas otras cosas contrarias a los creyentes. Defensores de la homosexualidad como Kirchick y Stahnke niegan esto. Los Estados Miembros de la ONU en su mayoría se oponen a introducir la orientación sexual y la identidad de género en cualquier documento de la ONU porque saben esto y están cansados del modo en el que se juega el juego de los derechos humanos en la actualidad.
Lamentablemente, se ha convertido en un juego y, como tal, amenaza la adecuada interpretación de los derechos humanos y de todo el sistema de derechos humanos.
Primero, se comienza con un análisis sobre la violencia contra los homosexuales, como sucedió hace no mucho tiempo en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Todo lo que querían era un estudio. Nada más. La votación al respecto fue polémica y se aprobó con un estrecho margen.
La votación para que simplemente se realizara un estudio sobre la violencia se convirtió en una enorme victoria para los derechos humanos, un gran avance de los derechos humanos. Se convirtió en un sello distintivo de los derechos humanos LGBT.
Los defensores de estos derechos insinuaron que un logro tal era señal de una nueva interpretación del derecho internacional, que hay nuevas normas que los gobiernos pueden estar legalmente obligados a seguir. Exagero, pero sólo un poco.
El propio sr. Kirchick en su columna de marzo para el Washington Post ofrece un excelente ejemplo de este fenómeno de autosuficiencia. Se refiere a una Resolución de la Asamblea General de la ONU de 2008 que exige la despenalización de la homosexualidad.
El problema es que no hubo tal Resolución de la Asamblea General de la ONU. Las resoluciones de la ONU son cosas específicas y no hubo una de este tipo que surgiera de la Asamblea General.
Hubo una declaración conjunta firmada por sesenta y cinco países con ese fin. Pero hay un mundo de diferencia en el derecho internacional entre una Resolución de la ONU y lo que fue poco más que un pretensioso comunicado de prensa.
Sin embargo, así es como se juega el juego en la actualidad. Un comunicado de prensa se convierte en derecho internacional en las manos de defensores que probablemente son más sagaces.
Y esta es la razón por la que hay una enorme y amplia resistencia a esta clase de categorías y normas nuevas. Muchos más países apoyarían las actuaciones en defensa de los homosexuales que son perseguidos, si no fuera que conocen la deshonestidad inherente a esta iniciativa y que saben a dónde se dirigen realmente tales esfuerzos, sin importar las tajantes afirmaciones del sr. Kirchick y de quienes están de su lado.
La cuestión es que los instrumentos de derechos humanos existentes ya protegen a los homosexuales. Como todos nosotros, se encuentran protegidos del arresto arbitrario, de la tortura, de la violencia y del homicidio.
Afirmar que Los derechos de los gays son derechos humanos y los derechos humanos son derechos de los gays, como lo hace Hillary Clinton, mina la universalidad y la indivisibilidad de los derechos humanos.
Puede que no lo sepan, pero en este proceso de desmenuzamiento de los derechos humanos, se pone a los homosexuales, y al resto de nosotros, en mayor peligro.