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Este es el mes en el que bombardean las escuelas, radio, televisión, prensa, vaya, por dónde se mire o camine, con mensajes de las bellezas de nuestra ciudad.
Con una sonrisa de oreja a oreja, profesores y conductores de televisión nos conminan a estar más que orgullosos de la capital yucateca, resaltando la generosidad de sus habitantes, su hermoso sello colonial, la delicia de la gastronomía, la riqueza cultural de las zonas arqueológicas...Eso es cierto, ¿quién lo puede negar?
Pero Mérida no es sólo un 6 de enero, no es sólo un mes. No es un simple folleto turístico que las autoridades quieren vender. La ciudad somos nosotros, y lo somos todos los días. Por lo tanto, cada hora debería ser un festejo.
Mérida son las personas que cuidan los hogares de quienes conviven en la misma colonia, es el vecino que recibe el correo urgente de "Don Chucho, el de la casa de enfrente" cuando no se encuentra, el que ayuda a una persona de la tercera edad a subir al autobús, el tendero que regala sonrisas a sus clientes sin importar el humor el que esté y quien exclama con todo desparpajo y alegría "¡Mare!".
Más importante, Mérida son las personas que reciben y tratan sin miramientos y prejuicios a quienes deciden abandonar sus estados y países para residir en la ciudad. Mérida es la que se permite conocer a los seres humanos antes de emitir un juicio (aunque en esto fallamos en numerosas ocasiones, ¿a poco no?).
Pero todo tiene un lado negativo. No me gusta mi Mérida de doble moral, mi Mérida que señala con dedo de hierro los errores de los demás pero en lo "oscurito" es experto en todo lo que critica. Quisiera que en la ciudad que me vio nacer y en la que deseo pasar mis últimos días desaparecieran clasificaciones de "Gente del Norte" y "Gente del Sur" y que dejemos de defender de dientes para afuera nuestras riquezas arqueológicas y herencia maya y realmente, realmente, estar orgullosos y conscientes de lo que poseemos. Que nuestro nombre vaya acompañado de un apellido maya es para gritarlo, no para esconderlo.
Quisiera que mi Mérida esté consciente que nosotros la hacemos, no al revés. Que la responsabilidad de su progreso no pertenece únicamente a las autoridades, sino también a cada uno de sus habitantes. A usted, a mí. Señalemos errores y propongamos soluciones. La queja única desestabiliza y no ayuda.
Amar a Mérida es amarnos a nosotros, aceptando nuestros defectos y virtudes. Sí, sí, suena a cliché y anuncio meloso, pero creo que es válido.
Festejemos a la capital de Yucatán todos los días.