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BAENGNYEONG, Corea del Sur, 1 de abril.- A sólo 17 kilómetros de Corea del Norte, que se ve desde su costa, la isla surcoreana de Baengnyeong ha sido señalada como objetivo nuclear por Kim Jong-un, quien ha amenazado con borrarla del mapa. A pesar del peligro que pende sobre ellos, que viven en primera línea del frente ahora que Corea del Norte ha declarado el estado de guerra, sus 5.000 habitantes se muestran tranquilos. Acostumbrados a las provocaciones del régimen estalinista de Pyongyang, ni siquiera piensan en marcharse hasta que se calmen los ánimos y siguen adelante con su vida, basada en la pesca y el turismo.
Pero el ferry «Democracia 5» – mensaje nada subliminal para los vecinos del Norte – venía ayer medio vacío desde el puerto de Incheon, a cuatro horas de distancia. Tras el ensayo nuclear norcoreano del pasado 12 de febrero, el turismo ha caído en esta idílica isla del Mar Amarillo y se han cancelado todas las reservas justo antes de que arranque la temporada alta en primavera.
Kim Jong-un, líder de Corea del Norte, tiene en la mira a la isla surcoreana de Baengnyeong, a sólo 17 kilómetros de su país. (AFP)
«Antes tenía mil clientes al mes y ahora ninguno», se queja el señor Park, quien prefiere ocultar su verdadera identidad. A sus 66 años, dirige una cooperativa de barcos de recreo que pasea a los turistas por las principales atracciones naturales de la isla: las rocas kársticas, como la del Elefante y Seondaeam, que se alzan en la costa noroeste cerca del puerto de Dumujin. Pero cuando tenía sólo seis años, durante la guerra de Corea, vino con sus padres huyendo del Norte, donde se quedaron sus abuelos y otros familiares de los que nunca ha vuelto a saber. «La gente en el Sur es demasiado suave con el Norte», espeta sacando a relucir su anticomunismo. Mientras un soldador repara una de las pasarelas de su barco, el señor Park se muestra más preocupado por el impacto económico de la escalada militar que por las amenazas de guerra.
En el muelle huele a tierra mojada y a los moluscos secos que un marinero, sentado en la proa de su nave, está machacando con un martillo para formar con sus caparazones los cebos con los que saldrá a faenar al amanecer. Aunque admite que «por lo general, es peligroso vivir aquí», se niega a huir de la isla porque «si estalla una guerra, no tendremos adónde ir». A pesar del fatalismo de sus palabras, asegura que no está asustado porque «esto es lo de siempre», dice refiriéndose al estado de guerra, que en realidad ha seguido vigente desde el final de la contienda hace 60 años porque las hostilidades cesaron con un armisticio, pero sin firmarse un tratado de paz. Quizás porque apenas ve barcos norcoreanos al otro lado de la frontera marítima, pero sí dos o tres cadáveres de desertores flotando cada año en el mar, le preocupan más los pescadores chinos que se cuelan en las aguas surcoreanas para arrebatarles sus capturas.
Sin embargo, todo este ambiente de tranquilidad no oculta que la isla de Baengnyeong es un objetivo militar de primer orden. Así lo demuestran las empalizadas y alambradas que protegen su costa septentrional de una invasión norcoreana, las estaciones de radar y torres de vigilancia que coronan sus montes y los 27 refugios subterráneos repartidos por sus 45 kilómetros cuadrados para cobijar a los residentes en caso de un ataque aéreo. Junto a los 5,000 civiles, hay acantonados 4,000 soldados que viven con un millar de familiares y custodian sus carreteras día y noche.
Muy amablemente, este corresponsal fue ayer identificado por dos patrullas, que recordaron la prohibición de fotografiar las instalaciones militares e incluso exigieron el borrado de una imagen donde, a lo lejos, se veía un puesto de observación. A uno de estos jóvenes soldados de reemplazo, que deben hacer la «mili» de dos años obligatoria en Corea del Sur, venía a visitarlo su padre, un taxista de Seúl llamado Lee Jae-yup.
«Los norcoreanos van de farol y no atacarán porque saben que, si lo hacen, los americanos los machacarán como a Sadam Husein o a Bin Laden», afirma este conductor, quien sin embargo cree que «Corea del Sur debería responder con más contundencia a los desafíos del Norte».
En esta isla saben bien de lo que habla porque ha sido escenario de sangrientos choques militares. En marzo de 2010, la corbeta surcoreana «Cheonan» se hundió en sus proximidades al ser supuestamente atacada por un torpedo. En el naufragio perecieron 46 marineros. Tras una investigación internacional que duró varios meses, Seúl responsabilizó a Corea del Norte, que sigue negando el ataque. Junto a otras escaramuzas navales en la vecina isla de Daecheong, medio centenar de soldados de cada bando han muerto en estas conflictivas aguas desde 1999.
En noviembre de 2010, el Ejército norcoreano mató a dos militares y dos civiles al bombardear otra isla cercana, Yeongpyeong, poniendo al mundo al borde de una guerra nuclear. «Algo así no puede pasar aquí porque esta isla es mucho mayor y, si nos atacan, entonces sí que empezaría un conflicto», confía Kim Jeong-seok, un empleado de 57 años de la central eléctrica cuyo hijo se ha beneficiado de una beca para estudiar en Seúl como compensación por vivir en una zona de alto riesgo.
El motivo es que estas islas se encuentran junto a la Línea del Límite Norte, la frontera marítima delimitada unilateralmente por la ONU tras la guerra de Corea (1950-53), y que Pyongyang no reconoce por hallarse muy cerca de su territorio. Aunque la frontera más famosa entre las dos Coreas es la Zona Desmilitarizada que divide al Norte y al Sur a lo largo del Paralelo 38, el auténtico riesgo de que estalle una contienda radica en estas pequeñas islas del Mar Amarillo. (ABC)