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Pablo Herreros para El Mundo
MADRID, 12 de enero.- Hace un par de años, realicé una visita a todos los zoológicos de España donde poseían chimpancés con el fin de sondear la posibilidad de futuras investigaciones sobre su comportamiento. Para hacer reír a compañeros y amigos, lo llamaba el 'chimpatour'. Lo que nunca pude imaginar fueron las sorpresas que me tenía preparada una hembra de esta especie llamada Gina que habita en el zoo de Sevilla. La instalación donde vive cuenta con dos partes, una exterior donde poder jugar y otra interior donde protegerse del frío y el sol, ya que está cerrada y además cuenta con calefacción.
Debido a la intensa vida interior que poseen estos animales, hay que realizar un enriquecimiento ambiental para estimularles física y psicológicamente. Estos suelen consistir en hormigueros artificiales, juguetes y otro tipo de inventos que les obliguen a estar activos y agudizar el ingenio. Es el equivalente a una terapia ocupacional humana.
Para animar las noches a Gina, los responsables decidieron instalar una televisión protegida tras un cristal y darle el mando a distancia para que ella misma eligiera el canal que ver. En los primeros ensayos, los cuidadores visitaban a Gina para controlar que todo estaba en orden y no rompía los nuevos juguetes. La sorpresa fue mayúscula cuando comprobaron que en pocos días, Gina no sólo manejaba el mando a distancia a la perfección, sino que también solía optar por el canal porno para entretenerse, como muchos de nosotros hubiéramos hecho.
Aunque Gina no cargaba las películas a la tarjeta de crédito parlamentaria, como ocurrió con el marido de la ex-ministra del Interior Británica Jacqui Smith, el fácil acceso a imágenes por televisión o por las redes es un fenómeno muy reciente en la historia sexual del ser humano. Se estima que el negocio de este tipo de material pornográfico mueve unos 60,000 millones de dólares anuales y el número de consumidores aumenta cada día, mujeres incluidas.
A pesar de que un pequeño estudio estimaba que las películas porno sólo se ven unos 12 minutos de media, lo cierto es que los primates humanos y no-humanos poseemos una intensa vida sexual, probablemente fruto de una infinita capacidad para soñar y recrear con la mente situaciones, como demuestran los juegos, innovaciones y manipulaciones de las que somos capaces en otras áreas de la vida.
Un estudio de la Universidad de Ohio con jóvenes concluye que tanto hombres como mujeres tenemos como media entre 10 y 19 pensamientos referidos al sexo cada día. Un dato interesante es que para los machos, comida y sexo se visualizan mentalmente un número similar de veces.
Aunque muchos creen que el orgasmo es exclusivamente humano, en estudios de laboratorio, varias especies de primates experimentan aceleración del ritmo cardiaco y contracciones genitales en el clímax del acto sexual. También muchos animales se masturban y lo hacen tanto los machos como las hembras.
Los delfines se frotan contra el fondo marino e incluso usan objetos con este fin. Se han registrado episodios de masturbación en la mayoría de los primates, siendo los bonobos uno de los casos más llamativos por su alto grado de actividad.
Los bonobos son unos grandes simios tan cercanos genéticamente a nosotros como lo son los chimpancés, pero con una organización social y vida sexual completamente diferentes. En este gran simio, el sexo es la piedra angular de la sociedad ya que cumple funciones en la resolución de los conflictos y el establecimiento de vínculos entre los diferentes miembros del grupo. Pero también parecen buscar el sexo por el placer de practicarlo.
El amplio repertorio sexual de los bonobos sólo es comparable al humano. En los bonobos podemos encontrar comportamientos muy similares a los nuestros, como por ejemplo el beso con lengua, la cópula en todo tipo de posturas -misionero incluida-, la bisexualidad, la homosexualidad o la masturbación mutua. Las hembras de esta especie también se estimulan con gran asiduidad.
Obtener placer a través del sexo es un mecanismo favorecido por selección natural, mediante el cual se asegura que los individuos deseen los encuentros sexuales. Cuando el fin es reproductivo, este es un método muy eficaz para la mejora del ADN.
Pero en algunas especies de animales, este deseo ha sido tan fuerte que se ha independizado de su función original y ahora buscamos sexo con otras intenciones que no tienen por qué perseguir la descendencia. Al igual que otros comportamientos de los que depende nuestra supervivencia, como por ejemplo la comida o las relaciones sociales, el sexo también nos genera profunda satisfacción.