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JARRATT, Virginia, 16 de enero.- Robert Gleason morirá este miércoles a las nueve de la noche en el Correccional de Jarratt (Virginia) como lleva reclamando desde que fuera condenado a cadena perpetua por el asesinato de un hombre: sentado en la silla eléctrica. Con profundos problemas mentales y una infancia plagada de abusos, tan sólo hay una cosa con la que Gleason está de acuerdo con los que se oponen a la pena de muerte, que la inyección letal conduce a una muerte muy dolorosa, razón por la que él se acoge a su derecho a elegir entre la aguja en el brazo o morir achicharrado en la silla.
Entrevistado en diversas ocasiones por la agencia Associated Press, que ha seguido su caso en los últimos tres años, Gleason aporta una última razón para morir electrocutado: no puede imaginar esperar la muerte tumbado. “Prefiero hacerlo sentado”.
Robert Gleason Jr. fue declarado oficialmente muerto a las 21:08 (hora de Virginia) del miércoles. (Daily Mail)
Gleason, 42 años, considera que si el Estado no acaba con su vida, él seguirá matando. Su particular teoría fatalista, que él denomina ‘karma’, fue la que le llevó en 2009 a asesinar a su compañero de celda, un enfermo mental de 63 años, mientras cumplía cadena perpetua por otro asesinato. Gleason pidió a los carceleros que cambiaran de celda a su compañero porque le molestaba; cuando estos ignoraron su petición, Gleason ató, golpeó y estranguló al hombre y permaneció junto a su cadáver durante 15 horas antes de que los funcionarios de prisiones descubrieran lo sucedido.
“Alguien tiene que ponerle fin”, dijo entonces Gleason al solicitar la muerte. “Y la única manera que conozco de pararlo es que me encierren en el corredor de la muerte”, declaró en repetidas ocasiones.
Poco tiempo después, mientras esperaba la sentencia sobre ese asesinato en una prisión de alta seguridad, Gleason se las arregló para acabar con la vida de un joven reo de 26 años estrangulándole a través de la valla metálica que separaba sus jaulas individuales en el patio de recreo.
Profundamente perturbado, según sus abogados, Gleason asegura haber matado a docenas de personas, aunque nunca ha aportado datos concretos. Sus representantes legales enfrentan una dura batalla en los juzgados después de que Gleason les denunciara por haber cursado una apelación de último minuto para salvar su vida. El condenado ha rechazado su derecho a apelaciones y revisiones de su caso y solo quiere morir en la silla eléctrica, que no se usa en Virginia desde 2010.
“¿Por qué prolongar esto? El resultado final va a ser el mismo”, ha declarado el reo a AP. “No me preocupa la muerte, llevo tiempo esperándola, se llama karma”.
En los últimos cinco años, cinco Estados han acabado con la brutal práctica de la pena de muerte - Connecticut, Illinois, Nuevo México, Nueva Jersey y Nueva York-. California sometió la cuestión a referendo en noviembre y perdieron los contrarios a la maxima pena. Un total de 33 Estados la siguen teniendo en sus ordenamientos jurícios frente a 17 que no.
Desde que el Tribunal Supremo reinstaurase la pena capital en 1976, en Estados Unidos se han cometido 1289 ‘homicidios legales’. En total, 3199 personas (según datos del Centro de Información sobre la Pena de Muerte, DPIC) esperan en los corredores de la muerte a que les llegue su turno, con una espera media de 15 años desde que se dicta la condena hasta que se les coloca la inyección letal en el brazo, el método adoptado en la práctica totalidad de los Estados con pena de muerte en vigor. (EL PAÍS)